Entre fantasmas

El secrerario general de Podemos, Pablo Iglesias/Kiko Huesca/EFE

El secrerario general de Podemos, Pablo Iglesias/Kiko Huesca/EFE

Por Rubén Diez Tocado, @dieztocado1

Los hombres de poder, paralizados muy a menudo para tomar decisiones que afectan a este plano, recurren a las fuerzas ocultas del otro para orientarse. Viene de antaño. Los emperadores romanos investigaban mediante arúspices las entrañas de los animales y podían llegar a postergar batallas en función de su mensaje abstruso. Napoleón preguntaba a sus generales antes de reclutarlos si tenían suerte, que es como si en una entrevista de trabajo nos preguntaran cómo tenemos el aura. Felipe II fue aficionado a la alquimia y Abraham Lincoln escuchaba sin rechistar la interpretación de los sueños que le hacía su mujer. Loca, quizá, pero que sí acertó en lo más importante: el riesgo mortal de pisar aquel teatro (riesgo de aburrimiento si en él recita Dolors Miquel).

De Felipe González siempre se rumoreó que iba a que le echaran las cartas para obtener consejos de buen gobierno y también que no tuvo nada que ver con los GAL. Me creo ambas cosas. Qué hombre en sus cabales habría permitido aquello después de que la médium le advirtiera de que un izquierdista con coleta, actualísimo para los ochenta, iba a sacar lo de la cal viva en la investidura de un parlamento ingobernable del futuro.

-¿Cómo se llamará, oh, cartomante -preguntaría el presidente con lenguaje muy de Sófocles- mi futuro inquisidor?

-Pablo Iglesias, tronco –respondería ella, muy de la movida.

González debió de interpretarlo como una conspiración de los suyos contra su persona. Entonces tomaría la decisión de controlar el partido con mano de hierro, labor que le encomendó a Alfonso, claro, Guerra. Es igual que cuando ERC puso en Madrid a Gabriel Rufián a entonar los cantos de Maldoror del charnego ofendido. O cuando descubrimos que el escritor Javier Bilbao es de Bilbao. Hay gente que tiene el apellido muy bien puesto.

La mayoría de los políticos con poca honradez van sobrados de poderes psíquicos y saben que para conectar con la otra realidad hay que ser muy bueno en ésta, tenerla muy dominada. Una vez han interiorizado que E=mc2, trastocan los términos de la fórmula y emplean toda su (e)nergía y a la (m)asa -nosotros- para obtener una (c)onstante: enriquecerse. A la velocidad de la luz. Lo del poquito a poquito, como el partido a partido, es cosa de plebeyos, que sólo tenemos una vida. Ellos ya han visto la otra y saben lo importante que es empezar a ahorrar desde muy joven.

Creer en espíritus es hacerlo en realidades alternativas. Intuíamos, pues hay cajas A y cajas B, que la realidad es siempre al menos doble. Comparen a Trump con el republicano Bob Rumson de "El Presidente y Miss Wade" y entenderán por qué la Casa Blanca es la casa de los espíritus por su carácter adivinatorio. Einstein afirmó la existencia de varias dimensiones. Matemáticamente ya tenemos once demostradas, que no tiene uno días de vacaciones para recorrérselas todas. Aún así, por ciertos despertares de resaca, a un servidor como que le parecen pocas. Seguramente sean 62, que son también los grados que tenía el orujo más fuerte que jamás probé. Aquel trago me tumbó. La realidad, a veces.

El multidimensionalismo tiene también sus divulgadores mediáticos, no todo iban a ser señores canosos en bata. Íker Jiménez, ese experto en ultrarrealidad, nos habla de los “lugares de poder”. Pero debe de andar equivocado, al menos en la terminología. Cuando los visitan sus reporteros, que son los mejores pagados de la televisión porque siempre le cobran nocturnidad, los acompaña el guarda estrábico de una finca o un tipo de pelo largo que lleva mucho tiempo investigando el fenómeno de las extrañas fuerzas concentradas en un inodoro. Les va lo underground, pero no llevan bajo el brazo las cuentas de Aizoon sino la revista Más Allá. Los he seguido con fervor durante años, en parte por la hora de emisión, elegida con mala leche: los domingos por la noche invitan a pensar en el día siguiente como en algo que no debería alcanzarnos nunca. El último día de la semana, por la mañana, infunde un nerviosismo orgánico, de cierta indigestión, pero por la noche quita, directamente, las ganas de vivir. Por eso programas así, tan fronterizos, llenos de muertos desubicados, satisfacen al tipo dentro de nosotros que se resiste a pasar a peor vida.

El criterio para seleccionar los “lugares de poder”, ya digo, siempre me escamó. Que Íker nunca mandara a su legión de médiums al chalé del suegro de Granados, su cuarto de los horrores, ése sí es un misterio. No lo es menos que no investigara los ERE de Andalucía, tres palabras que dichas de corrido, y en eso coincidimos todos los aficionados, conforman una psicofonía de libro. Pero el caso más flagrante es el de Ignacio González. Con lo fácil que lo tenían. La prensa dice que para cerrar la adquisición encubierta del dúplex de Estepona utilizó los espiritismos de una sociedad radicada en Panamá. La sociedad, aseguran, era fantasma. Más atención, Íker, la próxima vez.