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Al Real en camello: el año más loco de la Feria de Abril de Sevilla en plena crisis veterinaria cambió la fiesta
Los sevillanos se pusieron imaginativos en los años 90 cuando la peste equina dejó a los caballos en sus cuadras.
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Al Real en un coche de... camellos. Ha leído bien. No de caballos, de camellos. Los años 90 fueron un momento de crisis sanitaria para los equinos y obligó a los sevillanos a echarle imaginación para sacar sus enganches.
La gran mayoría de los sevillanos acuden a la Feria de Abril, entre los barrios de Tablada y Los Remedios. Muchos cogen el metro hasta las paradas de Blas Infante o Parque de los Príncipes y luego andan unos escasos cinco minutos hasta que pisan el Real. Otros, optan por el taxi. Los más atrevidos tratan de encontrar aparcamiento por calles cercanas.
Sin embargo, el camino y sobre todo el transporte que este vecino de Palomares del Río eligió para bajar desde el Aljarafe sevillano hasta la Feria de Abril es lo más surrealista nunca visto, de hecho, roza lo increíble.
Era entonces abril de 1990. Cientos de caballistas y feriantes veían como los preparativos de todo el año pronto tendrían resultado, en los días venideros estarían desfilando por las calles del Real de la Feria de Abril con sus coches de caballos. Uno de ellos era el vecino de Palomares del Río Eduardo Pallarés, de 46 años de edad, propietario entonces de una empresa de aceite llamada El Quema y padre de tres hijos y una hija.
El mayor de sus hobbies, además del flamenco y el Sevilla F.C, siempre fueron los caballos. Presumía en la ciudad por poseer algunas de los mejores equinos, como una pareja de mulas que desfilaban en la plaza de toros La Maestranza y que más tarde logró sumar a su ganado. Para él, como para tantos sevillanos, la Feria de Abril era un antes y un después en el año, el momento para el que su casa se preparaba con nervios y alegría.
Caballos listos
Desde la licitación de los permisos, la preparación de los carros, la doma y alimentación de los animales o los trajes de sus hijos, Eduardo, como cada año, lo había preparado todo para la Feria, que aquel año comenzaba el 24 de abril, siendo la noche anterior la conocida como del Pescaíto. El Alumbrado. El pistoletazo de salida para la Feria 1990. La caseta a la que acudía año tras año, llamada El Camarote y situada en el número 50 de la calle Joselito el Gallo ya esperaba engalanada la llegada de sus socios.
Pallarés, el ideólogo de llevar un camello a la Feria de Abril en 1990. Sevilla
Pero este año iba a ser distinto a los demás no solo para Eduardo, sino para todos. La peste equina acechaba por la zona de Algeciras y el Campo de Gibraltar, en Cádiz. Varios caballos habían muerto como consecuencia de esta enfermedad proveniente de Marruecos. Por ello, la decisión del gobierno local del momento fue atajar el problema de forma radical, prohibiendo de forma tajante y mediante una carta informativa la entrada de caballos en el Real de la Feria de Sevilla a tan solo veinte días de su pistoletazo de salida.
Para Pallarés, esta fue la peor de las sorpresas. Consideraba que la decisión se tomó a la ligera y sin un conocimiento exhaustivo sobre el tema. “La mayoría de los dueños de las bestias llevábamos el año entero alimentándolas y cuidándolas al detalle, sabíamos que no teníamos por qué temer a una peste de la que aún no se tenía suficiente información”. Y aún así, para la desgracia de todos los caballistas, el mensaje era claro: “La Feria de Sevilla de 1990, sin caballos”.
La idea del año
La decepción creció entre los dueños de los caballos y los sevillanos, pues la imagen de una Feria sin caballos no cabía en ninguna cabeza. Al mismo tiempo, este vecino de Palomares ideó un plan. Una noche con amigos en uno de los bares de la ciudad se encendió una bombilla para Eduardo Pallarés.
A sus oídos había llegado que del circo que había tenido lugar días previos en el municipio vecino de Mairena del Aljarafe aún quedaban materiales por recoger. Entre ellos uno de los camellos que había sido parte de un número escenográfico. Por circunstancias -desconocidas para Eduardo pero ni mucho menos importantes- el propietario de este animal había decidido venderlo. Pallarés recuerda como sin dudarlo se acercó a Mairena y zanjó la negociación en unas 150.000 pesetas. El camello viajó en uno de los camiones en los que el palomareño transportaba el aceite hasta Palomares del Río.
