Cuando, tras lograr el hito histórico de hacerse con el mundial femenino de fútbol, comenzaron las celebraciones, nadie podía imaginar que iba a pasar lo que pasó. Ni muchísimo menos lo que iba a suponer, más allá del hito para el deporte y para la igualdad. Y es que, como cantaba Rubén Blades poniendo voz a Pedro Navaja, la vida te da sorpresas. Y tanto que te las da.
Sin duda, el último que podía imaginarse la que se le veía encima era el que era entonces el mandamás de la federación de fútbol, Luis Rubiales. Acostumbrado a hacer lo que le viniera en gana, sin que nadie le tosiera, dio rienda suelta a sus instintos y a su machismo en la celebración de la victoria y consiguió convertirse en el absoluto protagonista, aunque por razones diferentes de las que él hubiera soñado.
Decidió que tenía patente de corso para hacer lo que le viniera en gana con quien le viniera en gana, incluyendo el cuerpo de las mujeres y le estampó a una de las jugadoras lo que él jocosamente llamó “un piquito” y que no era otra cosa que un beso forzado. Es decir, una agresión sexual en toda regla, según la definición que de la misma hace nuestro Código Penal.
Pero esa vez le fallaron los cálculos, y España y el mundo entero entendieron que aquello era inadmisible, por muy presidente de la federación que fuera. Y le cayó la del pulpo, y con razón. Aunque con todo y con eso, realizó un ejercicio del “sostenella i no enmendalla” que tan interiorizado tienen algunos, y no solo no mostró el más mínimo arrepentimiento, sino que nos regaló aquel recordado “no voy a dimitir” que no hacía sino corroborar su chulería. Y al final, tuvo que irse de un modo deshonroso y hoy se ve sometido a un juicio por su reprochable acción con la jugadora.
Pero nada hubiera sido igual sin la valentía de Jenni Hermoso, que en estos días manifestaba ante el magistrado que siempre tuvo la idea de denunciar, a pesar de las presiones a las que ella y su entorno se vieron sometidas, a pesar de que él era su jefe máximo y a pesar de que su decisión podía reportarle represalias personales y profesionales.
Esa decisión de Jenni tenía trascendencia para ella, pero también para todas las mujeres. Esa decisión, y el apoyo de todas sus compañeras con ese “se acabó” que se ha convertido en un himno, ha abierto la puerta a muchas víctimas a dar un paso adelante contra sus abusadores, por poderosos que parezcan. Y eso no tiene marcha atrás.
Por eso tendremos que estarle siempre agradecidas. Gracias, Jenni, de mi parte, de la de todas las mujeres y de la de todas las personas que creen en la verdadera igualdad. Infinitas gracias.