A las 13.48 horas del 13 de enero de 2019, María Victoria García, malagueña del barrio El Palo, desbloquea el teléfono móvil y llama a su puesto de trabajo, en un McDonald’s del centro comercial de Rincón de la Victoria. La mujer se encuentra pasando un día de campo junto a su novio, su hijo y otra pareja más que tiene una niña pequeña. 

Como el día está soleado y es agradable, los seis han ido a una finca rústica situada en una montaña a las afueras de Totalán, un pueblo a 10 minutos de Rincón al que se llega por una serpenteante carretera plagada de ciclistas que buscan cuestas para sus piernas. 

La parcela, de 4.439 metros cuadrados, es propiedad de David Serrano. David les ha invitado a comer una paella que en ese momento él y José Roselló, novio de María Victoria, se disponen a cocinar a leña. Nunca llegarán a probarla. 

Cuando en su trabajo le cogen la llamada, María Victoria le explica a su compañero Isidoro que ese día no acudirá a cumplir con su turno. Asegura que se encuentra indispuesta. Cuando apenas ha colgado, la joven madre, que dos años antes ha perdido a su hijo mayor por un fallo cardíaco, escucha unos chillidos cercanos. Julen, su otro niño, de dos años y tres meses, ha caído por un pozo con una boca de 28 centímetros de diámetro.

José, el padre del menor, que está con los preparativos de la paella junto al dueño de la finca, corre hasta el pozo. Intenta agarrar de las manos a su hijo. El niño cae de pie y con los brazos estirados por encima de su cabeza. 

José se lastima en sus antebrazos, pero ni se da cuenta de las heridas porque su dolor es otro. Durante unos 30 segundos escucha llorar a Julen. Llega a introducir el cabo de una manguera de riego para intentar subir a la superficie al crío. Pero el niño, cuyo cuerpo queda atrapado a 75 metros de profundidad, muere casi al instante a causa del impacto.

Ha sufrido una caída equivalente a unos 23 pisos. Como consecuencia del arrastre ha ido acumulando tierra húmeda y piedras que generan un tapón compacto sobre su cabeza.

Paella que dejaron sin comer aquel 13 de enero de 2019 en la finca de Totalán (Málaga). E.E.

Son detalles, algunos desconocidos hasta ahora, que aparecen en el sumario del caso, al que ha tenido acceso EL ESPAÑOL. A través de él, reconstruimos las frenéticas primeras horas del rescate del cuerpo de Julen.

David y los senderistas

Diez minutos antes de esa llamada, a las 13.38 horas, María Victoria ha hecho una foto con el móvil a Julen. Será la última. El niño viste un chándal de la marca Fila. En ella se le ve sentado en una silla blanca de plástico con el flequillo bien repeinado. La madre se la enseñará después a la Guardia Civil, que durante las primeras horas albergará dudas de que un crío de esa edad haya podido caer por una apertura tan pequeña. 

Tres senderistas que en el momento de la caída se encuentran haciéndose unas fotos por los alrededores del Dolmen del Cerro de la Corona, a unos 120 metros de la finca, escuchan los gritos que llegan de montaña arriba. Son Francisco Javier, su pareja, María, y un amigo, Juan Antonio. El reloj marca las 13.50 horas. 

Los senderistas piensan en un primer momento que el causante del alboroto es el perro que les acompaña. Pero como los chillidos no cesan, entienden que “algo está pasando” ahí arriba y deciden acercarse. Cuando están a unos seis metros de acceder a la finca se encuentran con David Serrano. Conduce un todoterreno de la marca Mitsubhisi de color azul oscuro. 

El dueño de la parcela se frena. Está muy nervioso, desencajado, según explicarán después a los investigadores. David, que va acompañado de su hija y de la madre, pide a aquellos tres desconocidos que llamen a Emergencias o a la Guardia Civil.

“Un niño se ha caído a un pozo”, les dice. Arranca el vehículo y se marcha con la puerta del copiloto todavía abierta.

Una vez en la explanada de la finca, los tres senderistas ven a dos personas. Un hombre y una mujer. Son José y Vicky, los padres de Julen, ambos de 30 años. Francisco Javier pregunta dónde está el pozo ya que a simple vista no se ve. José, desesperado, le indica el lugar.

Segundo por la izquierda, David Serrano. Junto a él, José Roselló y María Victoria García. Marcos Moreno / EL ESPAÑOL

Francisco Javier, que trabaja en una guardería, le pide a su amigo Juan Antonio que llame al servicio de emergencias 112. La llamada se produce a las 13.54. Han pasado en torno a cinco minutos de la caída de Julen.

