Carles Puigdemont y Oleguer Pujol fueron controlados por el servicio secreto durante la larga operación que concluyó con la desarticulación de Terra Lliure para impedir que cometieran atentados durante los Juegos Olímpicos de Barcelona 92. Diez años antes, 1982, el servicio secreto envió a uno de sus agentes al hotel Meliá de Madrid para contactar con unos “empresarios” y saber cuánto costaba matar a miembros de ETA. En 2001, unos meses antes de los atentados del 11-S en Nueva York, un agente alertó de que uno de los miembros de Al Qaeda, Mohamed Atta, estaba en el madrileño Café Gijón.

Ese agente, en todos los casos, se llama Mikel Lejarza. Estas son algunas de las muchísimas revelaciones que aparecen en el libro Yo confieso: 45 años de espías, escrito por Mikel Lejarza y Fernando Rueda. Son las memorias de El Lobo, el mejor espía de la historia de España. Un agente que se infiltró en ETA en 1974 y casi consiguió su desaparición. Después, en contra de lo que mucha gente ha creído, siguió trabajando para lo que actualmente se llama CNI. 

Fernando Rueda y el Lobo.

Rueda, máximo experto español en periodisimo de espionaje y la persona que mejor conoce a Lejarza, ha escrito un estremecedor relato en el que aparece por primera vez Mamen, la mujer de El Lobo, que narra una historia humana y personal sobre los sufrimientos que entraña estar durante 40 años con alguien que vive en la clandestinidad.

Publicamos algunos extractos del libro, que acaba de ponerse a la venta. 

Busco a alguien que haga lo mismo que yo en ETA

"Cuando mi amigo Fernando San Agustín me puso en contacto con S. B. y Lemos, los dos altos mandos del CESID (antiguo CNI), y mantuvimos la primera conversación en 1989, me dejaron claro que su prioridad era poner fin a la presencia de Terra Lliure en Cataluña. El motivo era que se avecinaban los Juegos Olímpicos de Barcelona -el 25 de julio de 1992- y pretendían garantizar que se desarrollaran con tranquilidad. 

Por comentarios que circulaban entonces, en La Casa tenían cierta tranquilidad porque parecía que Rafael Vera había llegado a un acuerdo con ETA, pero son extremos que no se pueden demostrar. Lo que sí es cierto es que había una seguridad de que los etarras no iban a atentar. Por el contrario, había otra seguridad enorme de que Terra Lliure sí que iba a intentar boicotear de lleno los Juegos. Toda la atención del servicio se centraba en esa organización (...)

Toqué a varias personas e inicialmente me decanté por uno de los dos hijos de un amigo que se apellidaba Martínez, un bandarra que fue capaz de convencer a unos japoneses para que le compraran la Pedrera de Gaudí por cien millones de pesetas, y se fue de rositas. El chico era muy simpático, yo sabía que se movía en ambientes independentistas y le pedí detalles de las relaciones que tenía en ese mundo (...)

Yo me había adelantado y había buscado una alternativa. Tenía trabajando conmigo a José María Aloy y pensé en él. Lo había conocido como instructor en el campo de entrenamiento de Can Padró que llevaba Fernando San Agustín. Era un tío alto, nacido en Manresa, y hablaba catalán perfectamente, casi mejor que el español. Tenía la típica pinta de un marine, era un experto en conducción evasiva, piloto de helicópteros y especialista en extinción de incendios. Como agente en el terreno, era un tío del que se podía sacar partido. Siempre lo llevaba conmigo, muy pegado a mí, y poco a poco fui constatando que podía ser el perfecto infiltrado en Terra Lliure. 

