David de Miranda, Juan Ortega y Pablo Aguado al culminar el paseíllo en la Maestranza.

David de Miranda, Juan Ortega y Pablo Aguado al culminar el paseíllo en la Maestranza. Empresa Pagés-Arjona

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Sevilla

El aplomo de David de Miranda, el toreo de Juan Ortega, la firmeza de Pablo Aguado... y la sensibilidad de Sevilla

Miranda y Ortega cortan una oreja cada uno de diferentes estilos ante una corrida exigente y desigual de Victoriano del Río. El banderillero Araujo resultó herido.

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La feria de San Miguel ha arrancado con fuerza en Sevilla y no solo por el cartel de 'No hay billetes', sino también por las audiencias que seguro echarán humo en la televisión de todos los andaluces. Que así sea.

Pero sobre todo por el aplomo de David de Miranda, que sustituía a Manzanares tras convertirse en uno de los nombres de la temporada, el toreo de Juan Ortega y la torería y firmeza de Pablo Aguado, que ha estado muy por encima de su lote. Sin duda, el peor de una corrida exigente de Victoriano del Río y Cortés.

Y también, porque si no la Maestranza no sería la Maestranza, por la sensibilidad de Sevilla y su afición. Rompía la tarde con un sentido minuto de silencio por la muerte hace un mes de María del Mar Tristán, heredera de la Banda del Maestro Tejera, tras no superar una larga enfermedad.

Su padre, José Manuel Tristán, no podía contener las lágrimas en el balconcillo del tendido 11 mientras el público se partía las manos aplaudiendo.

Y por si fuera poco, hoy también se despedía un gran picador y un buen hombre, Salvador Núñez se despedía de Sevilla tras 35 años en activo, la edad de María del Mar cuando murió, entre los sones de la banda Tejera mientras picaba al último toro de su vida, cuya muerte le brindó Pablo Aguado.

Con todo este condimento, tampoco faltaron los sustos, pues los banderilleros Cándido Ruiz y Araujo fueron prendidos de fea manera, resultando herido el segundo.

David de Miranda llegaba a Sevilla en una temporada clave en su carrera dejando claro que se pone de verdad y que se encuentra como un pez en el agua entre los pitones. Ese es su sitio, el que muchos no pisan.

Con el primero puso a los tendidos maestrantes con el corazón en un puño, casi sin toro y sin música. Replicó un quite por chicuelinas de pellizco de Aguado por gaoneras sin enmendar una zapatilla, que también es otra forma de pellizcar.

Ya en la muleta el de Victoriano nunca humilló, lo que no le importó para quedarse impávido entre los pitones entre miradas que asustan, pero donde sabe que puede cortar las orejas. Una en Sevilla y en la China Popular.

Con el exigente quinto sonó la música pronto, pero la faena se amontonó al principio, sin conseguir un trasteo limpio. Volvió a meterse entre los pitones, pero la emoción no fue igual y saludó desde el tercio. Los arrimones son importantes para los triunfos, pero el toreo fundamental también lo será por los siglos de los siglos.

Juan Ortega no tuvo opciones con el primero, con dos pitones enormes, y con la embestida muy descompuesta y sin querer entregarse nunca.

Con el cuarto sí pudo el trianero lucirse con el capote, sobre todo con un quite a la verónica de manos bajas. El puyazo enmendó al animal y fue una máquina de embestir con más bravura que clase.

Tanto que no le dejó ni brindar pues cuando se disponía a hacerlo, el toro le sorprendió y él resolvió la papeleta con unos doblones con mucha torería.

Con la rodilla en tierra y torerísimos genuflexos siguió con el trasteo poniendo en pie al personal con derechazos de mano baja y enjundia. De enorme estética como fue el final con ayudados por alto y un sublime natural. Eso sí, por ese pitón no tuvo ni uno más y Ortega no perdió el tiempo. Cortó una oreja, la gente pidió la segunda pero la colocación de la espada frustró un mayor triunfo.

Se partió de salida un pitón el tercero de la tarde, el toro preferido del ganadero, y salió en su lugar un animal áspero, que nunca se entregó a la muleta de Pablo Aguado y mira que le buscó las vueltas.

Lo mejor del sevillano llegó en el sexto dibujando lances con su capote que fueron carteles de toros, al igual que con la muleta ante un toro que no fue fácil. Siempre tuvo que acortar las series, pero ahí quedaron esos profundos naturales de un torero de una torería exquisita sin premio.

Pero qué más da... "Las orejas son despojos", decía Curro Romero, que gracias a Dios ha visto los toros desde su casa tras recibir el alta hospitalaria.