
Mëstiza en Icónica Santalucía Sevilla Fest.
Manos arriba sin ser un atraco: la Plaza de España vive un asalto sonoro de flamenco y tecno de la mano de Mëstiza
Icónica Sevilla Fest ha apostado este año por una programación ecléctica que desembocó anoche en una rave flamenca con un espectáculo sorprendente.
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Muchos se preguntan —como ya sucedió con Rasca y Pica en Los Simpsons o, de forma más castiza, con Sonia y Selena— quién es quién dentro del dúo que conforma Mëstiza.
En este caso, las culpables de que la Plaza de España de Sevilla se convirtiera en una rave flamenca con sabor a feria techo son Pitty Bernad y Belah, las DJ que anoche ofrecieron uno de los espectáculos más sorprendentes y virales del Icónica Santalucía Sevilla Fest.
En un cartel que este año ha apostado por una programación ecléctica y para todos los públicos, la bola de la suerte cayó en una propuesta que descoloca, fascina y hace sudar a partes iguales.
Porque lo que hacen Mëstiza no es solo mezclar música electrónica con flamenco: es una performance con estética torera, manos al cielo y un catálogo de sonidos que va del tablao al beat con absoluta naturalidad.
Vestidas con una suerte de trajes de luces con llamativos brillantes —una en plata, la otra en oro—, gafas de sol y sombrero cordobés, las DJ conquistan el escenario, eso sí, cervezas y vápers en mano.
Agitan los brazos al ritmo de las palmas, animando al público con el gesto gitano de quien canta una bulería. Y Sevilla, que entiende de compás, responde.
El público llena la explanada frente al escenario y no se despega. Graban, bailan, corean. Raro es ver a alguien quieto. Porque lo que suena no es cualquier cosa: es Aire, de José Mercé, transformado en una base tecno.
También se reconoce Bandido, de Azúcar Moreno, pasado por un filtro futurista, u Obsesión, de Aventura, convertida en un canto a la electrónica romántica.
Así hasta completar una sesión donde los sintetizadores se dan la mano con el cajón, las guitarras se funden con loops, y los taconeos virtuales compiten con los bajos.
Se oyen palmas que redoblan, algunas desde la mezcla, otras desde el propio público, que sigue el ritmo como si estuviera en una caseta.
Porque eso es lo que genera Mëstiza: una especie de discoteca andaluza itinerante, una verbena sin fecha de fin, donde puede sonar tanto Una gitana del Rastro, de Parrita, como Me pongo colorada, de Papá Levante, sin que a nadie le chirríe.
Entre los temas más celebrados estuvo Orobroy, de Dorantes, cuya versión electrónica provocó un momento de trance colectivo.
Un tema difícil de olvidar es Alegría de vivir, de Ray Heredia, el canto que se aproximó al final que despidió un concierto que fue, más que un bolo, una experiencia.
Por el camino, sonó también Te estoy amando locamente, de Las Grecas, Se nos rompió el amor, de Rocío Jurado, y una base con tintes árabes —difícil de encasillar, pero efectiva— que convirtió el recinto en una pista de baile con alma de zoco.
Mëstiza no da respiro. Saltan, ríen, agitan sus brazos como si en cada mezcla se les fuera la vida.
Y con ellas, lo hace el público, que durante casi dos horas se mantiene en alto, entregado al compás, como si la Plaza de España se hubiera trasladado por una noche a otro planeta donde el flamenco y el tecno conviven sin prejuicios.
Manos arriba, esto no es un atraco, pero sí un asalto sonoro, una declaración de intenciones y una forma de entender la música desde la raíz y el futuro. Sevilla aplaude, baila y, sobre todo, se lo cree.