Portada del libro 'Yo confieso: 45 años de espías'

Mi estrecha relación con Chema me permitía chequear sus aptitudes y confiar en que tenía muchas posibilidades de lograr el éxito. Comprobé que reunía ciertas cualidades que me recordaban a mis inicios, a mi propia historia de la infiltración en ETA: no sabrá de Terra Lliure, pero es catalán; nació en Manresa, cuna del independentismo; nadie lo conoce, y tiene una trayectoria limpia, con la única marca de haber trabajado en Can Padró como instructor de conducción defensiva y evasiva. Pero incluso el supuesto inconveniente podía venir bien en un momento dado, teniendo en cuenta que ese campo de entrenamiento había muchos militares, pero Chema nunca había vestido el uniforme castrense. 

Me lo empecé a trabajar: 

—Chema, yo creo que tú podrías trabajar con nosotros, en mi servicio. Me están pidiendo que controlemos a Terra Lliure. Necesito a una persona para hacer lo mismo que hice yo: entrar en la organización terrorista.

En un principio me vino con las mismas preguntas que yo me había formulado antes de entrar en ETA.

—No conozco a nadie, ¿qué hago?, ¿ por dónde tiro?

—Chema, esto no es cosa de conocer a nadie. Vives en una zona en la que hay cantidad de independentistas que tú sabes quiénes son, más o menos. Te tienes que dejar querer. Lo importante es que te hagas pasar por alguien que sea como tú mismo, que eres más catalanista que la leche. Te va a ser fácil, acércate a las personas adecuadas y ellas mismas te irán llevando a los lugares donde se reúnen (...)

Ocurrió exactamente así. Lemos vino a Barcelona con un tipo alto que estaba en Antiterrorismo, a quien iba a nombrar enlace directo con Chema, aunque Julio mantendría un enlace menor. 

—A partir de ahora —le dijo Lemos—, nosotros te iremos indicando lo que tienes que hacer y cómo lo tienes que hacer, pero deja ya a Mikel. Tú te dedicas de lleno a esto, él va por su lado y olvídate de él. 

Sin hacer caso a lo que le ordenaron a él y también a mí, me ofrecí a Chema para que hablara conmigo cuando lo necesitara. 

—Tendrás momentos difíciles, en los que te vengas abajo, habrá días en que te encontrarás muy solo. Para todos ellos, me tienes a mí. 

Fijamos un plan para concertar citas y lugares. 

—Cuando tú me llames, si es un tema urgente mencionas la palabra «monasterio» y nos vemos en el bar que está al lado del monasterio de San Cugat. Me comentas una hora y hacemos la reunión una hora más tarde (...)

El Lobo.

En 1990 Chema fue a la Audiencia Nacional, al despacho del juez Baltasar Garzón, para firmar una declaración para que el magistrado se hiciera cargo de que era un infiltrado y que cualquier cosa que pasara era por el trabajo que estaba realizando, algo que no habían hecho nunca antes. No es cierto que yo lo acompañara en ese trámite legal, lo harían los del servicio, Julio o alguno de los otros. Ojalá en mis tiempos hubiera tenido ese paraguas.

La infiltración de Chema avanzó adecuadamente desde un principio, y tuvo que entrar un tercer agente a ayudarlo, Enrique, que era ingeniero de explosivos del Ejército. El servicio se lo puso porque a Chema le mandaron colocar unos explosivos en un túnel, no tenía ni idea de cómo hacerlo y Enrique fue quien los colocó. Creo recordar que lo hizo de tal forma que no explotaran. Pero hubo más ocasiones en las que Enrique tuvo que ir a desactivar algún explosivo y hacerlo de manera que no se notara demasiado, pero no reventaran (...)

—Joder, esto es muy duro, me mandan hacer unas cosas que no veas.

—Mira, Chema, a mí no me cuentes lo que tienes que hacer, no te preocupes, cuéntame lo que necesitas, lo que quieres. Si hay algo que no puedes hacer, no te preocupes porque te lo van a hacer los del servicio. Tranquilo, ya no estamos hablando de los tiempos de Maricastaña, que eran los míos. No tengas miedo y aguanta el chaparrón. 

