Toreo de salón en España

Kalin Nikolov Koev/Flickr

Kalin Nikolov Koev/Flickr

Por Juan Miguel Novoa

El callejón se va llenando de periodistas y curiosos, incrementando el rumor y fotos en la espera. Es un día grande, distinto al menos. La corrida, aunque no sea de las que marcan época, sí que definirá la temporada.

El cabeza de cartel no ha llegado todavía y ya son las 9. A y cinco pasadas vemos llegar un coche de prohombre, de poder azabache cuyo brillo absorbe toda la luz de la mañana. El veterano maestro sale con sonrisa de suficiencia, de azul y oro, saludando confiado. Desborda tranquilidad, no en vano es su plaza, donde ha cosechado grandes éxitos.

El maestro va directo a los medios, no tiene duda. Un aplauso de declaración de intenciones le recibe. Conoce perfectamente distancias y tiempos y se ciñe en capotazos ajustados que terminan en estética cuidada con eco en la memoria. Se gusta, se estira ante unos tendidos que ya empiezan a gemir y otros a temblar. Con la muleta baja a la ironía fina, ribeteando en chicuelinas, cambiando de mano con agilidad, soltando desplantes elegantes y continuadas miradas al respetable que repite con éxito, dejándose aplaudir, poniendo cara de niño bueno. Estos aplausos y, sobre todo, las caras de los tendidos hostiles, le animan a culminar una faena en redondo con desplante prolongado.

El siguiente turno llega de rojo y plata. Ha toreado esta semana y se le ve cansado, comenzando la faena en tablas. Es éste un torero con mucha planta y estampa de sonrisa para regalar a fans. Por eso hoy parece más agarrotado en su gesto, a la defensiva. Su repertorio de capote es muy limitado, lo sabe. Y también que en los medios corre peligro, mucho. Se deja, por tanto, querer en tablas, creando una falsa seguridad que puede ser mortal. Con la muleta pasa lo mismo. Se intenta estirar pero no coge la medida al toro y eso le hace torear de memoria, con esquema traído de casa. “Hay que pensar delante de la cara del toro”, decían los viejos maestros, pero este ya lo tiene pensado y le cuesta improvisar algo nuevo. Repite pases cansinos, de los que rompen el movimiento natural del morlaco sacándole de sitio continuamente y quebrando el paso. Quiere hacer un amago de ir a los medios pero no puede. A medida que avanza, más se enquista en tablas, terminando sus turnos entre aplausos de ánimo más que de talento.

Llegan los esperados, los toreros mediáticos que llenan plazas. Coleta al viento de púrpura y oro de Moscú que dejan una estela de Nazareno comunista. Viene con ganas y a porta gayola, se santigua con fantasmas ateos y recita gritos plurinacionales para seducir al toro. Tiene hambre de gloria y pasa directamente del capote. Su prisa le hace agarrar la muleta por naturales, a matar. Toda la faena se hace con la izquierda, dejando a la derecha sostener la espada. Torea de frente y con los pies juntos, como los toreros de antaño. Le da igual los terrenos y el toro porque torea para un público que no pierde de vista. Está fijado con los del 7 a los que provoca en cada pase. Esa visión le hace torear como los místicos, sin cuerpo, seguro de su ego y obsesionado con el tendido y el presidente de la plaza, al que no duda en vacilar. Va a su aire, arropado por los suyos, que a falta de estampas, llevan flores en la solapa de sus trencas, jaleando cada pase, cada enganchón, cada gesto y cada silencio. Se sabe querido, respetado y temido. Termina desmelenado y ya se sube a hombros él mismo, repartiendo besos de género a quien se le ponga por delante mientras vuelve a su puesto dando vueltas al ruedo.

La joven promesa viste de mandarina y algo que no se sabe si es oro, plata o azabache pero que, en todo caso se puede cambiar a gusto según la plaza. Tras tanta gravedad, en esta mañana de faenas donde los tendidos ya están afónicos, es el tiempo de otro tono menos tremendista. Pertenece este joven al grupo de matadores a los que se les otorga el adjetivo de “muy técnicos”, expresión que a unos les parece un halago y a los más una falta de arrimarse al animal. Experto en las distancias, deja mucho espacio para lucir una sonrisa tras cada pase. Faena de control y pasodoble donde la muleta se agarra desde el límite haciendo que el espacio entre el toro y él sea abismal. Desborda alegría juvenil e higiene conciliadora, de los que concilia con el toro, el respetable, el presidente de la plaza y los tendidos.

El respetable se está divirtiendo. Hacía mucho que no veía una corrida a cuatro, tras años de pesados mano a mano repetitivos sin pase original alguno. Tras la mañana de emociones y ya relajados, van al servicio en el turno de los bomberos toreros que claman plazas nuevas para que ellos sean las figuras.

Es tarde, el toreo de salón ha terminado. Afuera hace un poco de fresco en Madrid pero no lo notamos con el calentón de la corrida. Tras las columnas de una plaza con leones de juguete reside el Toro de verdad: España. Es un Toro bravo y cansado, que no sabe torear. Desde hace tiempo o le cuartean o le cosen a machetazos. Pero no le ayudan a embestir porque nadie le entiende.