Comenzamos en la Plaza de la Constitución en la famosa cafetería La Canasta escondidos en el callejón junto al arco desde donde se ve pasar a la gente. Allí, en una mesita, veía pasar junto a mi a los que iban y venían. Delante, se situaban los turistas para tener un recuerdo de ese arco y el callejón, quedando inmortalmente reflejados en una foto. Los farolillos verdes se sostenían a cierta altura en la plaza y la temperatura a la sombra era soportable dada la cercanía del mar.

La contemplación ayuda a que nos relajemos y no importa que pase el tiempo. Ves pasar a muchas personas que no conoces y no entiendes lo que hablan. Algunos esperan a que nos levantemos viendo que nuestros cafés y zumos llevaban tiempo agotados en sus recipientes, pero su esperanza se desvanecía al observar que no teníamos prisa en abandonar ese mirador privilegiado.

Decidimos caminar y visitar el Museo Thyssen atravesando la bella plaza y sus edificios históricos. Tomamos una calle que recordaba de mi viaje de hace unos cinco años cuando vine a Málaga a unas jornadas de fin de semana y pasaba por ahí corriendo a horas tempranas hacia el puerto.

Recorrimos las salas del museo y aunque algunas obras son dignas de admirar, como la Santa Marina de Zurbarán, una Inmaculada anónima, óleos de la Semana Santa de Sevilla y el Guadalquivir, algunas marinas y pinturas costumbristas, yo solo pensaba en el Museo Picasso. Cuando nos acercamos a nuestra meta pasando por la Catedral, recordé aquella cita con unas clientas mías aquel agosto y el almuerzo en la Plaza del Carbón.

Esas pequeñas calles junto a la Catedral con mesitas donde los turistas comen, las tiendas de regalos, las macetas colgantes, los balcones, los tejados, el blanco encalado y el color marrón claro, ojos bonitos de mujeres que crees haber visto antes, la búsqueda de la sombra para huir del sol y la cercanía de Picasso, nos llevaron a la Bodega el Pimpi, donde no había estado nunca.

Como era víspera de Feria y la entrada era angosta, íbamos muy despacio descubriendo lo sorprendente del lugar y su originalidad en su estilo andaluz y flamenco entre rondeño y sevillano del barrio de Santa Cruz. Nórdicos, ingleses, franceses, italianos y pocos españoles estaban acomodados en mesas altas y las barras; correteando con la bandeja en alto los camareros al ritmo de la música de sevillanas y flamenco en una tarde calurosa que olía a vino, a vino prohibido.

Ojos verdes, azules, celestes, melenas rubias ¿Eran todas nórdicas o yo me fijaba más en ellas? El ruido incesante entremezclado con el guitarreo y el cante, algunas palabras entrecortadas de conversaciones perdidas que me recordaban a esas tabernas junto a la Mezquita cordobesa: es Andalucía. Subimos escalones y el camarero nos indicó que en esa sala ya no admiten a más comensales. Bajamos y pasamos entre la gente otra vez, más peldaños y entonces vimos una sala alargada a nuestra izquierda donde tampoco había sitio.

Eran más de las tres y al fondo una puerta nos llevaba a una plaza repleta de mesas ocupadas. Por fin, un joven se apiadó de nosotros y pudimos reposar en una cómoda mesa de uno de los salones y disfrutar de un salmorejo y una ensalada malagueña exquisitos.

Rápidamente acudimos a solo un minuto de allí al museo del genio del siglo XX y ya el edificio y sus majestuosas dependencias anuncian que encontraremos lo que buscamos. Por fin, disfruto de obras de Picasso en Málaga, tras visitar años atrás el museo Picasso de Barcelona y el de París, la Tate Modern, Reina Sofía, el Moma y otras pinacotecas que acogen obras del pintor malagueño.

Ahora percibo sus obras de forma distinta, imagino al artista pintándolas y quedarse extasiado tras sus últimas pinceladas, después de leer varias biografías sobre él. Incluso ayer adquirí dos nuevos libros sobre Pablo Picasso. Cuando ves sus cuadros piensas en su estudio, sus mujeres, sus ojos, su sonrisa, su seriedad, su asombrosa personalidad y su forma de ver el mundo.

Mujeres, objetos, lienzos, óleo, metal, madera, arcilla, cartón, un gallo interpretado por Picasso delante de una pintura con tonos anaranjados y amarillos. Al lado, otra imagen de mujer con un verde intenso y dos círculos rojos que son sus senos. Un personaje sentado que hemos de imaginar, una joven tendida desnuda en tonos marrones y negros, trazos cubistas, playas con niños y palas: el universo Picasso.