El otro día me saltaba en el móvil uno de esos textos intemporales que de vez en cuando aparecen. Se trataba de la referencia a una mujer llamada Josephine Cochrane, alguien de quien, aunque no lo sepamos, nos acordamos todos los días en muchos hogares del mundo.
Nos acordamos de ella porque fue quien inventó el lavavajillas, ese artefacto que tanto mejora la vida no solo en casas particulares sino especialmente en restaurantes y en cualquier lugar donde se sirvan comidas.
Pero las cosas son así, por mucho que haya significado su invento, nadie, o casi nadie, recuerda su nombre y ni siquiera sabe que fue obra de una mujer, como tantas otras cosas que ignoramos.
Y eso que su historia merece la pena porque no solo fue una inventora, sino que creó su propia empresa en pleno siglo XIX para comercializar su invento
Leyendo esta historia, recordé la de otra mujer todavía más desconocida porque, a diferencia de Josephine y a pesar de que ella también patentó su inventó, no llegó a comercializarse nunca.
Se trata de una valenciana llamada Elia Garci-Lara Catalá que en 1890 diseñó y patentó un lavadero mecánico, que podríamos considerar como la tatarabuela de las lavadoras actuales, otro invento sin el cual nuestra vida doméstica sería muy diferente.
Pero la cosa no acababa ahí, porque la idea de Elia iba más allá de una máquina de lavar. El ingenio diseñado por ella no solo lavaba, sino que centrifugaba, secaba, planchaba y doblaba la ropa, algo que nadie ha conseguido crear con posterioridad, y que, a mí, en pleno siglo XXI, me maravilla con solo pensarlo.
Todavía no entiendo como nadie comercializó la idea e hizo evolucionar el diseño, porque lo de llegar hasta el doblado de la ropa sería lo más. Lo único que faltaría es un robot que metiera la colada, debidamente planchada y doblada, en su sitio, en el armario o en el cajón correspondiente.
Josephine y Elia no son más que una muestra entre muchos botones. Hay varias mujeres cuyos inventos han cambiado nuestras vidas. La actriz Hedy Lamarr creó un sistema de comunicaciones del que nació lo que hoy es el WI-fI.
Angela Ruiz Robles inventó el precursor de nuestras actuales tabletas o libros digitales; Melitta Bentz diseñó la primera cafetera; Laetititia Geer inventó la jeringuilla hipodérmica, que cambiaría el rumbo de la Medicina.
Mary Anderson creó el limpiaparabrisas y Marion Donovan el pañal desechable, algo que mejoró la calidad de vida de tantas y tantas mujeres, tradicionalmente encargadas de los cuidados de los bebés.
La lista sería mucho más larga, no hay más que curiosear para comprobarlo. Comprobaremos también que, en muchos casos, son los hombres los que acaban llevándose la fama, a pesar de que el cerebro pensante haya sido femenino.
Un ejemplo paradigmático de ello es la invención de la fregona, una verdadera genialidad por su aparente sencillez, que el mundo entero atribuye a Manuel Jalón cuando su mérito fue darle un nombre más vendible.
Sin embargo, el ingenio había sido patentado años antes por una madre y una hija llamadas Julia Montoussé y Julia Rodríguez. A ellas debemos el fin de la necesidad de fregar de rodillas, ahí es nada.
Todas ellas son mujeres de las que deberíamos acordarnos cada día con nombre y apellidos, pero el mundo no las ha reconocido todo lo que debiera, a pesar de que gracias a ellas y a muchas otras como ellas nuestra vida es mucho mejor. Y creo que es justo reconocerlo, hoy y siempre.
Así que, cada vez que usemos una lavadora, un lavavajillas, una cafetera o una fregona, cada vez que usemos nuestra tableta y nos conectemos por wifi, pensemos que detrás de todo eso hay una mujer magnífica. Mil gracias a cada una de ellas