Prósper Mérimée escribió en 1845 en su novela Carmen a una cigarrera gitana valiente, libre y trágica, voluble e impetuosa. Un personaje que, más tarde, Bizet convirtió en mito universal con su ópera homónima.

La gitana, de interacción imprevisible con una enfermiza falta de compromiso, cambia lealtades y afectos sin remordimientos. Incluso acepta el hado marcado por las cartas porque prefiere morir libre que vivir bajo algún yugo. Y esa libertad es la que evoca Jotadé, el personaje de las obras de Santiago Díaz.

El personaje se enfrenta como una figura negra en la luz cuando comparamos con el autor. Reconoce sin rubor que Jotadé bebe de él mismo. Y no te lo crees hasta que pasas un rato con él. Al calor de una fideuá en el restaurante de Borja Azcutia, Santiago se muestra cercano.

Hablamos de Pierre Lamaitre, y de los planes que tiene para su carismático policía. Y del momento literario que vive España, con tantos libros publicados y la global cultura del todo ya para ayer.

Y de cómo construye esas historias y le mete, ya desde la primera página, una sexta velocidad y unos vaivenes que dejan al lector ansioso por la siguiente página.

Y también de cómo es un día de promoción. Que si trenes, entrevistas con medios, las mismas preguntas y las respuestas varían poco, porque cuando hace sol, hace sol. Y si el libro es bueno, argumentos tiene muchos, pero las respuestas se parecen.

Y, entonces, solo entonces, empiezas a ver que el autor que ha dado cuenta de un carabinero como quien se come un altramuz, sí se parece a Jotadé.
 
"Jotadé soy yo", dice sin rubor Santiago Díaz. El autor madrileño es un gigantón canalla pero bonachón, un tipo amable pero firme que esconde, en el ejercicio del magisterio de su arte, un don para acelerarnos el pulso en sus páginas.

Díaz, que se ha embarcado en una trilogía del policía gitano, nos presenta en la primera entrega un personaje que comparte con Carmen impulsos, pero al contrario que la cigarrera, mantiene la lealtad en sus compromisos y principios personales, basados en un afecto que no es capaz de esconder.

El policía literario nace al calor de Indira, pero vive fuerte e independizado de las obras anteriores. Y en su debut nos aparece un gitanazo noble, leal y con un sentido del deber que ríase usted de Tom Cruise en Algunos hombres buenos. Lo hace a través de un texto ágil, con mil requiebros, con personajes que llenan la retina y el estómago y con tramas que lo vacían.
 
Jugar al oximorón del gitano pestañí y las contradicciones que eso puede suponer en algunos ojos es una herramienta de la que se sirve el autor para dotar de profundidad no solo al protagonista, sino a todos que los orbitan a su vera.

Las contradicciones y las aristas de un policía que lucha de día contra los malos y de noche contra los buenos reverbera en la búsqueda de la resolución de un thriller endiablado. Y la inclusión de la realidad más sórdida pero sin morbo convierten el libro, titulado como el protagonista, en una novela de obligada lectura.
 
Jotadé y Santiago se parecen. Y los dos lo saben. Ambos tienen raíces gitanas. Ambos son firmes. Ambos están comprometidos con las obligaciones y sienten devoción por los placeres.

Pues va a ser que sí, Santi. Los dos sois reales.