Y esas tardes en la puerta de una caseta de un amigo nuestro, recostados en la baranda y viendo pasar a la gente, todavía antes de oscurecer y sin pensar en el final de la Feria; a los veintidós años. Disfrutando con la amistad de nuestros amigos, conversando con ellos, expectantes hacia lo que aconteciera esa tarde y la noche que se aproximaba. Y pensando en nuestro amor por esa chica que aún no llega y que nos imaginábamos tan elegante a punto de aparecer por esa esquina a la que no quitábamos ojo.
Entran unos y entran otros, y la caseta ya tiene ambiente, pero nosotros seguimos fuera sin querer que anochezca, disfrutando del frescor de la tarde y sus olores. Ya está encendido el alumbrado, cuando aún el cielo es celeste y se ven las calles cada vez más llenas, y las ráfagas de perfumes femeninos que pasan ante nosotros a la vez que unas sevillanas sonrientes, elegantes, sobre tacones altos y que miran de reojo ante nuestra insistente contemplación.
El perfume me embauca y me sublima, a ello soy propenso,
y me transporta a un lugar sin nombre de forma asombrosa
por eso… no quiero que se vaya ese aroma oriental e intenso
que ha emanado de la piel de esas mujeres hermosas.
Porque no nos importa que hayamos quedado con nuestras novias para que pasen y se dejen invitar por nosotros a una copa, que aún queda mucha noche, y total, sólo hemos querido ser unos buenos anfitriones y quedar bien con ellas. Y cuando lleguen las que esperamos, al grupo pueden unirse. Y siguen entrando señores con trajes azules y cuellos blancos, con animada conversación, con efusivos saludos ya a la entrada a los que se alegran de encontrar de nuevo.
Y dentro de la caseta: la luz, música flamenca, las primeras palmas, el hablar nervioso de los camareros pidiendo unas raciones, y el ruido de los vasos de cerveza y las copas de manzanilla sobre el mostrador. Y el taconeo en la tarima de la entrada protagonizado por una pareja de jóvenes que son las primeras que se atreven a salir al tablao, animadas por las palmas de los que están en las sillas de anea bajo los carteles de feria y la ventana con rejas y dos macetas a sus lados.
Y en ese momento me fijo en cuatro mujeres vestidas de flamenca:
La primera, descansa su rubia melena
sobre el tejido negro con lunares blancos
que cubre su espalda morena.
La segunda, tiene una oscura y ondulada melena
que hace que sus rizos descansen en su hombro
cubierto solo en parte por su camisa crema.
La tercera, morena y con una chispeante
mirada de ojos sorprendidos,
ofrecía sus carnosos labios a la noche entrante.
Y la cuarta, tiene unos ojos verdes que me miran con nobleza
y me invitan a observarlos, viste toda de negro,
es alta y me incita a asir su delgada cintura con destreza.
La noche ya esta aquí, con el ruido de fondo de los sonidos de las tómbolas, las sirenas de los cacharritos y el rugir del gentío que se mueve por todo el Ferial. Con una temperatura primaveral que nos llena y nos añade más euforia en un mar de gente que pasa sin cesar.
Y escucho muy de cerca los estribillos de una sevillana de letra eterna e inmemorial:
Besaba la luna, tu sombra y la mía,
Tu sombra y la mía,
Besaba la luna
Mirando a tus ojos,
mi sueño nacía.