El día que muera alguno de mis antagonistas, incluso si se trata de alguien empecinado durante décadas en intentar hacerme daño, quisiera tener la grandeza, no exenta de mala uva, de don Claudio Sánchez-Albornoz al despedir a su detestado Américo Castro: "Levanto la celada, envaino la espada y con la lanza inclinada hacia la tierra me uno a quienes te acompañan al sepulcro. Acaso un día inicie otro combate. Un combate en honra de tu nombre. Para destacar tu auténtico aporte a la ciencia hispana, defendiéndote de ti mismo y de tus entusiastas seguidores".

Ilustración: Javier Muñoz

Ilustración: Javier Muñoz

El ejemplo opuesto en el que espero no incurrir jamás es el del ínclito Bonafoux, haciendo honor a su fama como "la víbora de Asnières" al zapatear inclemente sobre la tumba de sus personajes más denostados: "Fui enemigo de "Clarín" y lo soy de su memoria... Cánovas en política y "Clarín" en literatura eran dos almas gemelas, la conjunción de dos vanidades monstruosas, dos tiranos de un mismo cuadro... Me alegré cuando mataron a Cánovas. Si "Clarín" no hubiera dejado mujer e hijos, me alegraría absolutamente de su muerte. Y España debió alegrarse del homicidio de Cánovas y debe alegrarse del fallecimiento de "Clarín".

Es evidente que la reacción de la CUP, jactándose por boca de su diputado Benet Salellas de haber "arrojado a Mas a la papelera de la historia" -tuvo, es cierto, el detalle de no decir "cubo de la basura"-, se corresponde con este segundo modelo que bien podríamos bautizar como denigración póstuma. Encaja en toda su crudeza con la tradición preñada de odios más abisinios que provenzales que ha caracterizado siempre a la escena catalana. Sin detenerme en lo que Tarradellas decía de Pujol o en lo que Maciá farfullaba de Companys, la memoria iconográfica me lleva a otro ensañamiento con un cadáver virtual, en el contexto de la competencia entre los semanarios satíricos barceloneses de comienzos del siglo pasado.

Corría 1912 cuando la Lliga decidió poner término a la vida de su órgano humorístico oficioso, el Cu-Cut. Pese a los servicios prestados a la causa cuando su redacción fue asaltada siete años antes por un grupo de militares furiosos, el desparpajo provocador del Cu-Cut se había convertido en un ingrediente embarazoso para el catalanismo político. La gota que colmó el vaso fue una portada, a propósito del éxito del Orfeón Catalán en Madrid, en la que sobre el titular "Orfeo domesticando a las fieras", se veía al director del coro provisto de una lira y a los políticos del momento representados como ratas y lagartos. La indignación capitalina fue mayúscula y la Lliga, empeñada en la negociación de lo que pronto sería la Mancomunidad de Cataluña, decidió cortar por lo sano.

El desparpajo provocador del Cu-Cut se había convertido en un ingrediente embarazoso para el catalanismo político

La orden de cierre fue acogida con consternación por los redactores del Cu-Cut. En una dolida carta a los suscriptores explicaban lo ocurrido: "Una caricatura ha estat prou perquè els nostres amics, oblidant tot l'esforç que hem aportat a la causa de la pàtria ens desautorizin y ens qualifiquin de grollers (groseros) i de pertorbadors d'una obra de pau".

Mientras la mayoría de las demás publicaciones se solidarizaron con el Cu-Cut, su rival más directo L'Esquella de la Torratxa se regodeó sádicamente de su infortunio, a través de un dibujo titulado L'Enterrament. En él se veía al cadáver del payés con barretina y corbata de lunares que daba nombre al Cu-Cut, transportado por unos camilleros en medio del cortejo fúnebre que abría el arzobispo y cerraban cínicamente enlutados los Cambó, Prat de la Riba y demás próceres lligaires.

La imagen reflejaba el momento en que la comitiva pasaba por delante de la redacción de L'Esquella, desde la que sus integrantes contemplaban el espectáculo con una mezcla de jovialidad y desdén. La ilustración, firmada para más inri por Picarol, dibujante histórico del Cu-Cut fichado por su competidor, iba precedida de un cruel epitafio: "Aqui descansa el Cu-Cut!/ un setmanari insensat/ que, quan se va veure mort,/ va exclamà: ai, que m'han matat!".

La soberbia de Artur Mas es demasiado grande como para reconocer que está tan muerto como el Cu-Cut o exclamar otra cosa que no sean autoditirambos. Al igual que sucedió entonces, mientras la inquisidora del pelo cortado al hacha y demás figuras de la CUP se han limitado a sentarse a la puerta de su casa a esperar que pasara el cadáver de su enemigo, han sido los compañeros de Junts pel Sí -"els nostres amics"- quienes han conducido a su paladín a la guillotina. Ahora le rinden compungido tributo pero todos sabemos que fue la negativa de Junqueras a entrar en el gobierno en funciones -y por ende a reeditar la coalición- y el pánico de sus propios secuaces de Convergencia a ir al desolladero electoral, lo que obligó a Mas a entregar la cabeza en el patíbulo.

