Suspenso general

El presidente del Gobierno en funciones, Mariano Rajoy/EFE/Zipi

El presidente del Gobierno en funciones, Mariano Rajoy/EFE/Zipi

Por Mario Martín Lucas

¡Se consumó el desatino! Llegó el día de publicar, en el BOE, el decreto de disolución de Las Cortes de esta “cortísima” undécima legislatura que ha durado, tan sólo, ciento treinta y cuatro días, si lo medimos desde el día de las elecciones del 20-D.

El fracaso de las cuatro principales fuerzas políticas que agrupaban en sus filas al 92% de los 350 diputados electos en el Congreso de los Diputados es, más que evidente, inapelable, pero nadie se da por aludido, tan es así que sus cuatro líderes volverán a encabezar las listas electorales de sus formaciones políticas, tras compartir todos la estrategia de culpar a los demás de la falta de acuerdo.

Los electores españoles, tras las consecuencias vividas con la mayoría absoluta de 2011 de Mariano Rajoy y el PP, optaron por la fragmentación de su voto, siendo claros en su mensaje de crear mayorías en torno a acuerdos y pactos, más allá de los límites formales de lo que siempre se entendió por izquierda y derecha, o, más recientemente, arriba y abajo, pero el cometido encargado ha sido incumplido no por una u otra fuerza política, sino por todas. Nadie está libre de responsabilidad, y utilizando el símil de los escolares ante sus exámenes, podríamos decir que la nota obtenida ha sido de “suspenso general”.

Empezando por el PP, en el que Mariano Rajoy se resiste a ser el primer presidente de la democracia española, desde la transición, en no conseguir la reelección, anteponiendo sus intereses personales a los de su propia formación política y a los generales de los españoles. Sin entender que la pírrica victoria conseguida por el PP, encabezado por él, en el 20-D no supuso más que ser la principal minoría, y que los siete millones de votos recibidos fueron inferiores a los más de once millones que fueron a parar al PSOE, Podemos o Ciudadanos, formaciones todas ellas que se oponen, de manera expresa, a su persona, marcada por la corrupción, los recortes y su “particular” forma de hacer, “SMS” mediantes, condicionando con ello a su propio partido y las posibilidades de regeneración en él.

El principal problema que ha condicionado el intento de investidura de Pedro Sánchez radica en su propio partido, el PSOE, donde las diversas “sensibilidades” empujan cada una hacia su rincón, en diferentes direcciones, haciendo difícilmente identificable la casa común socialista. ¿Qué tienen que ver, entre si, Ximo Puig, Fernández Vara, Javier Lambán, García Page o Javier Fernández? Bien es verdad que nada une tanto como el poder, pero ahora no lo tienen y, por cierto, vienen de sus peores resultados electorales históricos, sin parecer posible que un cambio en el cartel electoral, de Susana, por Pedro, cambie esa inercia, sino más bien todo lo contrario. El PSOE tiene que valorar, con sosiego y detenimiento, por dónde está perdiendo su apoyo electoral y quién se está beneficiando de ello. El intento de un pacto que rompiera los moldes de izquierda y derecha es acertado, pero le ha faltado verdadera ambición, algo, por otra parte, que no viene de ahora, y es que hay mucha gente en sus filas “pisando moqueta” hace demasiado tiempo.

Podemos ha sido la fuerza política que, de una manera más clara, tuvo en su mano la decisión de hacer pasar a la oposición al PP y dar el pistoletazo de salida a la regeneración popular, dejando atrás el “marianismo”; habría bastado abstenerse en la segunda votación de la investidura en la que Pedro Sánchez defendió su acuerdo con Ciudadanos, dejando pasar la oportunidad de que la estabilidad del futuro Gobierno quedara en sus propias manos, sin quedar expuesto a los desgastes de la gobernanza, pero la decisión fue otra.

Ciudadanos con su acuerdo con el PSOE, insuficiente en la aritmética, secuestró a la formación socialista, condicionándole a que la única “tercera pata” de ese pacto fuera el PP, bloqueando la apertura del mismo a Podemos. El pacto no sirvió para gobernar, pero sí para que Ciudadanos diera tiempo al PP para unirse a él y que, mientras tanto, el PSOE permaneciera lo suficientemente alejado de Podemos.

Dice nuestro refranero: “¡no quieres caldo, pues toma dos tazas!” y los mismos líderes que han sido incapaces de fraguar un acuerdo viable de Gobierno, en base a los resultados que los españoles expresaron hace menos de cuatro meses, son quienes encabezarán los carteles electorales para el 26-J. No es previsible que haya mucha diferencia en los apoyos a recibir por cada uno, tampoco es previsible que haya un incremento de nuevos votos, sino más bien todo lo contrario, lo cual equivaldría a considerar que serán los abstencionistas quienes deslizarán el sentido final del resultado electoral. Conviene reflexionar en ello y recordar a nuestros políticos que “el suspenso general” es para ellos, por su incapacidad, pero que el voto es nuestro y lo seguiremos ejerciendo, esperando que sustancien en acuerdos, y pactos, lo que expresamos a través de él.