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Buen producto y buena atención. Esa es la clave del éxito de la Pulpeira de Lola, antigua de Melide, que lleva cerca de seis décadas abierta en el barrio de Os Mallos de A Coruña. Próxima a la zona de la estación, su clientela combina turistas curiosos de países como Dinamarca o Estados Unidos que aprenden aquí a comer el pulpo con palillos o clientes del barrio de toda la vida.

Lucía Martínez era una de esas clientas habituales. Vecina de la zona, ya venía aquí con su familia cuando era una niña. Ahora, años después, es la encargada del restaurante, donde trabaja desde hace una década.

"Todo esto era monte y aquí ya se cocía pulpo", cuenta en referencia a los inicios de este local en los años 60, cuando el barrio de Os Mallos estaba por construir.

Los orígenes de esta pulpeira se remontan al año 1930 en Melide, donde Lola conoció a su marido antes de venir a A Coruña. Una vez en la ciudad, continuaron el negocio familiar asentándose finalmente en su ubicación actual, la ronda de Outeiro.

En la actualidad, la hija del matrimonio, Carmen, es la dueña. "Ella nació ya casi con las tijeras de cortar el pulpo en las manos", bromea Lucía, que recuerda todo el trabajo que sacó adelante Lola tanto en el local como en las ferias.

Plato de pulpo de la Pulpeira de Lola. Carmen G. Mariñas

La pulpeira se hizo tan conocida que lo que de Melide pasó a llamarse la de Lola. Ahora, el trato cercano con los clientes continúa siendo marca de la casa. Mientras la encargada explica la importancia que le dan al producto de calidad, los últimos comensales del día se despiden de ella y le comentan: "Muy rico todo Lucía".

"Somos un local pequeño con un estilo tradicional", resume, sentada en un banco de madera de una de las mesas decoradas con azulejos y con una lareira al fondo.

En las paredes, referencias al pulpo y a la ciudad decoran el espacio con un cuadro de Lola presidiendo el espacio.

En un local en el que incluso los turistas repiten, clientes y trabajadores son una extensión de la familia de Lola. Lucía cuenta que "en 10 años que llevo aquí he visto a la misma gente venir todas las semanas y ya sé cómo se llaman sus familiares o de qué pueblo son". 

¿El único inconveniente de trabajar aquí? "Nosotros ya casi no comemos pulpo", confiesa entre risas.