En estos días estamos en plena vorágine eurovisiva. Nuestra representante, Melody, ya lleva muchas horas de vuelo con su Diva a cuestas, y le va llegando la hora de la verdad.
Durante esta semana hemos podido ver las semifinales y el sábado, si nada lo impide, será la gran final, al que nuestro país accede directamente porque, por pertenecer al llamado Big Five, se salva de tener que pasar un filtro, aunque actúe en la semifinal que le toque. O sea, que en las semifinales va de bulto, como decíamos en los juegos de mi infancia.
Pero no es eso lo único que me hace evocar mi infancia. Cuando yo era pequeña, con un solo canal de televisión y sin internet ni nada que se le parezca, lo del Eurofestival era todo un acontecimiento.
Un acontecimiento que reunía a las familias alrededor de la tele, cruzando los dedos cada vez que un país emitía sus votos en vivo y en directo y escuchábamos aquello de "uayomini, six puant" que se ha quedado insertado para siempre en las meninges de varias generaciones.
Por mera cuestión de edad, yo no recuerdo a Massiel, ni a Salomé, ni a Julio Iglesias en Eurovisión, pero sí recuerdo a Mocedades, a Sergio y Estíbaliz o a Betty Missiego y aquella votación de infarto que nos dejó compuestos y sin premio en el último instante.
También recuerdo, más tarde, los cero puntos de Remedios Amaya, en un fracaso festivalero que entonces parecía una anécdota y en pocos años se convertiría en la tónica general de nuestras participaciones.
Porque en los últimos tiempos, excepción hecha del “chanelazo”, no es que no nos comamos una rosca, es que ya nos podemos dar con un canto en los dientes si no quedamos entre los cinco últimos.
Por más que lo hayamos intentado vinculándolo a concursos como Operación Triunfo o el reseteado Benidorm Fest.
Ahora llega Melody, la niña que nos encandiló en su día con el baile del gorila, a cumplir el sueño de su vida, ir a Eurovisión.
Y la verdad es que solo por la tenacidad y la ilusión de la chica espero de todo corazón que tenga un buen resultado. Porque es, además, una buena cantante y artista, nos guste más o menos su estilo.
La verdad es que no sé lo que pasará con ella, aunque si tenemos en cuenta los datos de las casas de apuestas, que se han convertido en un verdadero gurú de las predicciones eurovisivas, no lo tiene fácil.
Pero, notas aparte, el festival es mucho más que música, por más que les duela a los eurofans. Tiene mucho de política, desde luego, y mucho de conveniencia.
Es difícil pensar en países en guerra que traigan a sus representantes como si no pasara nada, pero es más difícil pensar por qué su situación en las guerras trae consecuencias diferentes según de quién se trate, y qué intereses hay de por medio. Y ahí la música poco tiene que tocar. Y mucho que desafinar. Por desgracia.
En cualquier caso, lo que choca es que un festival que nació para unir con el lenguaje universal de la música a toda Europa acabe teniendo poco de Europa, casi nada de unión y solo algo de música. Pero es lo que hay.
Soy consciente de que hay quien hará, y con razón, boicot al festival. También comprendo la postura de quienes no lo harán, porque no tiene por qué pagar culpas ajenas artistas que depositan sus esperanzas en esa oportunidad que les llega de Eurovisión.
Y, por supuesto, entiendo a quienes les importa un pimiento, que, posiblemente, es la postura que más se acerca a la mía propia.
En cualquier caso, y sea como sea, le deseo a Melody la mejor de las suertes. Ojalá su diva consiga romper todas las barreras. Y darles un bofetón a las dichosas casas de apuestas, de paso. Solo por eso merecería la pena.