—Ya, pero es que aquí está metido todo quisqui, hasta el hijo de Pujol. Tienen un plan muy fuerte, van a poner bombas, van a matar. 

—Eso es lo que hace un grupo terrorista… Si me necesitas llámame, no importa la hora, me esperas en el coche, nos vamos a algún sitio, charlamos. 

Su historia la tendría que contar él. Yo solo puedo añadir que cuando se cerró la operación, en junio de 1992, salió cien por cien perfecta. Detuvieron a todos los miembros de Terra Lliure, aunque algunos de los sospechosos no llegaron a ser involucrados por diversos motivos. En los ambientes de ese grupo terrorista estaba, según me contó Chema y me corroboró el jefe del operativo del servicio, Oleguer Pujol, el hijo pequeño de Jordi Pujol, que se largó a Francia. La vinculación de Oleguer se calló por ser hijo del presidente de la Generalitat catalana. Otro que estaba en esos ambientes fue Carles Puigdemont. Era uno más entre todos los que estaban controlados, y se quitó de en medio. Olió la operación policial, se pidió un año sabático en su empresa y se largó de España. Fue listo. Hicieron ver que Jordi Pujol estaba en contra del independentismo y ahí quedó el tema (...)

A Chema le prometieron una cosa muy importante para él: una vez finalizada la infiltración, seguiría trabajando con el CESID, por lo que se hizo la idea de que sería de una manera oficial. Cuando su operación terminó, más de lo mismo: ya había cumplido la misión, la mayor parte de las veces no interesa que se quede en España, y le buscaron un contrato en Brasil con los hermanos Lao, los de las máquinas tragaperras. A los hermanos Lao ya los conocíamos nosotros y, sin ayuda del servicio, podíamos haber conseguido también ese trabajo. Tengo cierto conocimiento de que, además, le debieron dar algo de dinero. 

El oficial de caso me contó que le habían ofrecido trabajar con ellos, pero no me lo creí, porque si le hubieran ofrecido hacerlo oficialmente en el servicio, Chema habría aceptado. La salida más fácil fue buscarle un trabajo lejos. Pasó el tiempo y Chema tuvo algún problema en Brasil, creo que no lo auxiliaron y el único a quien tenía para acudir era yo, y lo hizo (...)

El precio para matar etarras

En el año 1982, meses antes de que el PSOE ganara por primera vez unas elecciones generales, de la noche a la mañana, me llamó mi oficial de caso, Bastarreche, para decirme: 

—Ponte el mejor traje que tengas, coge un maletín y te vas al hotel Meliá, te encontrarás allí un grupo de gente, unos son italianos, hay un argelino. Tú vas como empresario vasco, limítate a escuchar las cifras que te digan de por tal etarra de tal categoría tanto. Llévate una grabadora. 

La reunión transcurrió según lo que me había adelantado Bastarreche. Entre el grupo destacaba uno que era cojo y llevaba la voz cantante. Empezaron a decirme: fulano de tal tanto, mengano tanto. Recibí diversas ofertas según el tipo de personas, su importancia y los precios que les correspondían. Hablando en clave, me marcaron cantidades de dinero por las cabezas de los etarras. 

—Ok, ya hablaréis con quien tengáis que hablar —concluí antes de irme. 

Cuando vi a Bastarreche le lancé: 

—¿Qué hostias estáis haciendo?

—Es porque estamos controlando un tema.

Al poco tiempo comenzó toda la historia de los GAL. Yo me di cuenta perfectamente de lo que estaban montando. Sumé a lo vivido en esa reunión algo de lo que me enteré tiempo antes sin proponérmelo.

Me encuentro con Mohamed Atta, terrorista del 11-S

Una mañana de julio del año 2001 había quedado en el café Gijón de Madrid con Fernando Vásquez, que había sido un destacado dirigente del Movimiento de Izquierda Revolucionaria chileno. Lo que inicialmente era una reunión para charlar sobre un proyecto internacional terminó convirtiéndose es una de esas casualidades de las que informé a mi servicio pero de la que nunca supe cuál fue su actuación.

