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Se llamaba La Parada. Allí paraban los camiones, y dentro, en el bar, comían los camioneros a su paso por A Coruña. "Menú de obrero: caldo, guiso, chuletas de cerdo". El rótulo sigue intacto en el frente de la casa, como si el tiempo no lo hubiera desgastado, aunque desde hace quince años la puerta está cerrada y ya no existe el bar.

Al edificio, una isla en mitad de una carretera de alta capacidad, le queda poco para desaparecer. La ampliación de Alfonso Molina, el principal vial de acceso a A Coruña, se llevará por delante la casa de la familia Becerra, donde vivía desde 1949 y despachaba comidas a los clientes de La Parada.

Las obras de Lavedra se advierten en las márgenes: barreras New Jersey, conos, máquinas, movimiento de tierras, obreros, las pasarelas peatonales cerradas que impiden cruzar la avenida con seguridad. La ampliación de carriles para acceder a la ciudad supondrá también el derribo de esa casa blanca aislada que los conductores ven en medio del vial cuando entran o salen de A Coruña.

Fotografía enmarcada de la finca de la familia Becerra en la década de los ochenta. Quincemil

Todavía no hay fecha. "Fomento nos ha expropiado varias veces, por delante y por detrás. El año pasado supimos que iban a tirar la casa. En diciembre hubo levantamiento de actas y contábamos con recibir dinero en marzo. Pero seguimos sin saber cuándo habrá acta de ocupación para que vengan las máquinas", cuenta Pilar Becerra.

Finca de los Becerra en los años cincuenta, con el campo de fútbol junto a la casa y vehículos aparcados en Lavedra. Cedida

Sus padres, Ramón y Chelo, construyeron esta casa rodeada por el asfalto de Alfonso Molina en 1948 con ayuda de sus abuelos. Entonces los vecinos del entorno cruzaban la carretera a pie. Un año después, con el propio Alfonso Molina como alcalde, obtuvieron licencia para abrir un bar. En el bajo, hostelería, con cocina, barra y mesas; arriba, vivienda en dos plantas.

"La Parada la llevó mi madre. Yo cruzaba todos los días para ir al colegio, a las Jesuitinas. Y ayudaba en el bar”, recuerda Pilar. La finca de su familia superaba entonces los 5.000 metros cuadrados, rozaba la zona donde hoy están los Maristas. "Había un campo de fútbol en el que jugaba el Relámpago de Elviña, y había partidos de mujeres solteras contra casadas".

Vista de Lavedra desde una de las habitaciones de la casa. Quincemil

Los camioneros (y los buses de los colegios) aparcaban delante; también detrás, donde en la parcela se asentaron un desguace de camiones y un taller de ballestas; más tarde, una empresa con una flota de vehículos que iban a los bancos a recoger las recaudaciones.

Interior del bar La Parada. Quincemil

En ese terreno de la finca hay ahora una vieja nave y una explanada sin uso, espacio que cada día vigila Beethoven, el viejo perro de la familia. En lo alto de un poste rojo, recortando el cielo, un panel publicitario anuncia la gran M de McDonald’s por un lado y recoge una frase de Henry Ford por otro: "Dejar de hacer publicidad para ahorrar dinero es como parar el reloj para ahorrar tiempo".

El bar abajo, las viviendas arriba

La casa del islote de Lavedra quedó vacía en 2018, tras el fallecimiento de Chelo, que hasta su último día vivió allí. Pilar y su esposo, Antonio Martínez, se mudaron a Matogrande, muy cerca, donde en los primeros días, al acostarse, añoraban el ruido de la circulación en Alfonso Molina.

'Beethoven' protege la finca de la familia Becerra. Quincemil

"Aquí venimos todos los días, estamos a un paso. Está el perro y alguna vez nos han forzado la cerradura para entrar. Pero los accesos están cortados por las obras. No podemos llegar andando, tenemos que coger el coche o el bus", lamenta Pilar Becerra.

El bar, al que los vecinos llamaban "la casa de Chelo" o "la casa de Becerra", guarda la esencia de un antiguo bar de carretera, un lugar de paso pero también de confianza, con alguna vieja mesa como testigo, la barra, la cafetera y la cocina.

Interior de la finca, con coches circulando por la avenida Alfonso Molina. Quincemil

Arriba, una vivienda en cada planta, con dormitorios, cuartos de estar, baño y un despacho, deja la huella de una familia que habitó la casa durante más de 60 años en mitad de Alfonso Molina rodeada por el tráfico.