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En la Roma republicana del siglo II a. C., cada campaña era una guerra, pero también una apuesta política, un examen de carácter y una oportunidad de inscribir un nombre en el mármol romano, porque la gloria tenía nombres propios. A algunos generales los recordaron como “Africano”, a otros como “Asiático” o “Numídico”, pero muy pocos se ganaron un apelativo que sonaba a borde del mundo: Callaico. Roma era una máquina en expansión que medía el valor de los hombres por la distancia de sus conquistas y los templos se llenaban de inscripciones que perpetuaban los nombres de quienes habían llevado sus legiones más allá del horizonte conocido. Entre todos ellos, uno brilló con una mezcla de prudencia y ambición, un patricio formado en la disciplina militar y la retórica política que, moviendo legiones por la península ibérica, terminó por hacer algo más que ganar batallas, asociando para siempre su nombre a la tierra de los galaicos. Su campaña en el noroeste, recordada por los autores antiguos con admiración, llevó las fronteras de Roma hasta donde comenzaba el fin del mundo conocido, y llevó a Roma el nombre de Galicia. Aquel romano se llamaba Décimo Junio Bruto Galaico.

Legión romana. Iván Fernández Amil

Décimo nació en torno al año 180 a. C. en el seno de una poderosa familia. Fue educado entre la retórica y la disciplina castrense en una Roma que avanzaba a golpe de campañas militares. Su entorno lo vinculaba a la gran aristocracia, ya que tenía parientes en consulados y en la alta política, y su tiempo lo empujaba irremediablemente a Hispania, ese laboratorio donde la República ensayaba su poder. De allí llegaría su nombre y su extraordinario destino.

Hispania alrededor del año 100 a. C. https://es.wikipedia.org

Su ascenso tuvo una temprana gesta, ya que en el año 138 a. C., mientras ejercía el consulado, fundó Valentia Edetanorum, la futura Valencia, un lugar para asentar a los veteranos, muchos de ellos procedentes de las durísimas guerras contra Viriato. Aquel hito fue un gesto de gratitud con sus legiones, pero también fue un acto de Estado. Porque fundar ciudades, abrir calzadas y estabilizar territorios formaba parte del mismo idioma imperial que solo algunos como Bruto conocían.

Tras el fin del consulado, la península seguía ardiendo. La Hispania Ulterior acumulaba cicatrices, Lusitania había aprendido a combatir a Roma con una mezcla de movilidad, conocimiento del terreno y líderes carismáticos, y la Gallaecia, al noroeste, se veía como una frontera áspera, de montes, ríos y poblados fortificados.

Ubicación de Valentia Edetanorum. https://es.wikipedia.org

Así que Bruto se puso manos a la obra para poner orden en medio de aquel caos, en una campaña que combinó dureza y mucha estrategia, y que reorganizó fuerzas, aseguró corredores entre el Duero y el Tajo y golpeó donde Roma necesitaba demostrar su autoridad.

La muerte de Viriato, producto de una traición que Roma no supo ni quiso honrar, había dejado un vacío que se llenó de bandas y revueltas locales a las que Bruto frenó y llegó a dominar, en un avance imparable que penetró hacia el noroeste.

Hispania alrededor del año 156 a. C. https://es.wikipedia.org

Las antiguas crónicas lo presentan cruzando el Duero y el Miño y llegando al territorio de los galaicos, donde encontró resistencia, aunque fragmentada. De aquella campaña emergió el episodio más célebre, citado por los autores clásicos y perpetuado por la memoria popular, el cruce del río del Olvido, identificado con el Limia, del que ya te hablé aquí, gracias al cual Bruto demostró que no solo podía derrotar enemigos, sino también a sus supersticiones.

Tras esa campaña, el Senado le concedió el agnomen (un sobrenombre honorífico que los romanos añadían a un nombre para destacar un logro específico) “Callaicus”, el título que certificaba que había doblegado a los pueblos de la Gallaecia.

