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Van Loo, el luthier que recorrió medio mundo y terminó en Vigo por amor

Nacido en Países Bajos, vivió en Argentina, Francia, Hong Kong, México y Estados Unidos, aprendió el oficio en la EMAO y hoy regenta un taller donde repara, pone a punto y construye guitarras y bajos
Jean Marc Van Loo trabajando en su taller en Vigo.
Treintayseis
Jean Marc Van Loo trabajando en su taller en Vigo.
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En una de las laderas del monte de O Castro se sitúa la calle Aríns. Allí, a escasos metros de distancia del Conservatorio Superior de Música de Vigo, se encuentra el taller de Jean Marc Van Loo, un neerlandés que llegó a la ciudad por amor y que hoy se dedica al tradicional oficio de luthier.

Lejos del mundanal ruido y en la parte superior de una empinada cuesta, Jean Marc abre las puertas de su taller, situado en el bajo de un edificio de una altura, a Treintayseis. "Está insonorizado y los vecinos no se quejan del ruido, además nos llevamos muy bien, somos buenos amigos", confiesa.

En el taller, se mezclan instrumentos, madera, electrónica y estanterías repletas de material. Jean Marc se dedica a ajustar, reparar y también fabricar guitarras y bajos. Se formó en la Escuela de Artes y Oficios de Vigo, la EMAO, entre 1999 y 2004 en arpa y tiene su propio espacio desde 2009.

Buenos Aires, Francia, Hong Kong y México

Pero antes de llegar a Vigo, su vida dio muchas vueltas. De Países Bajos "solo de nacimiento", como él asegura, con un año y medio se trasladó a vivir a Buenos Aires, Argentina, en la primera mitad de los años 70. Una época convulsa en el país que ejemplifica en varias anécdotas, como el día que estalló una bomba en su escuela mientras él desayunaba en su casa o cuando la aparición de un helicóptero hizo que su padre los encerrase en casa con las luces apagadas. "Podías desaparecer de un día para otro, aunque siendo extranjero era más complicado, porque estabas controlado por la embajada de tu país", cuenta Jean Marc.

De Argentina a Francia y, posteriormente, a Hong Kong. "A los 16 años estaba todo el día en la calle, me sentía 'chino'. Me hice colegas con los que no podía hablar, pero íbamos a las salas de videojuegos y pasábamos ahí la tarde". Por ser gwailo, un "fantasma blanco", como llaman a los caucásicos, tenía sus privilegios "sólo por el color de piel, pero nunca me aproveché de ellos, yo quería mezclarme entre ellos". Para eso, aprendió lo más importante de un idioma en estos casos: las palabrotas.

Regresó a Francia para realizar los estudios de marketing y después trabajó unos meses en México, donde se habían instalado sus padres. Su siguiente parada fue en 1996 y, sin duda, fue la más importante. "Me fui a Estados Unidos a estudiar música un año y allí conocí a Pili". Viguesa y bajista de Desvirgheitors, uno de los primeros grupos punk de Galicia, fue la razón para que llegase a la ciudad.

Vigo, síntesis de todo lo que había vivido

Tras tres años separados mientras él trabajaba en París en jornadas maratonianas que podían llegar a las 14 horas, "con media hora de pausa para el bocadillo", decidió que era el momento. "Conseguí una gran venta para mi empresa, de un millón de francos, y anuncié que me iba. Todos se sorprendían de la decisión, me decían que estaba loco, que qué iba a hacer en una ciudad perdida en Galicia", cuenta entre risas.

En Vigo encontró, asegura, una síntesis de todo lo que había vivido: se habla español, tiene montañas y mar como Hong Kong, y se dio cuenta de que su sentido del humor encajaba. "No sabía que existía la retranca gallega y vi que yo la tenía". De hecho, en una gira por Andalucía con uno de los grupos de los que ha formado parte, se lo refrendaron. "Allí nadie entendía nuestro humor, hasta que lo iban aceptando. Me dijeron 'tú gallego no eres, pero de Galicia vienes'", dice orgulloso.

Fue aquí donde decidió qué quería hacer: "Mi vida no quería que fuese ganar 'pasta' a toda costa, quería tener una vida más humilde". Así que, en un momento catártico después de su aterrizaje, ante la pregunta de Pili de "si pudieras hacer cualquier cosa ahora mismo, qué harías", respondió: un bajo eléctrico. Se apuntó a la EMAO y se formó en arpa e instrumentos de cuerda para, una vez terminados los estudios, centrarse en guitarras, eléctricas y acústicas, y bajos.

De lo aprendido en la Escuela de Artes y Oficios, sacó en claro la importancia de la madera para la creación de instrumentos, "las eliges por peso o por sonido", y detectó errores en la formación de la escuela. "Hay falta de visión a largo plazo, no va en una dirección concreta. Se mezclan alumnos que lo ven como pasatiempo y los que quieren dedicarse a esto de manera profesional, a aprender un oficio que sea tu trabajo".

"Marca" Van Loo

En el que es su oficio, se dedica a reparar y ajustar guitarras y bajos, pero también a construirlos. Con Samuel, de Comodoro, en A Coruña, está diseñando un bajo; y ya a la venta tiene la VOO, una guitarra eléctrica de viaje que asegura que la compran "por si acaso" muchos músicos con guitarras más caras y que terminan tocando con ella.

De hecho, Luis Tosar tiene una. El propio Van Loo fue el que se la entregó después de una actuación en Santiago de Compostela. "Después de tocar, estaba hablando con la gente del grupo y no paraba de mirarla". Cogió la guitarra y se la ofreció: "Pruébala, si te gusta, me la compras". Al cabo de unos meses, Tosar se puso en contacto con él para decirle que la quería.

Un oficio apasionante

El trabajo del luthier consiste en "entender cómo utilizar las herramientas, cómo se trabaja la madera, saber qué equipamiento hay que utilizar para los clientes que te dicen 'quiero sonar así'. Muchas veces, entran con una idea y salen con otra". Para Jean Marc, lo más difícil y a la vez lo más apasionante es que "tienes que ofrecer algo que se adapte a lo que busca el cliente, a veces es un trabajo de psicólogo".

"La mayoría de los clientes me dejan el instrumento y me piden que les diga qué le parece. Eso solo puedo saberlo probándolo, ajustándolo y sintiendo cómo vibra". De hecho, le entregaron una Gibson, pero nada más cogerla, notó algo extraño: "Mi cuerpo me decía que había un problema, pero no sabía cuál era". La misma sensación siguió después de hacerle un "ajuste rápido", así que la desmontó. Su cuerpo tenía razón: no era una auténtica Gibson.

Jean Marc se pone manos a la obra. Su labor tiene forma de guitarra acústica. Mientras trabaja, explica que, si bien antes de la pandemia había épocas de más trabajo, como el verano, cuando muchos músicos necesitaban poner a punto sus instrumentos, ahora "es más aleatorio".

Quizás, la llegada de la Navidad y los regalos pendientes hagan que el pico de trabajo crezca para el luthier que abandonó el marketing y París por amor y que ahora trabaja la madera para que consiga encontrar una melodía que ponga banda sonora a su vida.

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