Sigo con preocupación el debate sobre la posible subida de la cuota de autónomos. Se habla de sostenibilidad del sistema, de progresividad, de justicia social. Pero poco se dice de los sectores que se verán más golpeados por esta medida. Y, en mi opinión, uno de los más vulnerables —y, paradójicamente, uno de los más estratégicos para la economía española— es el turismo.

Se nos dice que esta subida busca la equidad: que pague más quien más gana. Pero la realidad del turismo no es tan sencilla. Es un sector profundamente estacional, donde los ingresos fluctúan según la época del año. Muchos autónomos declaran menos no porque ganen poco, sino porque su facturación se concentra en apenas unos meses. Pedirles una cuota fija más alta es pedirles oxígeno cuando apenas respiran.

En España, el turismo no es solo una industria. Es una forma de vida, un motor económico y un tejido social que da sustento a millones de familias. Que hablen los números: el sector aporta el 12,3% del PIB, genera casi tres millones de empleos y contribuye con más de 68.000 millones de euros al superávit de la balanza de pagos. Gracias al turismo, España ha equilibrado su economía, impulsado el desarrollo regional y mantiene su liderazgo internacional.

Pero detrás de esos récords de visitantes —94 millones en 2024, ese dato que tanto les gusta destacar a los políticos— no hay grandes corporaciones, sino un mosaico de pequeñas empresas, pymes y autónomos, que representan más del 93% del total del sector turístico.

Guías, transportistas, hosteleros, cocineros, artesanos, gestores culturales, propietarios de casas rurales o pequeños hoteles familiares, periodistas y consultores como yo... Personas que trabajan sin red, con márgenes cada vez más ajustados, ingresos irregulares y jornadas que no se miden en horas, sino en entrega, cansancio y mucho sacrificio.

Sigo aportando datos. El salario medio anual en el sector turístico está por debajo de la media nacional, brecha directamente relacionada con su estructura empresarial. En una gran compañía, un camarero puede cobrar hasta un 32% más que en una microempresa. Y, aun así, la mayor parte de los empleos están precisamente ahí, en esos pequeños negocios que sostienen la vida económica y social de nuestros destinos.

Algunos dirán que “el turismo va bien y que puede soportarlo”. Pero eso solo refleja una mirada superficial que ignora la realidad: los grandes grupos concentran los beneficios, mientras los pequeños sobreviven a base de esfuerzo. El crecimiento global no significa rentabilidad local.

Otros recordarán las ayudas europeas o los fondos de digitalización, como si eso bastara. Pero esas iniciativas llegan con retraso y con demasiada burocracia. El autónomo que lleva un bar de playa o un hotel rural no tiene tiempo ni recursos para navegar entre complejos expedientes administrativos.

La Declaración de Palma

Europa, de hecho, lo ha entendido. La Declaración de Palma, firmada en 2023 bajo la Presidencia española del Consejo de la UE, insta a proteger a las microempresas turísticas y a facilitar su transición digital y sostenible. Habla de equilibrio entre rentabilidad y bienestar social, de fortalecer el tejido local y de no dejar a nadie atrás.Pero, sin embargo, aquí se sigue legislando en dirección contraria: nos piden ser competitivos pero nos suben los costes fijos; nos exigen innovar pero no nos quitan el oxígeno; se nos llena la boca con la sostenibilidad, pero ahogan a quienes la practican.

Aquí en Galicia, el impacto puede ser aún más fuerte. Esta tierra ha encontrado en el turismo rural, en el Camino de Santiago y en la gastronomía local una vía de crecimiento equilibrado, pero frágil. Miles de autónomos sostienen proyectos que dan vida a comarcas enteras y mantienen abiertos negocios que fuera de temporada apenas cubren gastos. Una cuota más alta puede ser la diferencia entre resistir o cerrar.

El turismo no es solo una actividad económica: es cultura, identidad y cohesión. Desde los años cincuenta, ha sido el gran transformador de la sociedad española. Nos abrió al mundo, modernizó el país y nos enseñó a vivir de lo nuestro.

Hoy, sin embargo, corremos el riesgo de olvidar su esencia. Subir la cuota de autónomos por tanto no es un simple ajuste administrativo: es una decisión peligrosa que erosionará la base humana de uno de los sectores que más riqueza y empleo generan en España.

Porque el turismo no se sostiene con cifras, sino con personas. Y cuando esas personas no pueden tenerse en pie, lo que se tambalea no es solo el sector, sino el alma de todo un país.