Acto seguido, Francisco Javier se lanza al suelo. Incrusta su cara en la apertura de la perforación y dice a gritos, varias veces, el nombre del niño. No escucha nada. Nadie responde. Decide calmar a los padres, a los que ve “fuera de sí, llorando, gritando, prácticamente desquiciados”. 

El senderista intenta consolar a la madre del niño, que repite una y otra vez que quiere morir, que no le puede estar pasando esto, que no puede volver a perder a un hijo. María Victoria tiene muy reciente la otra pérdida. En 2017, Óliver, su hijo de tres años, fallece de muerte súbita en el paseo marítimo de El Palo, donde tiene casa la pareja. 

Francisco Javier, de manera discreta, retira de las mesas portátiles en las que iban a comer todos los objetos con los que José y Vicky puedan autolesionarse. Se guarda en el bolsillo una navaja que más tarde entregará a la Guardia Civil.

Poco a poco van llegando al lugar efectivos del cuerpo de bomberos, Protección Civil y 112 de Málaga. La Guardia Civil recibe el aviso a las 14 horas. A las 14.20, dos agentes del puesto de Rincón de la Victoria, el más próximo a Totalán, se personan en la parcela.

Julen Roselló en la finca de Totalán en la que perdió la vida. Cedida por la familia

Al ver el tamaño de la boca del pozo se muestran recelosos. A los agentes les cuesta creer que el niño haya podido caer por ese espacio tan angosto. Empiezan a buscar por los alrededores. No es que sospechen, sino que les parece algo -casi- imposible. 

La zanja 

40 minutos más tarde, a las 15 horas de aquel fatídico domingo de hace ahora justo un año, el equipo de Policía Judicial de la comandancia de la Guardia Civil en Málaga se hace cargo del caso.  A las 15.40 se persona en Totalán el agente que redacta las diligencias del caso. Los padres de Julen y la otra pareja cuentan que han llegado allí sobre la una del mediodía. 

En una primera declaración, sumamente nervioso, José Roselló explica que ve correr a su hijo hacia el pozo por una zanja en forma de L, y que la perforación se encuentra en la intersección de sus lados. El padre del niño estaba a unos 17 metros de allí, preparando leña para la paella.

Asegura que fue testigo de la caída del niño. Dice que corrió a por él, pero que no pudo asirlo a tiempo. Afirma que David le había informado de la existencia del pozo, aunque tiempo después, en sede judicial, matizará su testimonio.

Adriana, la pareja de David, cuenta que era la persona situada en el punto más próximo a Julen. Estaba a unos dos metros y medio, vigilando al niño y a su propia hija. José y ella añaden que escucharon llorar al pequeño durante unos segundos. 

La situación es angustiosa. Cada segundo que pasa es mayor. El equipo de rescate que trata de sacar a la superficie a Julen introduce un teléfono móvil a las 15.22 horas para tratar de obtener imágenes de dentro de la perforación. Los efectivos se dan cuenta de que hay un tapón que les impide continuar. En ese primer tramo al descubierto no dan con ningún rastro del niño. 

A las 17 horas en punto, tres horas y doce minutos después de la caída del niño, los miembros del equipo de rescate prueban suerte con una cámara robotizada sujeta a una sonda, propiedad de la empresa Pepe Núñez. Superan la cota de los 70 metros.

Pero Julen no está. Sigue sin aparecer. Ven que las paredes del orificio están formadas por tierra húmeda. El sumario recoge que se topan con un “suelo muy compacto” de arena y piedras pequeñas que podrían haberse desprendido a causa de la caída del menor.

Pese a que no dan con el crío, que pesa entre 11 y 12 kilos, sí encuentran una bolsa de gusanitos y un vaso de plástico. Antes de caer, Julen ha comido ese aperitivo. Es el primer indicio objetivo de que el niño puede estar ahí. En unos minutos obtendrán el segundo.

17.29 horas del 13 de enero de 2019. La tarde comienza a refrescar en lo alto de la montaña de Totalán. Algunos medios de comunicación provinciales, cuyos periodistas han acudido hasta la zona por el impacto de la noticia, ya se han hecho eco de una información que empieza a saltar a las televisiones, radios y periódicos nacionales. Este reportero realizó aquella cobertura que parecía no acabar nunca.

Justo a esa hora, por primera vez los efectivos que intentan rescatar con vida a Julen introducen por el pozo una piqueta redondeada, fina, de acero, de algo más de un metro de longitud y con una punta doblada en forma de gancho y roma. 

En algunos de los diez lanzamientos que se efectúan, los cuales se prolongan hasta las nueve de la noche, se halla hasta ocho fragmentos de pelo, tres con raíz telógena (cuando el cabello ya no crece) y cinco sin ella. 

