Un día, mientras tomaba un café pensando en mis cosas, un grupo de tres chicas a las que conocía de vista se sentaron cerca. Yo estaba tras una columna desde la que ellas apenas podían verme, pero yo sí a ellas si movía ligeramente la cabeza. Y después de escuchar su conversación, vaya si la moví.

Esas tres chicas pasaron un buen rato poniendo a parir a una cuarta, a la que yo entonces solo conocía también de vista, pero poco después, nos hicimos amigas.

Y entonces coincidí con esas otras chicas que, para mi sorpresa y horror, eran sus amigas mucho antes que yo y entendí que en aquella cafetería era mi nueva amiga a la que estaban poniendo a parir.

Qué pena. Pensé.

Cuando un grupo de amigas aprovecha que otra no está para hablar de ella a sus espaldas, para criticarla, para ponerla a parir.

Y qué pena también que una frase tan increíble como ‘ponerse a parir’ sea utilizada en castellano, oh sorpresa ninguna sorpresa, como algo negativo.

Porque, aunque ‘ponerse a parir’ literalmente es el proceso en el que comienza el trabajo de parto y el fin de ponerte a parir es traer una nueva vida al mundo, que es un proceso tan bonito, determinante y transformador para una mujer y su entorno, ‘poner a parir a alguien’ significa criticar o hablar muy mal de una persona, a menudo con dureza o enfado y eminentemente a sus espaldas, sin que se entere.

Esa situación me hizo aprender una lección.

Algo que, desde entonces, comparto con mis amigas cuando puedo y no voy a perder la oportunidad de hacerlo, también, por escrito.

Dile a la gente que te importa que te importa.

Y dilo más. Mucho más.

Porque (esto es para mis amigas, sí, vosotras): estáis a salvo conmigo, os protegeré siempre, os acepto, os respeto, os quiero tal y como sois. Como esa icónica frase que Mark Darcy le dice a Bridget Jones tras enumerar ella sus millones de defectos. Tal y como sois.

No seré yo quien os haga creer que no he puesto a parir a nadie en mi vida, que soy un arcángel del buenismo y que idolatro a todo el mundo. Oh no. Para nada.

He puesto a parir a gente cientos de veces, miles incluso. Ojo, merecidísimo, porque vaya gentes que a veces te encuentras por la vida…

Y lo sigo haciendo, pero con moderación.

Y a nivel profesional, también se hace, no nos engañemos.

Porque no hay la ética, la transparencia y el juego limpio que tú intentas practicar. Porque siempre está la típica que se salta las normas, la apasionada de las bajas temerarias, la que se pasa las reglas por el forro, la que le cuesta saludar pero te bichea el LinkedIn a diario o quien convoca el concurso anual de 15 agencias sin remunerar y es aficionado al ghosting…

Pero luego, te encuentras en un evento y son todo risas.

Toda mentira, claro. Es un circo.

¿Hasta qué punto puedes ser tú misma cuando quienes te rodean no son tus amigas sino gente con la que trabajas, contra quienes compites, a la que te gustaría impresionar o, sencillamente, gente que bah, ni fú ni fá, pero debes poner buena cara?

Dos besos. Sonreír mucho. Carcajadear cada chiste.

Es difícil.

Porque tienes que ser fiel a ti misma, con tus valores, tus ideas y tu profesionalidad, sin bajar la guardia, alerta, sin hablar de lo que no debes,

sin ser honesta del todo, sin ser 100% tú.

Pero volviendo a las amigas. Hay muchos tipos, y a estas alturas ya sabemos que hay amigas pasajeras, amigas tóxicas, amigas que han sido muy importantes en algún momento de tu vida pero ya no lo son, amigas que vienen y van, conocidas, compañeras de trabajo, examigas, vecinas, amigas de amigas, colegas... pero yo hablo de las de verdad.

Tu círculo más cercano, alguien que se planta en tu casa sin avisar y te parece guay, alguien que te cancela un plan en el último momento y en vez de alegrarte te da rabia, alguien a quien quieres llamar inmediatamente cuando te pasa algo bueno (o algo malo). Tu gente (aunque jamás te referirías a ellos como ‘mi gente’ porque no eres Jennifer López y probablemente les darías vergüenza si lo hicieras). Pero, eso, tu gente.

Yo adoro a mis amigas.

Y no comparto todas sus opiniones.

Y con muchas prefiero no hablar de política.

Y detesto el gusto musical de algunas de ellas.

Y no siempre estoy de acuerdo con lo que dicen.

Y a veces son intensas, pasotas, pasionales, introvertidas, obstinadas, histriónicas, hipersensibles, están muy locas, tienen muy mala leche, toman decisiones de mierda o mantienen desde los 17 años esa pésima habilidad para combinar bebidas espirituosas…

Pero son mis amigas y se merecen todo mi respeto, no las pongo a parir.

Esa lista mental de amigas y amigos que estás haciendo ahora mismo, enumerando con los dedos de las manos, es cada vez más pequeñita.

Por eso hay que decir más a esas personas que te importan.

Y si te cuesta hacerlo con palabras, hay otras maneras.

Si a tu amiga le va bien en su trabajo, alégrate por ella.

Si tu amiga crea contenido, dale un like, comenta y comparte.

Si tu amiga tiene un negocio, cuéntale a la gente lo bien que lo hace.

Si tu amiga está pasando por un momento raro, hazle ver que estás ahí.

Si tu amiga ha hecho algo que no te gusta, habla con ella, no la pongas a parir.

Hay una frase que me chifla: “Rodéate de mujeres que dirían tu nombre en un lugar lleno de oportunidades.”

Porque apoyar a las personas que quieres no cuesta nada,

pero sirve de mucho.