Cada año, cuando llega el 8 de marzo, pienso lo mismo. Ojalá no hubiera que dedicar un día a la reivindicación de los derechos de las mujeres, porque ya no sea necesario. Y cada año, mi optimismo se lleva el mismo palo. Sigue haciendo falta este día. Este, y todos los del año. Por desgracia.

Hace ya tiempo, a fines del siglo pasado, una novela de Carmen Rico Godoy daba en la diana con el título: 'Cómo ser mujer y no morir en el intento'. Y hoy, pasados más de treinta años -de la novela y de la película homónima- ese título sigue de plena actualidad. De hecho, me viene a la cabeza varias veces al día.

Y es que las mujeres nos tenemos que enfrentar a muchos obstáculos en esa carrera que es la vida diaria. Y, por si no me creen, enumeraré los distintos síndromes que se han descrito para definirlos. Porque hay que poner nombre a las cosas, que ya se sabe que lo que no se nombra no existe.

Desde que las mujeres quisimos realizar tareas que nos estaban tradicionalmente vedadas, nos enfrentamos al síndrome de Matilda o "efecto Matilda". Consiste en un perjuicio para reconocer los logros de las mujeres científicas que, generalmente, se atribuyen a varones. Le debemos el nombre a Matilda Joslyn Gage, que fue la primera en describirlo, aunque no fuera la primera ni la única en sufrirlo. Aún quedan Matildas en el mundo.

Otro de esos síndromes con los que peleamos día a día es el síndrome de la impostora. Consiste, en resumen, en la duda de la propia valía y de nuestros logros, y recibe ese nombre porque quien lo padece se siente como una impostora cuando son los demás quienes nos reconocen. Son muchas las mujeres que lo padecen, probablemente porque los prejuicios de nuestra sociedad nos llevan a minusvalorarnos. Algo que seguimos haciendo.

El tercero de los obstáculos a que me quería referir es el síndrome de la abeja reina. Se trata de mujeres que han llegado a lo más alto y son más implacables que nadie con sus congéneres. Como ellas han llegado, no admiten que ninguna mujer diga que no puede hacerlo por el hecho de ser mujer. Obviamente, quienes tienen esta actitud desconocen las circunstancias de cada cuál y son las peores enemigas con que nos podemos encontrar. Por desgracia.

Otro de los síndromes que encontramos en nuestra carrera es el síndrome o principio de Pitufina. Existe cuando en determinado colectivo, de abrumadora mayoría masculina, se incluye a una sola mujer para aparentar igualdad. Además, esa mujer, como la Pitufina de la aldea pitufa, suele reunir en sí misma todos los estereotipos, melena rubia al viento y tacones inclusive. Faltaría más.

Y, siguiendo con nuestra lista, el siguiente es algo por el que pasamos todas las mujeres cada día de nuestra vida: el síndrome de superwoman o de la mujer maravilla. Por alguna razón, pensamos que tenemos que ser la mejor siempre: en el trabajo, en la casa y en la vida. Nos sentimos como si tuviéramos que demostrar nuestra excelencia en cada momento. Lo peor es que, de no llegar a todo, nos sentimos frustradas.

Frente a esto, reivindico algo que le oí un día a Mayra Gómez Kemp y que hago mío: el derecho a la mediocridad, algo que vienen teniendo los hombres desde que el mundo es mundo sin que pase nada.

También nos atenaza el llamado síndrome de la carga mental, que consiste en la asunción por parte de las mujeres del mando y organización de las tareas domésticas, aun en casos de corresponsabilidad. Por ejemplo, ambos miembros de la pareja se turnan para llevar a los hijos a las extraescolares, pero es ella quién sabe qué le toca cada día y con qué material o uniforme. Algo tan frecuente que ni siquiera somos conscientes de ello.

Otro, tal vez menos conocido, es el síndrome de Wendy o de la salvadora. Quienes lo sufren se sienten culpables cada vez que algo sale mal, aunque no tengan ninguna responsabilidad en ello. Algo que nos pasa a la mujer día sí y día también.

Y como estos, podríamos hablar de más. El síndrome de la mujer trabajadora, el techo de cristal y el suelo pegajoso, entre otras muchas cosas, hacen que la igualdad real todavía esté lejos, por más que la igualdad formal en nuestro país, sí que exista.

Pero, mientras eso no pase, seguiremos reivindicando nuestros derechos cada 8 de marzo. Con Matilda, con Maya, con Pitufina, con Mayra, con Wendy y con quien se presente.