El runrún golpeaba cada esquina del Congreso: desde que la portavoz del PP, Cayetana Álvarez de Toledo, había tomado su escaño, el foco estaba sobre ella. La diputada, que llevaba varias semanas de perfil bajo, sin comparecer ante la prensa, con su figura un tanto desdibujada detrás de otros perfiles del partido más calmados -como Ana Pastor, la elección de Génova para participar en la comisión de reconstrucción-, tenía previsto intervenir. 

El debate ya estaba encendido y la expectación era máxima. ¿Cómo reaccionaría? ¿Qué tono utilizaría? ¿Contaría con los aplausos de los suyos o se escenificaría esa guerra sorda que estaba librando en el seno de su partido, que siempre la coloca en la picota pero nunca, realmente, la tumba?

Pero, en ese momento, dos palabras resonaron por encima de cualquier otras, a pesar de la importancia de lo que se estaba discutiendo en el Hemiciclo.

Señora marquesa.

Y ya todo se enturbió.

A Álvarez de Toledo (45 años) la coletilla no le es ajena. Desde que se convirtió en la cara del grupo parlamentario popular, con un escaño conseguido por Barcelona, territorio hostil para los populares, el hecho de ser la XIII Marquesa de Casa Fuerte -un título que enraíza con el virrey de Nueva España durante la colonización americana, otorgado por el primer monarca Borbón de nuestro país- es uno de los arietes que utilizan sus adversarios para atacarla.

Y ella suele intentar darle la vuelta. Así sucedió durante el último pleno. El vicepresidente segundo del Gobierno, Pablo Iglesias, dirigía sus intervenciones a la portavoz del partido líder de la oposición con este apelativo. Y Cayetana se la devolvió:

Ha hecho usted referencia a mi título de marquesa. Como bien usted sabe, los hijos no somos responsables de los padres, ni los padres somos totalmente responsables de lo que vayan a ser nuestros hijos. Se lo voy a decir por primera y última vez. Usted es hijo de un terrorista. A esa aristocracia pertenece usted. A la del crimen político.

[...]

Cayetana Álvarez de Toledo durante su intervención este miércoles.

Título desde 2013

A nadie que conozca a Cayetana Álvarez de Toledo y Peralta-Ramos (Madrid, 1974), doctora en Historia por la Universidad de Oxford y periodista, además de política, le extrañó la respuesta. Lo cierto es que, aunque con contundencia, cada vez que la diputada abre la boca lo hace con un comentario, ya sea político, social o personal, meditado, del que rara vez suele retractarse. En esta ocasión no fue menos.

Quizás sea por lo íntimo que resulta para Álvarez de Toledo la esfera familiar, quizás porque la herencia nobiliaria que ostentaba su padre es algo que trasciende el hecho de portar título. O, sencillamente, que la política -española “por decisión”, francoargentina por lazos familiares- no quiera avivar la hoguera. La aristócrata ha sido contactada por EL ESPAÑOL y ha declinado hacer ningún comentario sobre su genealogía.

Pero Cayetana es marquesa de Casa Fuerte desde el 26 de septiembre de 2013. El título lo expidió un Ministerio de Justicia entonces dirigido por el popular Alberto Ruiz-Gallardón tras el fallecimiento del anterior portador, su padre, el francés Jean Illán Álvarez de Toledo y Giraud. No era la primogénita, pero un acuerdo con sus hermanos derivó en que fuese ella la heredera de la dignidad.

Juan Vázquez de Acuña, I marqués de Casa Fuerte. Juan Rodríguez Juárez / Public domain

 

El origen los titulares del marquesado de Casa Fuerte se remontan a los inicios del siglo XVIII. El rey Felipe V, primer monarca de la dinastía borbónica en ocupar el trono español, concedió al capitán general de los Reales Ejércitos, gobernador de Messina, Comandante General en Aragón y Mallorca y finalmente Virrey-Capitán General de la Nueva España, además de caballero de la Orden de Santiago, Juan Vázquez de Acuña y Bejarano, la distinción.

El marquesado, la segunda categoría más relevante dentro de los diferentes títulos nobiliarios -sólo detrás de los ducados-, fue pasando de heredero en heredero del virrey, que lo obtuvo en 1708. Antes, había sido vizconde de Hinestrosa.

