En diciembre de 1917, el puerto de Halifax quedó convertido en un desierto de cenizas. Dos barcos, uno de ellos cargado de explosivos destinados al frente bélico europeo, chocaron en la dársena, provocando una detonación tan inmensa que arrasó barrios enteros, destruyó más de 2.000 casas y rompió todos los cristales en un radio de varios kilómetros. Fue la explosión no nuclear más grande de la historia, en un día en que el mundo aprendió que el peligro no siempre llega del enemigo, sino que, a veces, nace dentro de sus propios muros, en un almacén, en un descuido o en un barril mal conservado. Un siglo antes, Galicia viviría su propia versión de ese terror. Vigo, recién liberada del dominio napoleónico y aún con el pulso acelerado por la guerra, reconstruía sus defensas. El Castillo de San Sebastián, situado en la ladera inferior del Castro, guardaba pólvora, cañones y municiones, como si el enemigo fuese a cruzar la ría en cualquier momento, pero una chispa o un descuido, acabó provocando una explosión tan brutal que hizo temblar la tierra y se llevó por delante el símbolo espiritual más antiguo de los vigueses: la vieja iglesia gótica de Santa María. Lo sorprendente es que esta tragedia también fue el origen de una nueva ciudad. Y esta es su historia.
Edificios colapsados tras la explosión en Halifax. https://es.wikipedia.org
A principios del siglo XIX, Vigo era una ciudad en tensión permanente. La villa seguía bajo la alargada sombra de la Guerra de la Independencia, ya que apenas habían pasado cuatro años desde aquel glorioso 1809, cuando la ciudad había expulsado a las tropas de Napoleón, convirtiéndose en la primera plaza de Europa en liberarse del yugo francés.
Pero el miedo a una nueva invasión o a represalias imperiales aún latía en el corazón de los vigueses. La guerra no había terminado oficialmente en España y la ciudad seguía militarizada, convertida en un fortín donde se mezclaban la vida civil y la castrense.
Reconquista de Vigo. https://es.wikipedia.org
Las defensas de Vigo, compuestas por el imponente Castillo del Castro y el Castillo de San Sebastián, continuaban siendo piezas esenciales de un entramado militar que, aunque antiguo y desgastado por los siglos, seguía desempeñando un papel decisivo en la protección de la ría.
El Castillo de San Sebastián, situado donde hoy se encuentra el Ayuntamiento, estaba en una zona menos elevada que el del Castro, pero era mucho más operativo en el día a día. Era el almacén principal, el lugar donde se guardaba gran parte de la artillería pesada, los proyectiles y, sobre todo, los barriles de pólvora negra que alimentaban los cañones que apuntaban al mar.
Aquel año de 1813, la fortaleza albergaba más explosivos de lo habitual, ya que los mandos militares, temerosos de un contraataque francés o de incursiones navales, preferían pecar de exceso y querían tener suficientes suministros ante cualquier movimiento imprevisto.
Planta y perspectiva de Vigo y sus fortificaciones. https://hoxe.vigo.org
El problema es que la pólvora negra de la época era una sustancia extremadamente volátil y peligrosa. En las condiciones de humedad tan habituales en las fortificaciones costeras gallegas, la mezcla de salitre, azufre y carbón podía deteriorarse con rapidez y volverse inestable y muy sensible a golpes, fricciones o cambios de temperatura. Y eso fue, muy probablemente, lo que ocurrió.
El domingo 28 de marzo de 1813, la ciudad amaneció vestida de fiesta. Era una fecha señalada en el calendario local, pues se celebraba la conmemoración de la Reconquista de Vigo, el día en que la villa recuperó su libertad, así que la antigua iglesia de Santa María, la Colegiata, estaba abarrotada aquel día. Allí se encontraban autoridades civiles y militares, comerciantes, marineros, artesanos y vecinos, todos reunidos para la misa solemne.
Tímpano de la antigua iglesia de Santa María. https://es.wikipedia.org
Este edificio, aunque venerable y cargado de historia, hacía años que arrastraba un estado de conservación preocupante, con filtraciones de agua, humedades y debilidades estructurales que preocupaban a los vecinos, pero nadie imaginaba que su final sería tan abrupto y violento.
Porque poco después del inicio de la misa sucedió lo impensable, cuando una espantosa deflagración sacudió la ciudad desde los cimientos. El estruendo fue tan grande que se escuchó en los pueblos de la otra orilla de la ría, en Cangas y Moaña, donde los vecinos detuvieron sus labores pensando que había comenzado una batalla naval.
Dentro de la iglesia, los feligreses quedaron por un instante sordos y desorientados y el polvo cayó de las bóvedas como una lluvia seca y espesa. Nadie sabía si el techo se les venía encima por su propio peso o si un cañonazo enemigo había alcanzado la nave central y el pánico se apoderó de la multitud en cuestión de segundos.
