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Hay lugares narrativos. Espacios que, sin presentar ningún rasgo especial, son capaces de contar una historia. Algo imperceptible, ajeno a la interpretación tradicional que se da de un lugar, construye una historia personal. A veces, no son los lugares, sino lo que sucede en ellos o las personas que los habitan efímeramente, los que establecen una atmósfera específica.

El escritor y filósofo Umberto Eco publicó en 1993 un conjunto de relatos titulado ‘Seis paseos por los bosques narrativos’. Uno de ellos transcurría en la ciudad de A Coruña. Eco relataba que, su visita a la ciudad coincidió con el día de su cumpleaños, y que sus anfitriones (Francisco Vázquez, Ramón Núñez e Isaac Díaz Pardo) en el Planetario de la ciudad habían preparado para él un regalo. Sobre la bóveda del planetario reprodujeron el cielo en la noche entre el 5 y 6 de enero de 1932, momento del nacimiento de Eco sobre la ciudad de Alessandría (Piamonte). El escritor relataba cómo se sintió conmovido al contemplar el cielo de la noche en que nació acompañado de la ‘canción de cuna’ de Manuel de Falla. Un espacio que, inicialmente solo era una obra de arquitectura más, se convertía en escenario narrativo de una emoción especial, personal y única.

Pero había algo más, Eco acababa de presentar su novela ‘El Péndulo de Focault’, y el edificio del planetario, Museo de las Ciencias, contaba con uno en su vestíbulo. El libro de Eco comienza así: “Fue entonces cuando vi el Péndulo. La esfera móvil en el extremo de un largo hilo sujeto de la bóveda del coro describía sus amplias oscilaciones con isócrona majestad. (…) También sabía que, en la vertical del punto de suspensión, en la base, un dispositivo magnético, comunicando su estímulo a un cilindro oculto en el corazón de la esfera, garantizaba la constancia del movimiento, artificio introducido para contrarrestar las resistencias de la materia, pues no solo era compatible con la ley del Péndulo, sino que, precisamente, hacía posible su manifestación.”

Este conjunto de detalles que suceden al mismo tiempo como por casualidad, lo que Carl Jung describiría como sincronicidad, crean un espacio que se percibe como mágico ya que parece estar contando una historia más allá de la realidad. La arquitectura a veces dispone la estructura para que el espacio se convierta en narración. La disposición de la luz, la escala de los espacios, la textura de los materiales o la composición geométrica producen un conjunto de vibraciones y percepciones que influyen sobre los seres humanos que los habitan, aunque sea durante apenas unos segundos. Pero todo ello es en realidad más simple, una reacción directa del cuerpo con el espacio que es capaz de crear su propia historia.

Foto: Nuria Prieto

La Casa de las Ciencias

El edificio que alberga el planetario en A Coruña es también la Casa de las Ciencias, es decir, un museo que tiene como objetivo la divulgación de disciplinas como la física o la astronomía desde un punto de vista muy cercano. El planetario, como espacio para la contemplación de las estrellas, culmina el edificio como condición arquitectónica capaz de definir el volumen. La Casa de las Ciencias es una obra del arquitecto Felipe Peña desarrollada entre 1982 y 1985. El proyecto nace de la propuesta de reformar el antiguo palacete de Santa Margarita para albergar el nuevo uso. El proyecto original del palacete era obra de Juan González Cebrián, pero nunca llegó a finalizarse, por lo que el nuevo planteamiento revitalizaría la obra dotándola de un nuevo futuro. El nuevo proyecto tomó la definición de las ruinas como referente, desarrollándolo para cerrar el volumen y culminarlo con la cúpula del planetario.

Foto: Nuria Prieto

Foto: Nuria Prieto

El edificio cuenta con cinco plantas, de las cuales las cuatro primeras se utilizan como salas de exposición del museo, mientras que la última es la que alberga el planetario. Las plantas presentan una singularidad, y es que todo el edificio se encuentra atravesado por el Péndulo de Focault, y como este oscila de manera constante, dicha perforación crea un hueco motivando que cada una de las plantas del edificio sean anillos. De la misma forma la caja de escaleras junto con los aseos crea una composición lógica y ordenada de una planta que, aunque sencilla, responde a cierta complejidad.

El volumen del edificio se fragmenta en tres elementos, la parte inferior a modo de zócalo, el cuerpo central y el remate de la cúpula. La solución lingüística de cada uno de los cuerpos crea un fuerte contraste con el resto, ya que entre ellos se alternan las soluciones pétreas de carácter tradicional y monumental con vidrios reflectantes y una cubierta que evoca las soluciones típicas de los observatorios astronómicos. El zócalo está formado por una columnata pétrea, con columnas de poca altura que presentan una éntasis abultada debido a esta proporción. Esto genera que la arquería muestre una escala extraña, de apariencia pequeña. El zócalo se corona con una balaustrada pétrea muy trabajada. El cuerpo central marca su volumen a través de la disposición de una columna en cada una de sus aristas, el espacio entre ellas se cierra con vidrio reflectante. Para que esta fachada sea posible la estructura se lleva hacia el interior, creando un conjunto de pantallas que sirven como soporte expositivo. El remate del conjunto está formado por la bóveda, creando un espacio interior adecuado para la proyección de un cielo estrellado.

Su posición privilegiada en el parque, sobre un punto elevado crea a su alrededor un espacio público, rígido pero integrado en el parque. El conjunto adquiere monumentalidad no solo por su posición urbana, sino que esta se ve reforzada mediante el uso de un lenguaje clásico compuesto de elementos como columnas y materiales pétreos. El uso del vidrio reflectante refleja el arbolado próximo multiplicándolo y rompiendo de alguna manera el límite entre el exterior y el contenido interior, dotándolo de misterio y aparente magia que, en realidad es explicable porque en su interior se encuentran los fenómenos físicos que son capaces de dar respuestas científicas.

Foto: Nuria Prieto

Las estrellas de una noche única

La arquitectura es capaz de crear espacios en los que recrear atmósferas y narraciones. De alguna manera este proceso sucede solo a través de un ejercicio de manipulación. El proyecto se convierte en una manipulación de las emociones mediante la luz, la escala o el material.

“Tenemos diversos y curiosos Relojes, y otros que realizan Movimientos Alternativos…Y también tenemos Casas de los Engaños de los Sentidos, donde efectuamos todo tipo de Manipulaciones, Falsas Apariencias, imposturas e ilusiones….Éstas son, hijo mío, las Riquezas de la Casa de Salomón” Francis Bacon. New Atlantis

Umberto Eco construyó una biblioteca en El Nombre de la Rosa, una en la cual la arquitectura y sus formalizaciones eran capaces de transformar y confundir la percepción. Y es que algunos edificios son capaces de mostrar cosas tan mágicas como las estrellas del día en que llegaste al mundo.