La soberbia de Artur Mas es demasiado grande como para reconocer que está tan muerto como el Cu-Cut o exclamar otra cosa que no sean autoditirambos

Las dos diferencias con aquel otro sacrificio en el altar del pragmatismo consisten en que esta vez la suelta de lastre no tiene por objeto pactar con el gobierno de Madrid sino intentar destruir al Estado y en que en lugar de lamentarse o revolverse contra sus ejecutores, Mas se ha presentado como el artífice de una retirada estratégica. Es mejor para todos que él se haya prestado al juego, fingiendo en la necesidad, virtud. "Injuria que no ha de ser vengada, ha de ser disimulada", dice el refrán. Pero hasta Pilar Rahola sabe que si el tren de Puigdemont carbura, Mas quedará para el partido-homenaje y si, como es más que probable, descarrila, será un moderado quien, como tuiteó el conseller equilibrista Santi Vila, se encargue de "dejar atrás los despropósitos". De momento el recién llegado ya ha aclarado que su prioridad es ejercer el poder y no se siente constreñido ni por las urgencias declarativas ni por los plazos unilaterales que atenazaban al Tom Hagen de los Pujol.

Lo inaudito no es en todo caso que Mas haya pasado a mejor vida, en el sentido literal de la palabra pues recibirá 114.000 euracos anuales por no hacer nada -eso sí que es una mortaja-, sino que su loca huida hacia adelante haya durado cinco años. Su casi tocayo el pescador Tomasso Aniello -para la posteridad Massaniello-, a quien sus contemporáneos también describían como "temerario, orgulloso y prepotente" pero "dinámico, vivaz y envolvente", no pasó de una semana cuando en 1647 embarcó a los napolitanos en la loca aventura de independizarse de España para constituir el oximorón de una Reale Republicca tutelada por Francia.

También entonces la quimera de un proyecto alentado por la nobleza napolitana quedó enmascarada por la apariencia de una revolución igualitaria que sedujo momentáneamente a las capas populares. Y también entonces fueron los más radicales quienes hicieron el trabajo sucio de sus aliados al desembarazarse físicamente del Mesías.

LEnterrament, en la LEsquella de la Torratxa.

LEnterrament, en la LEsquella de la Torratxa.

Dice mi viejo amigo Tristan Garel-Jones que mientras los españoles hablamos con franqueza de la muerte, sus compatriotas ingleses recurren a eufemismos pudibundos como "he passed away". El término es idóneo cuando la defunción es sólo política pues no en vano la vida pública es como un perpetuo cortejo en el que las mayores famas llegan, pasan ante nuestros ojos y se van con más o menos grandeza. De ahí que sea tan pertinente que Javier Muñoz haya incluido a Mariano Rajoy como espectador distinguido de su recreación de L'Enterrament. No es difícil imaginar la llamada de Moragas o Martínez Castro el sábado pasado: "Mariano, una noticia buena y una mala. La buena es que Cataluña tendrá gobierno independentista y alguien deberá salvar a España. La mala es que lo han hecho cambiando de candidato".

Yo voy a cumplir con los términos de mi "proposición muy decente" y no echaré más leña al fuego hasta que Rajoy ejerza su legítimo derecho a intentar la investidura. Si lo consigue habrá una especie de volver a empezar en torno a un Gobierno obligado a velar por la unidad de España. Pero si fracasa todos los argumentos serán pocos para instarle a dar lo que el propio Mas asumió piadosamente como "un paso al lado" y propiciar así el gran pacto constitucional con un presidente de consenso que EL ESPAÑOL viene abanderando desde el 21 de diciembre. El razonamiento definitivo será que mientras Mas aportaba 62 escaños y la CUP sólo 10, los 123 del PP pesan relativamente mucho menos frente a los 90 del PSOE y los 40 de Ciudadanos.

De momento lo que ha quedado claro con la constitución de las cámaras -además de que el "niño" al que venían buscando los Reyes Magos de Carmena era el bebé de Bescansa- es que hay dos fuerzas excéntricas que bogan en pos de nuevas elecciones y dos concéntricas que harán cuanto puedan por evitarlas. El primer tándem lo forman como extraños compañeros de cama el PP y Podemos, pues ambos sueñan con obligar a los españoles a elegir entre el museo de cera de Madame Tussaud en el que permanecen expuestos Arenas, Margallo, Villalobos, Sánchez Camacho y compañía y la pasarela rastafari de la charanga revolucionaria. En la actitud opuesta están el PSOE de Sánchez -el de Susana sigue sin definirse- y una formación como Ciudadanos que, recuperada de la "pájara" del último puerto de la campaña, ha comenzado a hacer política parlamentaria como si llevara toda la vida en ello.

Es cierto que las dobles parejas de cara a la formación de Gobierno siguen siendo las clásicas del eje derecha-izquierda pues Ciudadanos ha prometido la abstención a Rajoy y el PSOE insiste en negociar con Podemos la investidura de Sánchez. Pero lo ocurrido en la formación de la mesa sienta un significativo precedente pues la suma de los concéntricos -130- excede a cada uno de los excéntricos y mientras es posible imaginar pactos constructivos entre Ciudadanos y el PSOE, en lo único en lo que estarían de acuerdo PP y Podemos es en liquidar la legislatura.

No adelantemos acontecimientos pero sumémonos al duelo de jubilosos consellers que acompaña el féretro del difunto que llegó al poder con tantas ínfulas y lo abandona con un saldo tan estéril, musitando los tres últimos versos del mejor soneto de Pepe Hierro: "¡Qué Mas da que la nada fuera nada/ si Mas nada será, después de todo,/ después de tanto todo para nada". Y mantengamos la espada en la vaina, la lanza abatida y la celada enhiesta a la espera del siguiente embalsamamiento.