El fin de semana pasado decidí entregarme al relax. No me refiero a un spa con albornoz blanco ni a una escapada espiritual. Hablo de una versión humilde de relax: no había quedado con nadie en todo el fin de semana. Agenda en blanco. Cero compromisos. Libertad absoluta.

En esa libertad, mi novio y yo decidimos ir a cenar a Betanzos, donde ‘descubrimos’ un bar que nos encantó. Lo de ‘descubrimos’ es un decir, porque lo conoce todo el pueblo y algunos de mis seguidores de Instagram, que en cuanto subí una foto del local, lo adivinaron. La novedad fue para nosotros, que después de encontrar mesa a la primera y cenar allí el viernes, repetimos el domingo. Sin disimulo. Como quien se enamora en la primera cita y al día siguiente ya está mirando menaje en Ikea.

Pero después vino dilema: ¿compartimos el hallazgo con nuestros amigos o lo escondemos como si fuese un amante? Todos tenemos un amante bar favorito, ese refugio en el que sabes que la tortilla va a estar jugosa y la caña bien tirada. Y por eso sentimos el impulso egoísta de guardarlo en secreto. Porque si lo cuentas, corres el riesgo de que TU bar se convierta en el típico “aquí sin reserva no hay nada que hacer”.

La cuestión es que un bar no es solo un sitio donde comer y beber. Un bar es un gimnasio de relaciones sociales: unos días entrenas la paciencia (esperando mesa), otros la confianza (dejando que el camarero decida por ti) y a veces la memoria (intentando recordar tu plato favorito). También es confesionario, refugio climático, terapia. Quien no haya arreglado el mundo con una caña en la mano, que tire la primera servilleta de papel.

Y quizás por eso, los bares se parecen a las personas. Están los intensos, que al principio deslumbran y luego cansan; los clásicos, que nunca fallan; y los que descubres de casualidad y de repente quieres vivir allí. El problema llega cuando tu bar se pone de moda, como una amistad que se vuelve tóxica. Tú estabas antes, lo querías de verdad, pero ahora media ciudad quiere hacerse un selfie con tu amigo caña.

Un bar muy lleno es como una agenda demasiado ocupada: parece que da prestigio, pero en realidad solo genera estrés. Y tú lo que quieres es sentarte para aprovechar tu finde de relax estar un rato tranquila, no para pelearte por un taburete como si estuvieses en El Juego de las Sillas.

Y así es como surge ese egoísmo romántico de querer que un bar sea solo tuyo, ¿con qué orgullo vas a defender tu bar secreto, si resulta que ya es el favorito de miles de personas en Tripadvisor?

Y efectivamente, se me ha olvidado compartir con vosotros el nombre del bar.