Fernando Rueda y el Lobo conversan sobre el libro.

Fernando Vásquez me esperaba en el Gijón con dos hombres muy interesantes. Uno de ellos era Bernard Courant, que fue un alto cargo del Ministerio del Interior de Francia y estuvo metido en el conflicto del Rainbow Warrior, el barco de Greenpeace al que los servicios secretos galos le pusieron en 1985 una bomba en Nueva Zelanda. Su otro acompañante era el personaje principal del proyecto, Richard Solomon, un negro del que decían que era musulmán. Unos me habían contado que pertenecía a la CIA y otros que era un renegado de la CIA. Había llegado a ser el número dos del movimiento Farrecan, que tenía más de siete millones de hombres armados en Estados Unidos. Solomon tenía un poder terrible y una gran influencia en la Casa Blanca (...)

Pero aquel día de verano de 2001 las negociaciones todavía estaban en marcha. Charlábamos sobre la situación geoestratégica de África del sur cuando aparecieron por la terraza del café Gijón tres personajes: uno era un tipo grandote y gordo, con la nariz muy afilada, tipo árabe total; otro parecía un alemán de esos de la Stasi, con las gafitas redondasy el maletín, y el tercero era un árabe pequeñito. Percibí que el árabe gordo le hacía una seña a Solomon como para que se acercara, y este lo hizo como un conejito. 

Mohamed Atta, en la fotografía que difundió el FBI estadounidense.

No tardó en empezar a pegarle voces, y le pregunté a Fernando Vásquez:

—¿Qué les pasa?

—Nada —contestó—, que le quieren hacer la guerra a Estados Unidos.

 

—¿Cómo dices? 

—Déjalos, déjalos… 

—Pero ¿estos son árabes? 

—Sí, bueno, esos dos sí y el otro no. Es de la antigua Alemania Oriental y está metido en el tráfico de armas. 

Fernando me dijo al menos el nombre de uno de los árabes, y que el gordo y grande era sirio. Le dije: «Me voy a mear», entré en el café, que tenía al fondo una cabina de teléfonos pequeña, y llamé al servicio. 

—Mira a ver si te puedes enterar de adónde van. 

—Por supuesto. 

Salí a la terraza, ellos seguían hablando y discutiendo. Le pregunté a Fernando:

—¿Richard se va con ellos?

—No, estos viajan a Salou. 

Aguanté un poco, Richard regresó con nosotros compungido y los tíos no tardaron en largarse. Vásquez le dijo algo en inglés y Solomon le respondió: «Ya hablaremos luego». Yo le pregunté al francés:

—¿Qué pasa? 

—Nada bueno, me parece que Estados Unidos lo va a tener jodido. 

Me fui otra vez al baño a telefonear a mi servicio. 

—Descríbelos otra vez.

Sé que los controlaron en Salou, y también me enteré por los americanos que cuando llegaron a Estados Unidos el FBI estuvo controlando cómo andaban practicando con avionetas. Dos meses más tarde, cuando ocurrieron los atentados con aviones de pasajeros del 11-S, no relacioné aquella historia con nada de lo que pasó. 

Como el resto de los ciudadanos del mundo, yo estaba pendiente continuamente de las noticias de los atentados, hasta que un día aparecieron las fotos de los terroristas suicidas. Una de las primeras que salió fue la de Mohamed Atta y dije: «¡Hostia, pero si este es el que estuvo con estos en el café Gijón!», y llamé rápidamente al centro:

—Este es el tío que os dije yo.

—Sí, ya ya ya, vale vale. 

Me quedé de piedra. En julio los vi en el café del centro de Madrid y en septiembre perpetraron el atentado.

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