Es viernes por la tarde, ya casi anocheciendo. He dejado atrás la Torre del Oro y tengo el edificio Cristina a mi izquierda. La gente joven se reencuentra, se chocan la mano entre ellos y a ellas las besan. Ellas van más arregladas y elegantes que ellos. Un traje negro y cabello rubio, otras dos apoyadas en un banco distraídas con el móvil, otros y otras salen del metro. Disfrutan estos días sin colegio, instituto o universidad.

Me acerco al antiguo bar Coliseo y a mi izquierda veo otra vez la Torre del Oro, me paro y veo su cúpula brillar sobre el fondo celeste oscuro del anochecer, son poco más de las nueve. Miro atrás y el rótulo luminoso de Tío Pepe resalta con sus luces blanca, roja y azul sobre uno de los edificios de Plaza de Cuba.

Sigo adelante pasando delante del edificio de los Guardiola y veo una grandiosa luna encima de la calle San Fernando iluminando tras las palmeras una de las esquinas de la Fábrica de Tabacos y algunas ventanas del Hotel Alfonso XIII.

Resplandece la diosa Híspalis de espaldas rodeada de cuatro grandes peces que expulsan un chorro de agua por la boca muy abierta en la gran fuente en medio de la Puerta de Jerez, mientras los niños debajo juegan bañándose con los surtidores. La dama de Sevilla tiene una actitud melancólica y misteriosa porque la mayoría de los que pasan a su lado la ignoran y siguen distraídos hacia delante pretendiendo descubrir a una Sevilla sin pararse un poco a que les sea desvelada.

La temperatura es agradable, ya se ven al principio de la Avenida de la Constitución más extranjeros que españoles. Sorprendentemente, corren aceleradamente patinetes conducidos por jóvenes sin cascos ni cuidado alguno entre los transeúntes que no esperan ser interrumpidos en su libre tránsito por estos artefactos junto a algún ciclista con prisa. Incluso pasa por el medio de la Avenida, ya casi llegando al Casablanca, una bicicleta de montaña con música incorporada y muchos decibelios, sin distinguir en los alrededores a ninguna pareja de la policía local que ponga orden a tanto caos.

Anochece aún más, se aleja la música ensordecedora y una pareja va delante nuestra cogida de la mano junto a cuatro japonesas que miran su móvil dudando hacia dónde ir. Los pájaros y su trinar despiden el día con su dulce sonido.

Dos recipientes con granizada de limón que se mueve destacan en la barra de un bar que hace esquina, unas extranjeras pasan hablando inglés con un español que intenta ligar con ellas y una bicicleta de Glovo atraviesa transversalmente la avenida. De frente, un hombre pensativo con la mano en el bolsillo, manga corta y una mirada seria, y una chica sentada en un banco frente al escaparate de Ale-Hop que abre una caja de auriculares comprobando que todo está bien.

Comienzan a aparecer mantas blancas en la acera izquierda con los números 22 y los apellidos bien grandes de Ronaldo, Messi, Beckham, Marcos Alonso, con jóvenes negros delgados y altos, sentados en unas especies de puff vigilantes por si tienen que recoger su mercancía precipitadamente si aún queda un municipal en esta ciudad hoy, en el primer viernes de septiembre.

Bancos de madera descolorida junto al bar Casablanca donde todas sus mesas altas en la terraza están reservadas según nos indica un camarero que corre con una bandeja en la mano hacia el interior del angosto local en el que infructuosamente intentamos buscar un hueco para que nos sirviesen una cerveza con tapa. ¡Está reservado todo! ¡En la barrita!

La Bodega Morales también estaba llena, como siempre, y las tres mesitas de fuera estaban ocupadas por chicas que salen solas y tienen delante una cerveza o una Coca-Cola sin ningún aperitivo. Fluyen mis recuerdos en este bar con mi padre cuando me hablaba de sus tiempos de estudiante de medicina tomándose un clarete y unos cacahuetes con sus amigos de la tuna, al llegar los efluvios del vino alojado en sus toneles.

Por eso fuimos a Las Teresas a nuestra esquina favorita y nos apoyamos en la barra de mármol blanco bajo sus jamones colgantes. Saludamos a Luis Sánchez, su dueño, quien ordenó a su camarero retirarnos la bebida que ya no conservaba su frescor inicial para sustituirla por otra rebosante de espuma y muy fría.

Y allí nos quedamos hasta pasada la medianoche con Luis hablando de aquellos tiempos en los que todo era más fácil, sin teléfonos móviles ni tantas prisas, recordando algunas noches en Las Teresas con personajes de Sevilla que tenían sus dos o tres bares favoritos en los que ejercían su señorío y soltaban sus frases hechas cuando ya llevaban encima unos cuantos whiskies.