
Una persona sin hogar pide dinero frente a un supermercado. Sevilla
Casi 800 personas viven en las calles de Sevilla: "Cada vez hay más migrantes y gente con trastornos mentales"
Están expuestas a múltiples riesgos al carecer de un techo bajo el que protegerse, especialmente ante el calor extremo en verano.
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“El sinhogarismo es un fenómeno mundial”, afirma José Luis García, delegado de Asuntos Sociales del Ayuntamiento de Sevilla. La capital andaluza no es una excepción. De hecho, quienes trabajan a pie de calle con esta población aseguran que “cada vez se ven más personas con trastornos mentales e inmigrantes” sin hogar.
Estas personas están expuestas a múltiples riesgos al carecer de un techo bajo el que protegerse, especialmente ante fenómenos meteorológicos extremos como los que se avecinan con la llegada del verano, con termómetros por encima de 40 grados.
Según el último dato oficial disponible, correspondiente a octubre de 2024, en Sevilla hay 765 personas censadas en situación de calle. Frente a ellas, el equipo humano de la UMIES (Unidad Municipal de Intervención en Emergencias Sociales y Exclusión Social) está formado por 126 profesionales.
Durante las olas de calor, el Ayuntamiento habilita unas instalaciones con 156 plazas, que se refuerzan con 40 adicionales durante la campaña estival, más otras 20 si se activa la alerta y otras 20 en el centro de día, según datos aportados por la UMIES.
Aun así, estas plazas no son suficientes para cubrir la demanda real. “No hay plazas para todas las personas, pero tenemos otras alternativas”, señala García.
Entre ellas, se recurre a hoteles, hostales o pisos de tránsito. “Habría que contar con más recursos”, admite el delegado, “pero no solo para personas sin hogar, sino para todas las situaciones sociales”.
No todos quieren acceder a albergues
No obstante, no todas las personas sin techo quieren utilizar estos servicios. Los motivos son variados: desde quienes lidian con adicciones hasta quienes presentan problemas de salud mental.
“También hay quienes no quieren entrar en el albergue porque no les resulta cómodo”, añade García. En ese sentido, explica que existen normas: “Se puede fumar, pero en el patio; no se permite el consumo de drogas ni alcohol, y hay horarios de descanso que deben respetarse”.
Para atender a quienes deciden permanecer en la calle, interviene personal como Laura Pacheco, coordinadora técnica del Servicio de Atención Social Inmediata en Emergencias Sociales y Calles de UMIES.
Pacheco insiste en que “el perfil de una persona sin hogar es muy heterogéneo”. Para ella, lo determinante no es tanto la situación económica como la existencia (o no) de una red de apoyo.
La red de apoyo
“La vida puede darte un golpe en un momento clave y, si no tienes red, puedes acabar en la calle, aunque tengas ingresos”, afirma.
Generalmente, las personas que viven en situación de sinhogarismo en Sevilla comparten una característica: “Tienen una red de apoyo frágil o que se ha roto con el tiempo”.
Muchas de ellas llevaban antes “una vida completamente normativa”, señala Pacheco. “Han tenido trabajo, casa e incluso una vivienda en propiedad”.
Esta situación afecta especialmente a personas con adicciones, trastornos mentales o inmigrantes que llegan completamente solos. “A veces la situación en casa se vuelve insostenible y el vínculo familiar termina por romperse”, explica.

Trabajadoras de UMIES en Plaza Nueva.
En realidad, quienes presentan trastornos mentales graves no deberían estar en la calle, sino siendo atendidos por el Sistema de Atención a la Dependencia. Pero esta vía, en palabras de Pacheco, es un recurso que está “colapsado”.
Esto provoca un efecto arrastre: “El colapso de ese sistema provoca que el nuestro —dirigido a la emergencia social— reciba a personas que no pueden acceder por otras vías. Las atendemos con recursos que, en principio, están diseñados para gente que no tiene nada”, denuncia.
El equipo humano de UMIES, compuesto por 126 profesionales, integra una amplia gama de perfiles: trabajadores y educadores sociales, psicólogos, integradores y monitores. Todos con el mismo objetivo: procurar el bienestar y la inclusión social de quienes viven en la calle.
Construir vínculos
Una parte clave de su trabajo consiste en construir vínculos de confianza con estas personas. “Sabemos, en líneas generales, dónde suelen pernoctar”, comenta Pacheco, “pero no siempre es fácil encontrarlos en el mismo sitio”. Por eso es fundamental la constancia y la presencia regular en las calles.
“Hay que trabajar el vínculo. Crear confianza para que estén dispuestos a colaborar con nosotros, a que podamos fijar citas, establecer rutinas o acordar lugares de encuentro”, insiste.
Cuando un nuevo caso entra en el radar del equipo, lo primero es presentarse y explicar qué puede ofrecerse. “Se intenta conocer sus preferencias, saber qué es lo que quieren cambiar en su vida”, explica.
A partir de ahí, se marcan objetivos personalizados, algunos a corto plazo, otros más ambiciosos y que requieren más tiempo.
Las gestiones van desde lo más básico —garantizar una alimentación adecuada y una higiene digna— hasta trámites administrativos: conseguir una cita médica, renovar el DNI, empadronarse o derivarlos a entidades especializadas en determinadas necesidades.
El trabajo de campo es intenso, constante y en muchas ocasiones, invisible. Pero es ahí, en la calle, donde se sostiene buena parte del escudo social que evita que muchas personas se queden completamente fuera del sistema.