Generaciones tras generaciones de hombres Acuña fueron portando la dignidad, hasta que, por falta de herederos, el título recayó en María del Carmen Lucía de Acuña y Dewitte, hermana del anterior marqués. Fue la primera marquesa de Casa Fuerte, un siglo más tarde desde la creación del título.

Por eso, el linaje cambió y los Casa Fuerte pasaron a ser Álvarez de Toledo, dado que los hijos de María del Carmen Lucía llevaban por delante el apellido paterno. En este caso, se trataba del bisabuelo de Cayetana: Pedro -o Pierre, dependiendo de la fuente documental a la que se acuda- Álvarez de Toledo y Acuña. Era primo de la emperatriz Eugenia de Montijo, esposa de Napoleón III, tal y como consta en la documentación de la época.

De hecho, Cayetana no es ni la primera marquesa de Casa Fuerte ni la primera en su estirpe en disfrutar de la arena política. Porque Pedro fue elegido como diputado en las elecciones de 1884 por la circunscripción de Palma de Mallorca, gracias a 2169 votos, de acuerdo con su ficha en la Cámara, consultada por este periódico. Estuvo presente en dos legislaturas, pero, realmente, tan sólo fueron dos años, de 1884 a 1886.

El abuelo dandy, amigo de Proust

El siguiente aristócrata en ser marqués de Casa Fuerte fue Illán Álvarez de Toledo. Nacido en Nápoles, capital de las Dos Sicilias, de origen español pero afrancesado, el abuelo de Cayetana era un dandy prototípico. Aristócrata, elegante, sutil. Estiloso, bohemio.

Pertenecía al grupo de Marcel Proust, en una pandilla de amigos de Illán que incluía también a personajes como Federico Madrazo, Robert de Montesquiou, Mariano Fortuny, Gabriel Fauré, James Abbott McNeill Whistler y Gabriele D’Annunzio. Pintores, músicos, escritores, poetas. Era el París rebosante de arte, vanguardias, de la preguerra mundial.

Portada de las memorias del abuelo de Cayetana, publicadas por Juilliard.

 

De hecho, la fascinación de Proust por Illán de Casa Fuerte, como era conocido el abuelo de nuestra protagonista, les llevó a mantener una correspondencia tan interesante que fue prefaciada en su publicación por un poema de Villena. Igualmente, el propio Illán escribió sus memorias, que no están editadas en nuestro país, Le dernier des Guermantes -un nexo más de su unión con Marcel Proust, además de la curiosidad que ambos fueran asmáticos-.

Dicen fuentes cercanas a la familia, en conversación con EL ESPAÑOL, que Illán era un personaje como los que fascinaban al escritor, que inspiró incluso a algunos de sus personajes, con la clase, la vanidad, el decoro que se le presuponía y que, en el fondo, es lo que distingue a un aristócrata.

Otra guerra, en este caso, la segunda mundial, también atraviesa la historia de los marqueses de Casa Fuerte. El siguiente titular, tras el fallecimiento de Illán, fue el padre de Cayetana: Jean (o Juan, castellanizado, dependiendo de la fuente documental a la que se acuda). No era el mayor de los hijos de monsieur Casa Fuerte, pero sí el único varón que sobrevivió. Pero tardó años y años en reclamarlo.

Padre periodista con un título sin reclamar

Concretamente, dos décadas. La segunda guerra mundial había comenzado y los nazis invadían Francia, hogar de los antepasados de Cayetana. Su padre huyó a Nueva York. Allí trabajó como periodista, al frente de la radio La voix de l’Amérique. Desde la emisora dio el anuncio del desembarco de Normandía.

Era el 6 de junio de 1944. En palabras de la propia Cayetana, “tenía 18 años y poco después zarparía rumbo a Europa y a la guerra junto con otros 6000 soldados americanos y franceses”, para ser parte de la Resistencia. En su caso, se instaló en Casablanca (Marruecos), hasta el final del conflicto.

Había heredado las maneras de dandy, seductor, de su padre. Puede que ahí resida parte de la admiración que le profesaba su hija, según relatan fuentes del entorno de la diputada popular a este diario. Como Illán, Jean era un apasionado del arte: le interesaba la música, la pintura. Pero también los negocios. Montó una empresa naviera y se hizo millonario.