Sobre el cabello encontrado, el forense indicó 13 días después: “Puede caerse bien por un cepillado, un lavado, un masaje de cuero cabelludo o, como en este caso, por una fricción en la caída. No significa pelo arrancado. Estos pelos pertenecían al menor”.

La autopsia, que arrancó a las 8 de la mañana del 26 de enero de 2019, duró cinco horas y media. El cadáver se había levantado a las 03.10 de la madrugada anterior. El informe forense determina que la causa inmediata de la muerte de Julen Roselló fue un traumatismo craneoencefálico y raquimedular. El galeno descarta que la piqueta pudiera haber ocasionado heridas de muerte al niño.

El rescate: 663.982€

Entre aquella última foto de Julen y la autopsia del cadáver se sucedieron un cúmulo de acontecimientos. Transcurrieron 13 días, tiempo que se empleó para diseñar y poner en marcha un dispositivo de rescate sin precedentes en Europa.

Costó 663.982 euros. Trabajaron tres turnos de 100 personas día y noche, se realizó un desmonte de 15.000 metros cuadrados y se movió 170.000 toneladas de tierra y rocas. 

Aunque primero se optó por abrir en la montaña una galería horizontal que desembocara en la cota a la que estaba el niño, más allá de los 70 metros de profundidad, esta opción se demostró inviable muy pronto por la fragilidad del terreno.

Entonces se optó por abrir un pozo paralelo al que se encontraba el cuerpo de Julen. Éste, que partía en la montaña desde una altura 25 metros inferior a la boca del otro, alcanzó una profundidad de 50 metros.

11 días después de caer por aquella perforación, un equipo de ocho miembros de la brigada de salvamento minero de Asturias se relevaron de dos en dos dentro de una jaula de 2,5 metros de altura fabricada ex profeso para el rescate. 

Dentro de ella, los mineros abrieron una galería horizontal paralela, de unos 3,5 metros de longitud, hasta el pozo de Julen. Se ayudaron de microvoladuras con pólvora y de martillos hidráulicos. Escarbaron a mano los centímetros últimos. 

Tardaron día y medio en dar con el niño, que había muerto casi al instante de caer. Fue una ardua labor que acabó la madrugada del 26 de enero de 2019. Dieron con sus pies a 75 metros de profundidad. Ellos habían descendido hasta los 75,4 metros. Tuvieron que retirar arena húmeda y piedras para poder extraerlo.

Un minero extrae tierra del pozo del que rescataron el cuerpo sin vida de Julen Roselló. E. E.

Tres semanas antes del fatal accidente, David Serrano, propietario de la finca, encargó al empresario Antonio Sánchez la apertura de dos pozos para extraer agua. Ambas prospecciones, que se realizaron los días 17 y 18 de diciembre de 2019, superaron los 100 metros de profundidad. Se hicieron sin permisos. El pocero siempre ha mantenido que selló el pozo al que cayó el niño con una piedra de 15 kilos de peso. 

David Serrano, imputado por homicidio imprudente y que se sienta en el banquillo de los acusados a partir del martes 21 de enero, sostiene que Antonio Sánchez, alias ‘Periquete’, no selló la perforación.

Versiones enfrentadas

Serrano también asegura que avisó a los padres de Julen de la existencia de aquel pozo. Ellos, durante la instrucción del caso, lo negaron ante el juez. José Roselló matizó su primera declaración ante la Guardia Civil y dijo que sabía que había hasta tres pozos en la finca, pero no que uno de ellos estuviera a sólo unos metros de donde jugaba su hijo. 

Aquellas dos perforaciones no alumbraron agua. Tras los trabajos del pocero, por los que David Serrano pagó 2.000 euros y dejó a deber 3.993 más, este encargó a una empresa que le hiciera una zanja en forma de L.

Días antes de la muerte de Julen, unos operarios rebajaron 45 centímetros el terreno en torno al pozo. Iban a levantar un muro de contención en el lado más largo de la zanja. 

Aunque David Serrano siempre ha sostenido que compró la finca, en octubre de 2018, para cultivar aguacates, la Guardia Civil sostiene que quería edificar sobre aquellos terrenos, que no son urbanizables. Aquellas obras posteriores a los pozos serían la confirmación. Finalmente, Julen corrió por aquella zanja y cayó dentro de uno de ellos.

Aquella fatídica paella que iba a unir a dos familias acabó levantando un muro entre ellas. Por el momento, infranqueable. A David, en paro, se le reclama el pago del coste del rescate y una indemnización para los padres del niño que el fiscal ha cifrado en unos 90.000 euros. 

José y Victoria, los padres del niño, no se hablan con David. José no ha conseguido perdonarlo. Piensa que, de haber sabido que allí había un pozo abierto, hoy podría seguir abrazando a Julen. 

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