Castillo de San Sebastián y al fondo el Castillo del Castro. https://hoxe.vigo.org
El viejo edificio gótico a duras penas se mantuvo en pie. Las puertas, afortunadamente abiertas para la ocasión, permitieron que la multitud huyera en tropel hacia la calle, en una marea humana dominada por el terror. La gente corría convencida de que la muerte estaba a segundos de alcanzarlos, pisándose unos a otros en su desesperación por ver la luz del sol.
Cuando el polvo se asentó y el silencio volvió a las calles, el panorama era desolador. La Colegiata había quedado prácticamente inutilizada. Los muros se habían agrietado de arriba abajo, partes de la estructura se habían desplomado y las vidrieras habían estallado en mil pedazos, cubriendo el suelo sagrado de cristales de colores, según recogen los documentos municipales de mayo de ese mismo año.
Castillo de San Sebastián durante la Primera Guerra Mundial. https://es.wikipedia.org
El miedo fue tan intenso que, durante algún tiempo, muchos vigueses se negaron a volver a entrar en la iglesia, convencidos de que las bóvedas podían venirse abajo en cualquier momento sobre sus cabezas. Pero la explosión no se limitó al templo sagrado, la onda expansiva, como una mano gigante e invisible, golpeó todo el casco urbano.
Buena parte de las casas del viejo recinto amurallado se resintieron violentamente. Se rompieron la mayoría de los cristales de las ventanas de la villa, se abrieron grietas en paredes maestras y muros de carga, y los tejados de pizarra volaron como hojas secas. Los vecinos hablaban de un “milagro” gracias al cual no habían ocurrido desgracias aún mayores, aunque durante semanas durmieron con el temor de que sus hogares, debilitados por el impacto, acabaran por derrumbarse sobre ellos mientras dormían.
Restos del Castillo de San Sebastián. https://hoxe.vigo.org
La catástrofe humana, aunque incierta en cifras exactas debido a la confusión del momento, dejó una huella imborrable. Las fuentes de la época hablan de al menos tres fallecidos directos confirmados: un artillero que se encontraba en el castillo, su hijo y un caballero distinguido de la ciudad, don Francisco de Lira, que habría muerto de un infarto en medio del caos de la iglesia.
Pero, ¿qué había ocurrido realmente? ¿De dónde había surgido aquella fuerza destructora? La respuesta estaba más arriba, dominando la ciudad, el polvorín del Castillo de San Sebastián.
Restos del Castillo de San Sebastián. https://hoxe.vigo.org
A media mañana, cuando la actividad en la fortaleza transcurría con aparente normalidad, el almacén simplemente estalló sin previo aviso con una explosión seca y brutal. El castillo, que había resistido ataques enemigos, asedios y el paso de los siglos, quedó herido desde dentro. La pólvora que debía defenderlo se había convertido en la causa de su ruina.
En la ciudad, el pánico se extendió durante horas alimentado por la incertidumbre. Muchos vigueses creyeron que los franceses habían regresado para vengarse de la humillación de 1809 y corrieron hacia el monte del Castro esperando divisar barcos enemigos en la ría, listos para el combate. Otros, recordando los saqueos y los incendios de años anteriores, huyeron hacia zonas elevadas del interior pensando que una nueva ofensiva estaba en marcha.
Sin embargo, las primeras investigaciones descartaron rápidamente cualquier ataque exterior. No había rastros de proyectiles, ni signos de sabotaje, ni señales de entrada forzada en la fortaleza. Todo apuntaba a que había sido algo mucho más silencioso y letal, un accidente.
Restos del Castillo de San Sebastián junto al ayuntamiento actual. https://es.wikipedia.org
La manipulación de los barriles de pólvora en malas condiciones, agravado por la humedad que deterioraba las propiedades químicas de la mezcla, fue la causa más probable. Las herramientas metálicas utilizadas para mover o abrir las barricas pudieron generar una simple chispa y, si tenemos en cuenta que en aquella época las medidas de seguridad en los polvorines eran precarias, esa chispa fue suficiente para desencadenar el infierno.
Los ingenieros militares tardaron semanas en evaluar los daños reales, pero la conclusión fue clara: la explosión había afectado a las bases de los muros, al aljibe interior y a los almacenes secundarios, así que el Castillo de San Sebastián nunca volvería a ser el mismo.
Castillos del Castro y San Sebastián. https://hoxe.vigo.org
Con el tiempo, Vigo fue expandiéndose y las viejas fortificaciones quedaron integradas en la propia ciudad hasta desaparecer casi por completo, pero en 1813, la explosión dejó una huella psicológica duradera, ya que, por primera vez desde la Reconquista, la ciudad se sintió vulnerable de nuevo.
