Que nadie se haga ilusiones, que, a pesar del título, no voy a entrar en la polémica de la mascletà madrileña. O sí, según se mire.

Pero es que a propósito de ello me vino de nuevo una idea a la cabeza sobre un tema del que ya he hablado desde estas mismas páginas. El lenguaje y las mujeres. Y es que da para mucho.

En cuanto se suscitó el debate a favor y en contra del evento, empezó a rondarme por la mente un título: Petardas y petardos.

Y, claro está, dado el significado de ambas expresiones, podría interpretarse como una crítica política en toda regla. Y nada más lejos de la realidad. Lo que pasa es que la RAE no me lo pone fácil O quizás es lo contrario, que me lo ponen demasiado fácil a la hora de hacer un juego de palabras.

Como todo el mundo sabe, "petardo" es un artilugio pirotécnico, y muchos de ellos explotando al mismo tiempo dan lugar a la tan controvertida mascletà madrileña, exenta, por cierto, de controversia cuando se realiza en Valencia.

En esa acepción, no tiene femenino. Sin embargo, el diccionario define "petardo/a" como "persona pesada, aburrida o fastidiosa" y, al contrario de lo que suele hacer, ofrece un ejemplo en femenino. ¿Casualidad?

La cuestión es que, una vez más, se alude al género femenino para ofrecer connotaciones peyorativas, lo que no sucede al contrario. El petardo pirotécnico es siempre masculino, pero el metafórico tiene forma femenina que, además, es la más usada. Más casualidades.

Y, siguiendo esta línea, no he necesitado devanarme demasiado los sesos para encontrar otros ejemplos, además de los del mundo animal, muy evidentes después de los ríos de tinta que ha generado nuestra representante eurovisiva.

Pensemos en por qué se usan las palabras "maris", "marujas" -últimamente también "charos"- para aludir a mujeres que se consideran dentro de determinados estereotipos. Cursis unas, cotillas las otras. Y unas y otras, por supuesto, haciendo "cosas de mujeres".

Hasta se ha creado un verbo, "marujear", que, también según la RAE, es hacer lo que se considera propio de marujas o marujos. A leer esto, creí tener una epifanía. ¿Acaso los señores académicos habían dado cancha por fin al lenguaje inclusivo? Pero mi gozo en un pozo.

Resulta que, como nombre femenino, "maruja" es una mujer que se dedica solo a las tareas domésticas y a la que suelen asociarse ciertos tópicos como el chismorreo o la dependencia excesiva de la televisión, lo que el propio diccionario considera despectivo.

¿Y qué es "marujo", entonces? Pues "el hombre que actúa como una maruja". O sea, que ser maruja es malo siempre si eres mujer, y ser marujo es malo porque no se actúa como se espera de un machote, faltaría más.

Por no hablar de que se considera despectivo el dedicarse solo a las tareas domésticas, que ya les vale. Primero, por el propio adverbio "solo", como si ocuparse de la casa fuera poca cosa. Por otro, por el desprecio que supone a tantas mujeres que se dedicaron a eso, sencillamente, porque la sociedad no les permitía dedicarse a otra cosa.

Para rizar el rizo, acudiré a otro término usado con intención despreciativa, el de "marica" o "maricón". Pues bien, resignificaciones aparte, resulta que etimológicamente proviene de "maría", y se construyó como insulto para los hombres que parecían o hacían cosas de mujeres. Ahí es nada.

Para que luego digan que el lenguaje es inocente. En cualquier caso, espero que estas reflexiones no les parezcan un petardo, que nunca se sabe. Lo que sí sé es que, si alguien considera este texto "cojonudo", es que le parece estupendo -o de puta madre, que siempre acabamos pagándola las progenitoras-.

Sin embargo, si le parece plúmbeo o intragable, no dudará en calificarlo de "coñazo". Es decir, lo de siempre. Lo femenino es negativo, y lo masculino positivo.

Es lo que hay. Pero podíamos pensar estas cosas un poquito antes de abrir la boca. O una poquita. ¿Por qué no?