Mapa de los conventi iuridici en Hispania. https://es.wikipedia.org

Aquel agnomen no era una medalla local, sino una palabra latina con geografía en su significado, un reconocimiento de que ese noroeste tenía nombre propio y, por tanto, un lugar en la historia de Roma. A partir de entonces, Bruto sería conocido para siempre como “el Galaico”, y a partir de entonces, Gallaecia entró en la historia de Roma con más fuerza que nunca.

Aquellas campañas tuvieron grandes consecuencias para Bruto, ya que fue recibido en Roma como un héroe, desfilando con los prisioneros y el botín. Además, se le dedicó un templo a Marte en el área del Circo Flaminio, sufragado con el botín de sus campañas hispanas.

Circo Flaminio. https://es.wikipedia.org

Y su carrera fue mucho más allá de lo militar. Las crónicas lo sitúan como un gobernante que, a la manera de su tiempo, combinaba firmeza con practicidad. En Lusitania y Gallaecia impuso disciplina, pero evitó exhibiciones de crueldad gratuitas allí donde resultaban contraproducentes. Además, cuando le tocó administrar, era capaz de mirar más allá del día siguiente.

Pero a pesar de lo que pueda parecer, la romanización del noroeste no fue inmediata.

Representación artística de un desfile triunfal en Roma. https://es.wikipedia.org

Las campañas de Bruto abrieron puertas y trazaron calzadas, pero los castros siguieron vivos durante generaciones, la cultura material galaica se mezcló con la latina y la presencia romana se articuló en torno a vías, puentes, explotaciones y centros urbanos emergentes. El marco político cambió, ya que el territorio quedó dentro del radio de acción de Roma, pero la sociedad y la cultura local resistió mezclándose con la República.

Restos de termas romanas en Lobios, Ourense. https://es.wikipedia.org

¿Y qué fue de Bruto tras tanta victoria? La Roma a la que regresó era más peligrosa que cualquier emboscada galaica, repleta de tribunos desafiando a cónsules, facciones en choque y una República iniciando su crisis. Bruto navegó durante un tiempo en esas aguas perdiendo apoyos y ganándose enemigos, hasta que acabó apagándose como tantos otros aristócratas de su tiempo.

Vajilla de cocina de la Gallaecia romana. https://es.wikipedia.org

Sin embargo, su nombre sobrevivió mejor que su biografía, porque no todos los generales logran que su hazaña se convierta en apellido, y menos aún, que ese apellido nombre un territorio, pero con Décimo Junio Bruto ocurrió, porque cada vez que un romano pronunciaba “Callaicus”, hablaba de Galicia sin saberlo.

Miliario romano encontrado en el Ponte de Burgo, en Pontevedra. https://es.wikipedia.org

¿Significa eso que un romano dio nombre a Galicia? No exactamente, porque el nombre ya existía, pero Bruto lo consagró en la piedra. Su campaña no inventó Gallaecia, pero la inscribió en el sistema romano y la convirtió en un topónimo de Estado.

Moneda romana con una leyenda indígena, conservada en el Museo Provincial de Lugo. https://es.wikipedia.org

Imagina el Circo Flaminio, el templo a Marte recién dedicado en su honor, y el pueblo romano pasando ante una inscripción que nombra un triunfo hispano. Probablemente, nadie entre toda esa multitud ha visto jamás los montes humedecidos del noroeste ni los castros ceñidos de piedra, pero mientras rezan, todos aprenden una palabra nueva: Callaicus.

Puente romano de Freixo, sobre el río Arnoia. https://es.wikipedia.org

Ese es, quizá, el legado más duradero de Décimo Junio Bruto, el haber conectado para siempre una biografía con una geografía y haber hecho que Galicia también ocupara su lugar en la historia de la gloria romana.

Legiones romanas. Iván Fernández Amil

Iván Fernández Amil escribe cada semana Historias de la Historia en Quincemil. Consigue sus libros en https://www.ivanfernandezamil.com/libros.

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Referencias:

es.wikipedia.org

elespanol.com/quincemil

penelope.uchicago.edu

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