Álvaro Ramos.

Álvaro Ramos.

Opinión ANDAR Y CONTAR

Un año de andar y contar

Publicada

Recuerdo perfectamente aquella tarde cálida de octubre, en una Sevilla otoñal que parecía aún no haber dejado del todo el verano. En una mesa de la plaza de la Magdalena, alrededor de tres cafés y una conversación pausada, nos reunimos —como un pequeño triunvirato periodístico— el director de este medio, Manuel Moguer, el profesor de universidad, Francisco Javier Cristòfol y un servidor.

Hablábamos, sin prisas, del estado de la profesión, de los nuevos retos que acechan al periodismo y de la necesidad de seguir contando lo que pasa, aunque cambien los formatos o los tiempos. De aquella charla, entre la reflexión y la complicidad, surgió la idea de esta columna. Una propuesta lanzada casi al aire que Manuel acogió con entusiasmo, y que hoy, un año después, me permite mirar atrás con gratitud.

Aquella tarde tuvo algo de especial. En torno a aquella mesa, nació lo que acabaría siendo un compromiso semanal con la ciudad y con sus lectores. Porque escribir columnas, más que un ejercicio de estilo es un modo de estar en el mundo: observar, pensar y compartir.

Como bien decía Manuel Chaves Nogales, a quien debo el título de esta sección, se trata de “andar y contar”. Y eso es, exactamente, lo que he hecho durante estos doce meses, caminar por Sevilla con los ojos abiertos y transformar lo cotidiano en relato.

En cada columna he intentado dejar constancia de una mirada, la del periodista que camina entre las hojas caídas del otoño, las luces navideñas, la alegría de la Feria o el fervor de la Semana Santa. También la del ciudadano que se detiene ante lo pequeño, como una conversación en un bar, el escaparate de una librería o el rumor de una plaza al caer la tarde.

Cada texto ha sido una pequeña ventana abierta a la ciudad, un fragmento de ese caleidoscopio particular sevillano que he ido conformando con cada texto.

No ha sido fácil. La escritura periódica impone una disciplina férrea, una búsqueda constante de temas y un pulso interior con la página en blanco. Hay semanas en las que las ideas se amontonan y otras en las que parecen esconderse. Pero, con el tiempo, he descubierto que ese vértigo también forma parte del oficio y, de alguna manera, hasta tiene su encanto.

Escribir cada semana obliga a mirar de otra manera, a prestar mucha más atención a las cosas que nos rodean y a pensar con más calma las ideas.

Quizá por eso, esta columna se ha convertido en un refugio, porque en un tiempo dominado por la prisa y el ruido, escribir ha sido mi forma de detener el mundo por unos minutos. Una pausa necesaria para intentar comprender lo que sucede y compartirlo con quienes cada semana se asoman a estas líneas.

Sin esperarlo, se ha transformado también en una cita con los lectores. En un diálogo que no cesa y que me ha enseñado tanto como la propia escritura.

Este primer año ha sido, sobre todo, un aprendizaje. Me ha permitido reafirmar que las palabras no solo cuentan lo que pasa, también ayudan a entenderlo y a darle sentido. Cada columna ha sido un paso más en ese camino de andar y contar, una manera de seguir explorando esta ciudad que nunca se agota y que siempre ofrece una historia nueva.

Y, en ese recorrido, he descubierto el placer de encontrar la frase justa, pero también el valor de dar un paso al frente cuando es necesario para alzar la voz, porque escribir también es comprometerse con la ciudad y con su gente.

Comienza ahora un nuevo ciclo, con la misma ilusión del primer día y con el deseo intacto de seguir caminando y narrando lo que veo. Porque, al fin y al cabo, andar y contar es mucho más que una fórmula periodística, para algunos, es una forma de vida.

Gracias, una vez más, a Manuel Moguer por su confianza, al profesor Cristòfol por haber sido testigo de aquel primer impulso, y a todos los lectores y lectoras que cada semana dan sentido a estas palabras. Seguiré, como hasta ahora, andando y contando.