Más tarde, marchó a Argentina y conoció a la madre de Cayetana, Patricia Peralta-Ramos, hija de una familia de la burguesía bonaerense. Él residía entre París y Buenos Aires. Su hija, la hoy marquesa, nació en Madrid, pero se crió en el país latinoamericano.

Quizás ese vaivén de historias, de viajes y relaciones fuera lo que le llevara a dejar el título olvidado. El linaje seguía ahí, patente, pero no reclamó el marquesado. Por eso, otra familia, en 1981, solicitó el título. Cumplía con lo estipulado para llevarlo a cabo: eran parientes lejanos.

Así, el siguiente marqués de Casa Fuerte fue Alonso de Heredia y del Rivero, también XI marqués de Escalona, XIV marqués de Bedmar, XIII marqués de Prado y XII conde de Óbedos. Enraizó en su familia y lo heredó, a su muerte, su nieto, Julio. Pero para entonces Jean volvió a reclamarlo y los Casa Fuerte volvieron a ser los Álvarez de Toledo, sentencia de la Audiencia Provincial de Madrid mediante.

Hasta su muerte, el padre de Cayetana llevó el título por bandera. Tras su fallecimiento, entre todos los hermanos -ya sin distinción de herencia por sexo-, acordaron que fuera ella la titular.

Marquesa y portavoz

Cayetana Álvarez de Toledo nunca ha disimulado su marquesado. Tampoco ha hecho ostentación de ello, al menos hasta la llegada de Podemos al Congreso. Su exmarido y padre de sus dos hijas, del que está divorciada, también formaba parte de la burguesía catalana. A Iglesias le suele referir comentarios "de marquesa a marqués", en referencia a la propiedad del líder de Unidas Podemos en Galapagar. Quién le iba a decir que su título iba a ser parte del debate. Al menos, de uno tan agrio.

Porque la situación de la portavoz en el partido no es la más cómoda, visto lo visto. Su descarte para la comisión de Reconstrucción hizo sonar las alarmas sobre su posible relevo como portavoz parlamentaria. Y las diferencias entre su tono y el discurso establecido en el argumentario de Génova cada vez son mayores.

La apuesta sorda, de momento, es otra: el presidente popular, Pablo Casado, está llevando a cabo otro tipo de oposición, un liderazgo más técnico, más taimado, menos directo. Pero, precisamente por eso, la dicotomía es cada día más patente: optar por una número dos parlamentaria que sea tu contrapunto -"Tiene un tono firme para no tener que usarlo yo", ha argüido Casado en alguna ocasión para defender a su portavoz- o por alguien puramente de partido, más moderada, más fiel, menos verso libre.

Se ejemplificó muy bien en la sesión del Congreso de los Diputados del miércoles. La consigna en el PP era clara. Todos los cañones del partido debían apuntar hacia Fernando Grande-MarlaskaLa intervención de Cayetana, muy dura con Pablo Iglesias, volvió a dividir al partido y a los simpatizantes populares en dos bandos.

Por un lado, el de aquellos que le exigen al PP un estilo de oposición más aguerrido y mucho más cercano al de Vox. Paradójicamente, el estandarte de este sector es Álvarez de Toledo, quizá uno de los altos cargos del partido más alejados ideológicamente del partido de Santiago Abascal.

Por el otro, aquellos que creen que el éxito político y la crudeza retórica no siempre son conjuntos coincidentes y que los discursos excesivamente combativos suelen acabar beneficiando al rival si no van acompañados de un plan de acción política posterior.

Es ese sector del partido que, liderado por algunos barones y en sintonía con el secretario general, Teodoro García Egea, ven en Cayetana un eslabón libre cuyas intervenciones no siempre reman a favor de la estrategia o de las tácticas decididas por Pablo Casado.

Quizás por eso se estén potenciando otros perfiles, más calmados, más templados. La elección para la comisión, de momento, es la exministra de Fomento y de Sanidad Ana Pastor. Una política de partido, de siempre, y que comienza a mostrar más garra que nunca. Aunque con un estilo bien diferente al de la marquesa de Casa Fuerte.

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