Publicada

A principios del siglo XX el filósofo Benedetto Croce debatía con su colega y amigo Giovanni Gentile sobre la, entonces, reciente escuela del actualismo nacida en la universidad de Palermo. El debate, publicado en la prensa enfrentaba dos posiciones respecto a la realidad: actualismo y posibilismo. La consideración sobre el estado ontológico de la realidad del actualismo es que lo real es aquello que existe de manera actualizada. Frente a ella, el posibilismo que argumenta que todos los mundos lógicamente posibles lo son, según David Kellogg Lewis, cualquier sujeto puede afirmar que su mundo es real ya que desde su punto de vista su posición es ‘aquí’ y su momento es ‘ahora’. Este debate que nace de la filosofía analítica proporciona una herramienta para ver el mundo. Y es que la realidad del espacio habitado es actualista o posibilista, y este, aparentemente, pequeño matiz interpretativo con enfoque analítico transforma la manera en la que se interviene sobre él.

“No debemos conformarnos con los que hay. Hay que buscar nuevas formas de hacer las cosas…y eso da lugar a una nueva arquitectura…que a su vez influye en las siguientes generaciones…y eso lleva también a cambios en la técnica.” Andrés Fernández-Albalat

En la obra filosófica de Croce, intuición y estética están estrechamente relacionadas. Para él la forma de comprender y fijar la realidad inmediata se encuentra en la génesis de todo proceso creativo o artístico y es a través de esa expresión que se manifiesta la primera. Quizás por ello, como afirmaba el arquitecto Fernández-Albalat nunca hay que conformarse. Si la realidad es cambiante, también lo es la percepción y la intuición que de ella se hace y que se ve constantemente renovada y actualizada. Siguiendo esta dinámica a través de un inconformismo racional, el progreso de la arquitectura es posible de forma mixta entre la técnica y la estética.

Foto: Nuria Prieto

La modernidad española que comienza a desarrollarse tras la Guerra Civil española requiere una gran cantidad de ingenio, especialmente en la etapa de la autarquía donde la falta de recursos y la opresión impedían la naturalidad creativa. Durante el desarrollismo, el lenguaje se flexibiliza dibujando una atmósfera profesional más cómoda en la que el ingenio sigue presente por la ausencia de recursos, pero esta condición provoca una consecuencia que tiene que ver con la búsqueda y la curiosidad. La búsqueda de novedades extranjeras y curiosidad por lo que se hace en otros lugares fuera de los cánones establecidos en España. La mirada al exterior permite que algunos nuevos materiales se importen o se desarrollen de forma similar en España. La prefabricación comenzaba a aparecer en la arquitectura española de forma tímida y en cierto modo precaria. Estos nuevos materiales proporcionaban también una nueva mirada sobre el proyecto arquitectónico, no solo a nivel estético o técnico, sino en la propia composición espacial del edificio.

Los arquitectos españoles comenzaron a interesarse por materiales que eran capaces de resolver la fachada de formas novedosas y tecnológicas en favor de la mejora de las condiciones interiores. Estos materiales creaban una nueva estética derivada del lenguaje de la prefabricación. La imagen de la ciudad comenzaba a transformarse.

“El hombre primitivo estaba obligado a perfeccionar su imagen ambiental mediante la adaptación de tal percepci6n al paisaje que tenía ante sí. Podía efectuar cambios secundarios en su medio ambiente con montones de piedras para hacer señales, con atalayas u hogueras, pero en materia de claridad visual, de interconexión visual las modificaciones importantes estaban limitadas a los solares de las casas o los recintos religiosos. Sólo las civilizaciones poderosas pueden empezar a actuar sobre su medio ambiente total en una escala considerable. La remodelación consciente del medio físico en gran escala se ha hecho posible recientemente y, por tanto, el problema de la imaginabilidad ambiental es nuevo.” Kevin Lynch. La Imagen de la ciudad.

