Diego Urdiales pega un templado derechazo en la Maestranza.

Diego Urdiales pega un templado derechazo en la Maestranza. Empresa Pagés-Arjona

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Sevilla

Diego Urdiales y Aguado acarician el toreo y Castella pierde la Puerta del Príncipe con un lote de vacas

Sebastián Castella se llevó el lote de una buena corrida de Juan Pedro Domecq.

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El público maestrante ha vivido este jueves de farolillos las dos versiones del toreo: el caro y el barato. Diego Urdiales y Pablo Aguado lo han acariciado con muñecas de seda y Sebastián Castella se ha cerrado él solo la Puerta del Príncipe con un lote de vacas de una gran corrida de Juan Pedro Domecq.

Un lote propicio para ello y para que el aficionado volviera toreando camino hacia el Real. Con la mirada puesta en el Vaticano ante el nombramiento del nuevo Papa, el cardenal Robert Francis Prevost Martínez, en la Maestranza se vivía otro cónclave.

Salió la fumata negra cuando Castella le metió el espadazo a un excelente Predicador haciendo cumplir de nuevo la sentencia del Guerra: "dicen que no hay quinto malo".

Ya en el capote cantó su buena condición. Lo dejó crudo en el caballo justo antes de que Chacón se luciera en banderillas y se fue a los medios para iniciar una faena marca de la casa, con los pases cambiados por la espalda, pero sin embarcarlo de verdad y crujirlo de pitón a rabo como Predicador merecía.

Con la primera serie con la diestra muy ligada parecía que aquello iba a levantar el vuelo, pero no. El toro se quería comer la muleta y el francés esperaba un mundo entre tanda y tanda sin que aquello terminara de romper ante un animal con mucha clase y humillación al que siempre citó en la pala del pitón y dándole medios muletazos.

Ante aquel espectáculo, rozando lo bochornoso, el palco puso pie en pared en el devenir de muchas tardes de los últimos años dándole su categoría a la plaza y en medio de una gran división de opiniones al no concederle la oreja a un toro que era de dos.

Pues este ejemplar le hubiera permitido abrir la Puerta del Príncipe al francés, que llegó a encararse con el presidente y dio una vuelta al ruedo entre aplausos y pitos.

Antes ya había cortado otra oreja a su segundo, otro gran toro de la divisa sevillana, que el mismo presidente sí concedió con la misma petición. A ese buen Mágico Castella hilvanó una faena limpia y aseada, pero sobria y sin conexión en el tendido.

Toreo caro de Urdiales y Aguado

Pero claro en ese momento, Diego Urdiales aún no había acariciado el toreo con sus muñecas de seda a un toro moribundo pero con clase que en otras manos hubiera pasado desapercibido.

Con ese Redactor el riojano ha dado una auténtica lección de temple y de sutileza en todo el trasteo, desde los cites precisos para acompañarlo con la cintura durante todo el coletazo para dejar clara otra sentencia: en el equilibrio está todo.

Con los riñones encajados y las zapatillas asentadas fue hilvanado muletazo a muletazo al ralentí una de las faenas más emocionantes de la feria. Brillante fue la última tanda de naturales con gran hondura que el público de este jueves, con más claveles en la solapa y en la cabeza, sí percibió a pesar de que la música no llegara a sonar.

Tampoco hacía falta porque eso es otra, la banda también tiene que encontrar su equilibrio porque en la faena de Castella, y mira que suenan bien, llegó hasta sobrar.

El palco tampoco le había concedido antes otra oreja a Pablo Aguado, con una petición menor, del tercero de la tarde, un toro con clase, aunque con las fuerzas justas, que sí le permitió ligarle una docena de muletazos de puro toreo sevillano con kikirikis y trincherillas sublimes.

El sexto fue el lunar de la excelente corrida, muy entipada en el toro de Sevilla, que llevó Juan Pedro Domecq a la Maestranza y poco pudo hacer en una tarde en la que se pudo observar claramente la diferencia entre el toreo caro y el barato.