Cuando empecé a trabajar en publicidad en agencias multinacionales en Madrid, había fiestas de despedida cada jueves.
Y había fiestas de despedida cada jueves porque cada semana echaban a alguien de la agencia o alguien de la agencia se iba a otra agencia.
Había despidos o despedidas de manera constante.
Vivíamos en un estado de ansiedad permanente.
Con miedo a que te echaran o a que tus colegas se fueran.
El caso es que había fiestas de despedida cada jueves.
Siempre salíamos los jueves. Los jueves eran los nuevos viernes.
Los jueves eran el nuevo concepto de salir.
Los jueves eran la santísima trinidad de la fiesta.
Todo giraba en torno al jueves.
Y era divertido.
Irse era una fiesta.
Irse era barra libre, alcohol, borrachera, desfase, after hours, excesos, llegar a trabajar de resaca a la mañana siguiente nunca antes de las 11am, preferentemente en taxi, desayunar en Delina’s y, con un poco de suerte, habiendo pasado antes por casa.
Irse era a lo que siempre aspirábamos. Era el punto final.
Ya fuese por una oportunidad en otra agencia o por un despido, al final la inercia de los jueves era poderosa. Había que irse.
Y era divertido.
Éramos jóvenes, no nos importaba que la gente se marchara o les despidieran porque habría algo mejor a la vuelta de la esquina. Porque si no la había, te ibas de año sabático a Tailandia o a buscarte la vida por Europa. Pero siempre había una oportunidad. Porque este mundillo es muy pequeño, porque el mercado te demanda, porque te van a recomendar. No nos importaba porque volveríamos a vernos. Había que irse.
Y seguía siendo divertido.
Porque la inercia de la agencia te impulsaba a través de las semanas, de los meses, de los años. La explotación laboral en tu cabeza era lo normal, lo de los horarios interminables molaba porque era lo que todos tus colegas de publi hacían, si tu jefe echaba más horas que el reloj, obvio tú también, y la inexistencia del concepto conciliación te permitía seguir adelante sin pensar demasiado.
La intensidad, el ritmo frenético, el entusiasmo colectivo que se vive en una agencia multinacional, if you know you know, sumado al ritmo de concursos y la exigencia de ganar premios cada año para mantenerte en plantilla hacía, en muchos casos, que la fiesta de los jueves sí fuese al final una despedida en toda regla. Y ya solo nos volvíamos a encontrar en festivales, en premios, tal vez de juerga algún jueves. Puede que un puñado de veces más. Tal vez dos. Quedando, muchos de ellos, en un bonito recuerdo.
Pero lo suyo era irse.
Aún era divertido.
Y es que esa amistad forjada a golpe de brief, de horas extra, de cañas a deshora y de cenar pizza en la agencia, de chupitos obligados y de sentirte mayor porque te dan responsabilidades siendo junior que un senior pasa de asumir, de pasar tickets de gastos como si no hubiese un mañana y de sentirte tremendamente valorada con tu flamante sueldo de 790€… une. Une mucho.
Y dejar de ver a ciertas personas duele un poco más de lo que creías.
De repente irse no es tan divertido.
Esa diversión va dejando paso a las ganas de no tener resaca, a dejar de fumar, a querer cuidarte, a tener responsabilidades más grandes, a cumplir años, a formalizar tu relación, a tener un equipo a tu cargo y después dos y luego tres, a asumir nuevos retos, a crecer, a echarte esa carga sobre tus hombros, a evolucionar, a formar una familia…
Y entonces tú no quieres irte.
Pero tampoco quieres que se vayan.
Ya no es tan fácil. Ya no mola. Ya da un poco de pena.
Porque llega un momento, que es el tuyo y tal vez no el de las demás personas que trabajan contigo, pero sí el tuyo, en el que ya no estás de paso. Un momento en el que realmente te importa estar, cuando compartir tu día a día con personas que te suman pesa más que el ego. O cuando no tener un bajón emocional los domingos por la tarde pesa más que ganar premios. O cuando sabes que vales mucho más que ver tu nombre en esa ficha técnica de una revista que nadie lee. O cuando entiendes que tener tiempo para ti, para poder priorizar lo que más te importa o para ver a tus amigas con frecuencia o para estar más tiempo con tu familia es algo que necesitas mucho más que el estrés, que la prisa, que decir que siempre estás ocupada y ese overpromise con cada brief. O cuando dejamos de romantizar lo que no tenemos para disfrutar, en todos los sentidos, de lo que sí.
Y de pronto todo tiene sentido.
Porque tal vez lo divertido es estar bien.
Saber que un proyecto bonito te espera cada mañana.
Poder trabajar con personas que te gustan y que te hacen ser mejor.
Quedarse.