Foto: Nuria Prieto

La arquitectura moderna de la ciudad se convierte en un elemento imaginable, en palabras de Lynch, es decir, elementos que presentan la cualidad de suscitar una imagen vigorosa en el observador, provocando una percepción diferente de la estructura urbana. La fenomenología de la ciudad se convierte así en la herramienta fundamental de trabajo para cualquier intervención

Edificio en la plazuela de Labaca

El edificio de viviendas en la plazuela de Labaca, obra de Andrés Fernández-Albalat es una de esas obras modernas capaces de transformar la percepción de la ciudad. Construido entre 1973 y 1977, se trata de una obra destinada a viviendas de protección oficial. La parcela se encuentra entre las calles Ramón de la Sagra y Federico Tapia, en una zona con cierta pendiente con vertiente hacia la primera de las calles. El edificio de ocho plantas, y bajocubierta, incluye también planta baja y una planta semisótano. Las plantas se organizan buscando el equilibrio del volumen regular de tal manera que este flote sobre el zócalo formado por las plantas inferior que son las que absorben la irregularidad de la topografía. El volumen del edificio crea un efecto singular, ya que, en una primera mirada despreocupada, parece tratarse de un edificio con cubierta inclinada cuando en realidad su cubierta es completamente plana. Este efecto es provocado por un conjunto de costillas situados entre la última planta y el bajocubierta que se deslizan por toda la fachada mostrando un esqueleto al exterior. El retranqueo del bajocubierta, de fachada acristalada, es de 3m lo que, en consecuencia, permite la creación de una terraza perimetral. Pero hay cosas que pasan desapercibidas desde el exterior.

Foto: Nuria Prieto

Foto: Nuria Prieto

“Se puede afirmar, sin paradojas, que un edificio construido mediante componentes puede ser leído, verdaderamente, como un entrelazado de juntas entre las que se han situado los componentes” Reyner Banham

La cubierta del edificio es plana, pero desde la distancia se puede vislumbrar un elemento que sobresale. Se trata de una cúpula metálica que sirve de remate superior a la caja de escalera, incluyendo en su interior la maquinaria del ascensor, así como los depósitos de agua. La cubierta está rodeada de un peto en el que mueren las costillas que recorren la fachada del edificio. Las costillas, en realidad están formadas por la unión de los extremos de los paneles prefabricados que conforman la piel del edificio. Los paneles de fachada son un ejemplo de los materiales prefabricados utilizados a finales de los sesenta y principios de los setenta. Fernández-Albalat contaba con cierta experiencia en el uso de esta clase de materiales. Los paneles están fabricados con hormigón blanco dentro de los cuales se incorpora el hueco en el que se inserta una carpintería de aluminio anodizado.

Foto: Nuria Prieto

El panel se curva en sus extremos para rigidizar la pieza, pero también para poder incorporar el sellado entre ellos de forma óptima. Este sistema además de reducir los costes de producción y montaje presenta un buen comportamiento estructural. Además, proporciona un gran rendimiento térmico para los estándares del momento en que fue construido. Para la disposición de fachada Fernández-Albalat elige tres tipos diferentes de panel: ciego, con hueco de pequeño tamaño y con hueco de gran tamaño. El sistema contempla además piezas especiales para los remates como, por ejemplo, en la cornisa. El uso de este sistema le permite, también obtener una imagen homogénea del edificio que permite comprenderlo como un volumen único con nervaduras. Este sistema será utilizado con posterioridad por el arquitecto en algunas obras más. De hecho, puede observarse en otros edificios de vivienda como en situado en la plaza Luis Seoane 1 y 1 en la segunda fase del Polígono de Elviña (1979-1982).

“Tenemos que cuidar ante todo la inteligencia, que todo funcione bien. Funcionar bien significa que el programa esté bien hecho que los materiales sean los exactos, que sean económicos, que la obra, en y en todo su sentido esté organizada” Pilar Rubio, entrevista en la revista Lápiz sobre Alejandro de la Sota

Foto: Nuria Prieto

Arquitecturas que no cambian

La medida de la arquitectura es el tiempo. Entre el actualismo y el posibilismo, el paso del tiempo determina la realidad de las cosas, la magnitud de su capacidad de permanencia y, por extensión la escala relativa de su vida. La modernidad que Andrés Fernández-Albalat imprime en su obra define una condición de permanencia y un punto de conexión entre el actualismo y el posibilismo.

“El tiempo, permite allí la vida, justifica un lugar y explica, en su sentido más hondo, una arquitectura” Andrés Fernández-Albalat

La percepción de que el tiempo no ha pasado crea en la arquitectura un punto de conexión entre el momento en que se construyó el edificio y la actualidad. Las posibles realidades paralelas a través de las diferentes formas de comprender un edificio se anulan cuando la imagen de este apenas se ha transformado. Y es que quizás, haya modernidades que siempre lo son, y que aunque pase el tiempo, su vanguardia conceptual seguirá mirando al futuro.