Y en el centro de todo ese trauma estaba la Colegiata, que recibió la onda expansiva como un golpe de gracia. Las autoridades ordenaron un reconocimiento técnico exacto del edificio por parte de maestros de obras y canteros y el veredicto fue unánime y doloroso: había que demolerla. Santa María, la iglesia madre de Vigo, la que había visto crecer a la villa desde la Edad Media, no podía seguir en pie durante más tiempo.
Concatedral de Santa María en la actualidad. https://es.wikipedia.org
Aquí entra en escena un hombre clave, un gallego genial y a menudo olvidado, Melchor de Prado y Mariño. Este arquitecto, académico de la Real Academia de San Fernando, era un hombre de la Ilustración, un visionario que creía en el orden, la luz y la razón frente a la oscuridad del pasado. En 1811, ya había presentado proyectos para reformar la iglesia, pero fue el desastre de 1813 lo que aceleró sus propuestas y le dio la oportunidad de su vida. A él se le encargó la tarea titánica de diseñar el nuevo templo. Y Melchor no quiso mirar atrás.
En lugar de intentar imitar el estilo gótico del pasado o reconstruir lo que había, proyectó una iglesia totalmente neoclásica, inspirada en los templos griegos y romanos. Quería que la nueva iglesia de Vigo no fuera un refugio oscuro, sino un símbolo de modernidad, fortaleza y racionalidad.
Planos de Melchor para la nueva iglesia. https://es.wallapop.com
Las obras comenzaron oficialmente en 1816, tres años después de la explosión, pero se alargaron durante más de dos décadas debido a la falta de fondos y a las inestabilidades políticas de la España de Fernando VII, por lo que hubo que recurrir a impuestos sobre el pescado y a donaciones de los fieles para pagar cada piedra.
Finalmente, en 1838, se terminaron las obras principales. El resultado fue la actual Concatedral de Santa María, un edificio robusto, diferente a cualquier otra catedral gallega, que destaca por su acústica perfecta y su luminosidad única, y que incluía en su atrio un olivo centenario que se convirtió en el símbolo de la ciudad, dándole su sobrenombre de ciudad olívica.
Interior de la actual Concatedral. https://es.wikipedia.org
De la vieja iglesia gótica apenas queda nada. Salvo algunos restos arqueológicos, todo se perdió, excepto un superviviente silencioso de aquella catástrofe: el Cristo de la Victoria. La imagen más venerada de Vigo, esa que según la tradición favoreció la victoria sobre los franceses en 1809, estaba allí cuando todo explotó, convirtiéndose así en el verdadero símbolo de resistencia de una ciudad, un talismán que los vigueses han venerado desde entonces.
El Cristo de la Victoria en la Concatedral. https://es.wikipedia.org
La explosión de 1813 trajo mucho dolor, pero también esperanza, ya que cambió la mentalidad de la ciudad para siempre. Vigo entendió de golpe que sus viejas murallas y sus polvorines, lejos de protegerla, la ahogaban y la ponían en peligro. Las propias autoridades municipales advirtieron por escrito de que en el castillo de A Laxe existían otros depósitos de pólvora, y alertaron del riesgo de que se pudiera producir una tragedia aún mayor.
La explosión del 28 de marzo sirvió para reclamar una reorganización del almacenamiento de municiones y para exigir más control y seguridad a las autoridades militares, pero, sobre todo, fue el primer paso para que, años más tarde, la ciudad pidiera el derribo de las murallas y su expansión hacia el ensanche. Fue el catalizador que permitió convertir a Vigo en la potencia industrial y abierta al mar que es hoy en día.
Vigo a finales del siglo XIX. https://es.wikipedia.org
Hoy, muy pocos visitantes conocen el lugar exacto donde se produjo la explosión y pocos recuerdan que, en 1813, una detonación en el Castillo de San Sebastián marcó uno de los episodios más traumáticos de la ciudad. Sin embargo, aquella explosión forma parte indisoluble de su historia y explica cómo la ciudad se modernizó y reconfiguró, convirtiendo la tragedia que destruyó al Vigo medieval en una oportunidad para obligarlo a renacer.
Vigo en la actualidad. https://es.wikipedia.org
Iván Fernández Amil escribe cada semana Historias de la Historia en Quincemil. Consigue sus libros en https://www.ivanfernandezamil.com/libros
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Referencias:
es.wikipedia.org
elespanol.com/quincemil
lavozdegalicia.es
historiadegalicia.gal
cadenaser.com
culturavigo.org
galiciadigital.com
farodevigo.es
elpais.com
elidealgallego.com
vigo.org
vigopedia.es