Veinte días lo alimentó en su parcela. “Comía y bebía como si no hubiera un mañana”, rememora con nostalgia. “Llamé a un buen amigo y le dije si se atrevía a intentar domarlo, ya que mi intención era atarlo a un carro”. Y así fue, con la ayuda del atrevido domador, Eduardo Pallarés logró domesticar al animal mientras que la Feria ya estaba a la vuelta de la esquina.
Este sevillano explica cómo encargó un cabezal para el camello y casi parece ser capaz de oler “la peste que echaba el animal”. Tanta, que tuvo que lavar su boca con una mezcla de pastas y Zotal. Le comunicó a su círculo de amigos la idea que rondaba su mente. Unos movidos por el trasfondo del asunto y otros por lo divertido de la experiencia, se sumaron. Once en total fueron los que dieron el sí al descabellado plan que Eduardo estaba llevando a cabo. Algunos de ellos tan conocidos como el cantaor gaditano Manuel Mancheño Peña, El Turronero, cantaor de flamenco que entonaba las bulerías como pocos; o el expresidente del Sevilla F.C, Luis Cuervas.
Todos tras el camello
El 24 de abril de 1990, primer día de Feria de Abril, un coche de caballos, acostumbrado a llevar de tiro a una pareja de mulas, salía de Palomares empujado por un camello hacia Sevilla. Como era de esperar, la gente con la que se cruzaban en el camino no daba crédito. El rumor comenzó a correr y para cuando el “coche de camellos” atravesó el puente que conecta al municipio de San Juan de Aznalfarache con Tablada, ya había cientos de sevillanos informados del extraño suceso.
“La gente decía que era una broma, algo propio de la guasa sevillana, hasta que nos veían desfilando muy poco a poco con un carro empujado por nada más y nada menos que un camello”. Uno de sus hijos, Edu, también acompañaba a la expedición y narra que fue uno de los momentos más especiales de su vida. “Cuando entramos en la Feria con el lento camello, la gente corría hacia las casetas a dar el aviso”.
“Hay un camello tirando de un carro”, eso era lo que escuchaban los que iban siendo llevados por el animal de enormes dimensiones. La incredulidad de la gente crecía por momentos hasta que prácticamente todos los allí presentes vieron lo que estaba sucediendo. Padre e hijo miran al pasado y sonríen con lo que aquello fue y lo que sintieron al desfilar por el albero de la Feria con la puesta en escena más espectacular posible.
Eduardo Pallarés, que era el que tiraba del camello, por fin alcanzó su caseta de Joselito El Gallo, donde amigos y familiares quedaron boquiabiertos por lo que veían, al igual que la ristra de personas que los seguía.
La Guardia Civil
“Todo iba sobre ruedas cuando escuché las sirenas, dos motos y un coche de la Guardia Civil venían hacia nosotros a toda prisa. No se me olvidará jamás lo que me dijo el agente: ‘¿Usted ve normal meter un camello en la Feria?’”. Eduardo sonríe recordando el aparatoso momento y cuenta que su respuesta le salió del alma “¿Dónde pone que no se pueda meter?”.
Dada la magnitud del suceso, los entonces diputados Soledad Becerril y Alfredo Sánchez Monteseirín hablaron con Eduardo. Este último le dijo que entendiera que un camello en la Feria de Sevilla no vestía, a lo que Eduardo contestó “todos lo que venimos en el coche, tenemos caballos y bestias con todos los papeles en regla y por tanto deberíamos de estar aquí con nuestros animales, porque menos viste una Feria de Sevilla sin caballos”.
Sin embargo, estas palabras no calmaron el enfado de los guardias, quienes amenazaron con requisar el animal y detener a Eduardo. Ante esto, el ingenio del amigo que había domado al camello, un vecino de Coria del Río al que llamaban ‘Pacurrí’, fue crucial para el desenlace de la historia que hoy se sigue contando en el municipio sevillano.
Un animal amaestrado
Este, era el único capaz de hacer que el animal obedeciera y a la orden de “¡Al suelo!”, indicó al animal que se tumbara en el albero. El animal, ante la expectación de los allí presentes, plegó sus largas patas y clavó sus enormes pezuñas en el suelo. Ahora sí, con la sartén por el mango, Eduardo dijo al agente “nosotros nos vamos, eso sí, con la condición de que salgamos por la portada”. “Recuerdo cómo la gente se asomaba a los balcones para aplaudirnos”, cuenta su hijo.
Y así fue, el carro empujado por un camello salió por la portada de la Feria de Abril sobre las cinco de la tarde del 24 de abril de 1990. Cinco horas tardaron hasta Palomares. Pallarés había conseguido hacerse el camellista más famoso de España.