Cualquiera que se asomase el martes a las redes sociales sabe de qué estamos hablando. Jamie Oliver, chef de fama mundial por los programas que produce la BBC, proponía como receta del día su versión particular de la paella: con paprika, guisantes, zanahoria, pollo... y chorizo. La animosidad entre España y la pérfida Albión se inflamaba en un troleo que no tenía precedentes desde que Forocoches intentase bautizar al mayor navío de la flota inglesa con el nombre del almirante que la humilló.

La explosiva reacción entre los tuiteros consistió a medias en indignación impostada que se expresaba en chistes sobre recetas absurdas y montajes, y en auténticos reproches por menospreciar la tradición gastronómica española. Para la tarde, la controversia había saltado a la prensa británica: The Guardian comentaba con humor que el cocinero había logrado lo que no pudo la política, unir a los españoles.

Lo cierto es que por mucho que España ponga el grito en el cielo por el sacrilegio paellero, no es ni mucho menos la polémica más grave que a la que el cocinero inglés se ha enfrentado por alterar una receta. Como el propio diario nos recuerda, el chef ya levantó una polvareda hace dos años precisamente con otro plato arrocero: el jollof, típico de África occidental. Pero en aquél momento, la indignación atravesó fronteras. Desde el continente negro se elevaron gravísimas acusaciones, del neocolonialismo al racismo.

Al igual que en el levante peninsular, el arroz es un ingrediente básico preciado en la dieta africana. El jollof tiene por base este cereal sazonado con una salsa muy especiada de tomate, cebolla y carne o pescado. Cada nación tiene su ortodoxia a la hora de preparar la receta y cada una defiende la autenticidad y primacía de la suya. En Ghana se sirve con plátano frito, en Nigeria es anatema añadirle zanahorias y guisantes, y el Liberia es el marisco lo que de ningún modo puede figurar.

Entre este abanico de posibilidades, ¿cuál fue el pecado en los fogones cometido por Jamie Oliver? En julio de 2014 presentaba su receta para un jollof, también llamado benachin, como explicaba en un largo preludio antropológico para homenajear su importancia cultural. Arroz de grano largo, puré de tomate, pollo... Todo iba bien encaminado hasta el toque final, las especias. "El diablo está en los detalles" - rezaba el texto en la web de Oliver como presagiando la catástrofe: el chef proponía "europeizar" el plato con cilantro o perejil, hierbas que no forman parte de la cocina africana tradicional. Tampoco las rodajas de limón que incorporó.

No era un asunto menor. No lo era en absoluto. Un chef británico "europeizando" el plato tradicional africano fue interpretado como "apropiación cultural", un escalón justo por debajo de las acusaciones de "neocolonialismo" y "racismo" que también se repitieron en las redes. "Nuestros platos no serán colonizados" - era la proclama tuitera. La controversia generó su propio hashtag: #JollofGate. Otra mediática cocinera, Ozoz Sokoh, de origen nigeriano, le aleccionó sobre la importancia del respeto al "contexto cultural", algo que según ella había aprendido tras la reprimenda de una lectora por preparar empanadas argentinas... con la especia colonial por excelencia, el perejil.

Meses después, cuando el #JollofGate se había disipado, las métricas indicaban que el debate había alcanzado a casi tres millones de usuarios. Se habían generado más de 500 posts sobre el asunto. Curiosamente, la paella era el ejemplo más común para ilustrar el sacrilegio culinario perpetrado: "¡No insultarías a los españoles preparándola con fideos!". Y la prensa británica atribuía al escándalo el mismo efecto unificador que ha tenido según ella el #Paellagate para España: por primera vez  los pueblos de África dejaban de lado la discusión sobre quién preparaba el mejor jollof para unirse contra un enemigo común. 

En una sociedad multicultural como la británica, en la que las tensiones raciales y postcoloniales están enquistadas desde hace generaciones, las controversias en las que asoma la sospecha de racismo suelen tener un efecto fulminante sobre las figuras públicas. Pero Oliver no vio empañada su popularidad en lo más mínimo. Se limitó a emitir un comunicado en el que insistía en que era meramente "su versión" del plato. Y eso fue todo. Desde entonces su emporio de programas, libros y restaurantes no ha dejado de crecer. En 2015 facturó 116 millones de libras, más de 130 millones de euros.

El comunicado que presentó como respuesta al JollofGate es probablemente más de lo que escucharemos nunca en referencia a la paella con chorizo. Y no es que rehuya las polémicas: tras el 'brexit' clamó en Facebook para evitar que "el puto Boris Johnson" llegase a Downing Street. Jamie Oliver tiene otras cosas en que pensar que en la indignación tuitera castiza. Se encuentra de visita de Canadá, donde espera reunirse con el primer ministro Justin Trudeau para presentarle su plan de lucha contra la obesidad infantil a través de una alimentación sana. "Es muy emocionante para nosotros" - declaraba el chef en la televisión canadiense. "Justin parece estar haciendo lo correcto. Y si él lo hace, otros países le seguirán". 

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