La medicina ha sido tradicionalmente una profesión que combina ciencia y humanismo. El conocimiento médico no debe limitarse exclusivamente a las herramientas de diagnóstico y tratamiento de las enfermedades, sino que también debe extenderse a las áreas más propias y específicas del ser humano. La comprensión del sufrimiento humano, y el abordaje de la influencia que la enfermedad tiene sobre la biografía del paciente son aspectos sustanciales e intrínsecos a la práctica médica. El comportamiento ético del médico, su capacidad de compadecer y empatizar, su respeto a la dignidad del enfermo y su visión humanística de la profesión son elementos íntimamente vinculados a la medicina.
En los últimos años, la formación de los futuros médicos en España ha evolucionado de modo sustancial. El desarrollo de nuevos planes de estudios, el impulso formativo que ha proporcionado la simulación clínica y el fomento de la investigación biomédica son elementos novedosos y relevantes del aprendizaje de los estudiantes de medicina.
Sin embargo, se debe realizar una profunda reflexión sobre si la formación médica actual en España está priorizando la creación de “expertos en biología de las enfermedades” en detrimento de la formación de médicos con una visión integral de la persona enferma.
Como profesor de ética médica en la Facultad de Medicina de la Universidad de Sevilla, he venido observando en los últimos años un incremento de la demanda académica de temas científico-técnicos, probablemente influenciada por las exigencias del examen de acceso a la formación de Médicos Internos Residentes, lo que amenaza con relegar las disciplinas humanísticas a un segundo plano. La biología molecular, la inteligencia artificial o la medicina genómica son vistas actualmente por los alumnos como áreas médicas más atractivas que la cinética, la comunicación clínica, la antropología médica o la historia de la medicina, las cuales frecuentemente son concebidas como áreas de menor valor académico y menor relevancia curricular.
Esta polarización de la formación del futuro médico en los campos científicos y técnicos en detrimento de la formación humanística es preocupante. Las decisiones y dilemas éticos en la práctica clínica son extraordinariamente frecuentes. ¿Cómo abordar el problema de la información y el consentimiento informado en pacientes que tienen un deterioro cognitivo? ¿Cuándo suspender un tratamiento médico fútil? ¿Cómo participar en la sostenibilidad del sistema sanitario manteniendo una actitud ética? ¿Cuál debe ser el grado de compromiso con un paciente, teniendo en cuenta que este ha puesto toda su confianza en que el médico guardará en secreto todo lo transmitido en el marco clínico? Estos y otros dilemas forman parte del quehacer cotidiano del médico, y son mucho más comunes que excepcionalidades científicas de mayor resonancia mediática.
La medicina actual vive el riesgo de la fascinación tecnológica. El médico que focaliza su atención en la tecnología corre el riesgo de olvidar cuál es el propósito fundamental de su trabajo. La medicina no consiste solamente en curar enfermedades, sino en atender a la persona enferma en toda su integridad. El médico debe conocer cuál es el impacto de la enfermedad en la persona enferma, tiene el deber de respetar su dignidad, debe conversar con ella, acompañarla. No es suficiente con establecer brillantes diagnósticos y aplicar novedosos tratamientos, sino también asistir al paciente cuando la terapéutica no es eficaz y proporcionar alivio y consuelo en casos de enfermedades incurables.
El profesor Laín Entralgo definía el acto médico como: “un encuentro entre dos seres humanos, donde uno ofrece su saber y cuidado y el otro le entrega su confianza”. La dimensión relacional de la medicina es intrínsecamente humana.
Debemos reevaluar el modelo de formación de los futuros médicos españoles. Ello no implica que se deba renunciar al rigor científico ni a la alta tecnología, sino ponerla al servicio de la acción médica. La formación en escucha activa del paciente, comunicación clínica, ética médica, humanismo médico, etc. debe integrarse en los programas formativos de las facultades de medicina y no deben ser consideradas asignaturas “maría”. Con ello, se promoverá una formación médica que no se limite al saber científico, sino que abrace también la dimensión humana de la relación clínica: el contacto, la mirada, el silencio… como claves de una medicina integral y verdaderamente comprometida con la persona.