Habitar un lugar es un acto simbólico. El ser humano se asienta en la naturaleza siguiendo la mera intuición en favor de la supervivencia, pero, con el tiempo, coloniza culturalmente su hábitat. Así la posición sobre un lugar y las acciones destinadas a relacionar a sus habitantes con la naturaleza adquieren un carácter simbólico.
“Las geografías también son simbólicas: los espacios físicos se resuelven en arquetipos geométricos que son formas emisoras de símbolos. Llanuras, valles, montañas: los accidentes del terreno se vuelven significativos apenas se insertan en la historia. El paisaje es histórico y de ahí que se convierta en escritura cifrada y texto jeroglífico” Octavio Paz
La construcción del territorio que tiene como consecuencia una transformación geográfica es obra del ser humano, generando inserciones que terminan naturalizándose. Estas construcciones sobre el lugar, en ocasiones se destinan a crear mayor protección sobre sus habitantes, definiendo nuevos espacios y recursos. Tras un cierto periodo de tiempo, la percepción sobre el lugar cambia y eso motiva el descubrimiento de un nuevo paisaje antropizado. Como describía Eduardo Cirlot: “Un paisaje visto, cuando es elegido, es una interpretación inconsciente que nos revela una afinidad que nos hace detenernos en él, buscarlo, volver repetidamente. Se trata entonces no de una creación mental, pero sí de una analogía que determina la adopción del paisaje por el espíritu, en virtud de las cualidades que posee por sí mismo y que son las mismas del sujeto”.
El dique de abrigo
En una ciudad como A Coruña, rodeada de mar, con un territorio determinante en la morfología de su hábitat, la transformación del soporte habitado crea una nueva percepción del paisaje. El puerto de la ciudad está ligado al origen de esta como fuente de recursos. Su supervivencia está ligada a la de los habitantes del lugar. Durante siglos, las obras en torno al puerto han sido objeto de debate y análisis, por su importante impronta con respecto al desarrollo y prosperidad de la ciudad, además de la responsabilidad que implica. Además de las diversas ampliaciones, una de las intervenciones más interesantes y transformadoras fue la construcción del dique de abrigo, una obra que ha creado un paisaje antropizado completamente integrado en la imaginería coruñesa.
En 1946 comienza a dibujarse la posibilidad de construir un dique de abrigo que partiese desde el área del entonces Hospital militar (hoy centro de salud Abente y Lago). La idea, sin embargo, era anterior ya que la posibilidad de construir un dique se había tanteado en tiempos de la dictadura de Miguel Primo de Rivera por iniciativa de su ministro de Fomento Rafael Benjumea. Tras afinar el trazado y la posición exacta, el ingeniero Eduardo García de Dios, también autor de la Lonja del Gran Sol, desarrolla un proyecto singular y trascendente para la historia de la ciudad. El trazado del dique describía una línea de 1336m de longitud y 12m de ancho, y se dispuso más próximo al área de la maestranza que a la del hospital militar, llegando a la roca de las ánimas. El proyecto contó con la colaboración de dos profesionales más: Fernando Salorio Suárez y Fernando Cebrián Pazos. En 1947 se licitó la obra a cargo de la empresa Termac (siendo el responsable de proyecto Meilán Godoy) quien respondería a un plan de trabajo que, en proyecto se había estimado en ocho años. La complejidad del proyecto residía en la obtención del material y su traslado a obra, no solo un desafío técnico, sino que, dada la coyuntura económica de la posguerra requería de un esfuerzo notable por la escasez de recursos.
Foto: Nuria Prieto
Foto por Jose Luis Cernadas Iglesias via flickr
La construcción de una gran infraestructura
La construcción del dique de abrigo requirió de una construcción auxiliar formada por una línea férrea capaz de transportar el material desde la cantera situada en Adormideras. La escollera ejecutada para poder construir el dique de abrigo estaba formada por casi 50.000 toneladas de roca, la extracción del material mediante barrenos se prolongó hasta principios de los cincuenta, sin realizar aún trabajos de construcción del dique. Las obras comenzaron en 1952, y un año después contaba con 150m, pero su construcción no estuvo exenta de problemas. En el transcurso de las primeras obras, un temporal se llevó por delante toda la infraestructura ferroviaria de transporte de las rocas, obligando a reestablecer su funcionamiento para poder continuar. Tras este incidente, se aseguró de manera más fiable el proceso constructivo, incluso duplicando la vía férrea, de tal manera que permitiese avanzar la obra a un ritmo de 250m al año. Durante el avance de las obras se buscó más material planteando extraer roca de las canteras de Montealto y el Monte de San Pedro incluso de Santa Margarita.
La obra se entregó en 1967, aunque su inauguración tuvo lugar en 1966 con la presencia del dictador Francisco Franco. Entre 1966 y 1967 el dique ya había entrado en funcionamiento, no sólo como protección del puerto, sino como espacio público y transitable para los ciudadanos y ciudadanas. Sobre la construcción se colocó una placa que rezaba: “Al Excelentísimo Señor Don Pedro Barrié de la Maza, conde de FENOSA y presidente de la Junta de Obras del Puerto, promotor constante del desarrollo y engrandecimiento del puerto de La Coruña. Agosto de 1966”. Así mismo, el dique se ornamentó con algunos elementos simbólicos relacionados con la obra, pero también con el lenguaje propio de la dictadura franquista. Sobre él se colocaron un pino, símbolo de renacimiento del país, una piedra de granito que mostraba el esfuerzo por crear tal infraestructura y un cuenco de bronce lleno de agua cuyo significado buscaba reflejar el dominio del ser humano sobre el mar. La obra tuvo una duración total de 16 años, desde el proyecto a su entrega.
Paisajes construidos
Revisando el mundo clásico, Platón y Alberti afirmaban que “los artistas más expertos entre los antiguos eran de la opinión de que el edificio era como un animal, por lo que en su formación deberíamos imitar a la naturaleza”. La construcción del territorio a través de la mano del ser humano tiene sentido si el paisaje antropizado imita a la naturaleza que le rodea. Si este es, simplemente como un nido o una madriguera, es decir, una pequeña transformación destinada a crear un lugar confortable y seguro para quienes habitan un lugar. La ciudad es un hábitat de un colectivo, numeroso, grande, que necesita crear su propio espacio seguro y confortable, en definitiva, un hábitat que garantice su propia supervivencia. Una naturaleza que nace de la mano del ser humano.
