Luis Romero

Luis Romero

Opinión

De San Martín a Lima

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Ayer viernes debía tomar el tren hacia Madrid a las 10:20 horas pero mi reloj interior hizo que me despertase mucho más temprano de lo que indicaba mi despertador.

Así que a las 6:00 comencé una caminata con destino a la Alameda de Hércules disfrutando del frescor matutino y la tranquilidad de la ciudad a esas horas.

Sobre las 6:45 horas, cuando me encontraba delante de la Iglesia de San Martín, vi un mensaje de mi amigo y compañero Miguel que hacía referencia a nuestro posible viaje a Lima para intervenir en un juicio importante.

La casualidad hizo que cuando yo estaba pensando en ese viaje, mirara mis WhatsApp y observara que mi colega acababa de escribirme.

Por lo que me atreví a llamarle a esa hora tan temprana para hablar de los pormenores del posible viaje a Perú para bien entrado el verano.

Y como ocurre muchas veces, con el móvil pegado al oído, nos pasamos hablando un buen rato mientras recorría calles del centro que visito con frecuencia y que a esas horas apenas son transitadas por vehículos, como si fueran peatonales.

Y cuando iba andando por la calle Condes de Torrejón contemplando las casas señoriales o más tarde por la calle Castellar, yo pensaba en mi último viaje a Lima hace tanto tiempo pero cuyo recuerdo no ha podido borrar el transcurso de los años.

De repente, me vi en la planta veinte del JW Marriott desayunando y disfrutando de las vistas del Pacífico a través de los ventanales con los hombres pájaro aproximándose a nosotros e incluso impactando en el vidrio las botas de uno de los monitores con su paramente y una señora a sus espaldas que se había arriesgado a practicar ese peligroso deporte.

En mi cabeza tenía esas imágenes del océano ahí abajo junto a la Rosa Náutica, Larcomar, Miraflores, el Malecón, escenarios de muchas de las novelas de Vargas Llosa, nuestro escritor favorito que en realidad sigue entre nosotros a través de su obra eterna.

Fueron unos días de una actividad frenética desde nuestra cena en el Club Nacional la primera noche hasta nuestro discurso en la Universidad Autónoma del Perú.

Antes, habíamos madrugado la primera mañana para desayunar con el presidente de la Corte Suprema y repasar después nuestras notas para la intervención por la tarde en la Sala Nacional sobre el delito de lavado de dinero. Sin apenas descanso, el último día tendrían lugar nuestras conferencias en la Fiscalía de la Nación y la de la Universidad.

Pero los momentos entre esos actos, corriendo por Larcomar en un clima húmedo bajo los cielos nublados de Lima, el rugido del mar abajo y la presencia de bellas jóvenes peruanas que pasaban al lado antes de subir a la habitación desde donde divisaba una gran parte de la ciudad en las alturas, han venido muchas veces a mi mente volviendo ahora de nuevo.

O aquella cena en el Central cuando uno de los comensales recibió por sorpresa la visita de su novia alta y con estilo de modelo obsequiando a su pareja con un gran beso en la boca mientras degustábamos un vino chileno antes de visitar un bar de moda en San Isidro con jóvenes en la calle despreocupados y con un futuro prometedor por delante.

Allí en la noche de los tiempos cuando ya ha entrado bien la mañana en Sevilla, camino ahora por Mateos Gago hacia la Plaza de la Alianza junto al Alcázar. Poco tiempo después, en mi mesa del tren hacia Madrid ya me veía en la Gran Vía acercándome a mi oficina.

Adquiere mucho más sentido la tierra en la que vivimos cuando volvemos a ella desde ciudades que nos hacen contemplar en su debida perspectiva las maravillas de nuestra muy noble Sevilla.