11 diciembre, 2022 01:42

La UNESCO acaba de declarar Patrimonio Inmaterial de la Humanidad el toque de campanas de una treintena de pueblos españoles. Recupera una forma de comunicación existente desde la Edad Media en nuestros villorrios. Un sonido que servía y sirve para anunciar peligros, tormentas y defunciones. El mensaje comunitario de los últimos 1.000 años. El Internet del momento. En el más pequeño de estos pueblos premiados, Alustante, provincia de Guadalajara, las cosas no han cambiado mucho. Su centenar de habitantes dispone de apenas tres megas de velocidad en las redes. Ahora bien: sus campanas están en la UNESCO.

"Ojalá esta distinción sirva para que mejoren las comunicaciones del pueblo", implora a EL ESPAÑOL | Porfolio Diego Sanz, 48 años, campanero de Alustante por tradición familiar. A su deseo no le haría ascos el cineasta Christopher Nolan para una hipotética película. La campana como cápsula en el tiempo que viaja desde los albores para devolver al pueblo su dignidad social.

"Con tres ridículos megas, no reales, de velocidad de navegación y sin cobertura de las plataformas telefónicas, excepto Movistar, no podemos sobrevivir", sentencia. Diego, además de campanero, es licenciado en Historia, doctor en Sociología, bibliotecario y da clases en la UNED de Molina de Aragón, a 45 kilómetros de Alustante.

Diego Sanz, campanero de Alustante en su puesto de bibliotecario.

Diego Sanz, campanero de Alustante en su puesto de bibliotecario. Emilio Garrido

La 'Siberia' de España

Estamos hablando de las tierras más frías de la península, la llamada "Siberia de España", con registros de 27 grados bajo cero en algún invierno no demasiado lejano. Un cúmulo de páramos y bosques, entre la Sierra de Albarracín y los yermos de Molina, atacado por la despoblación, el baldío y la falta de horizontes vitales. Una tierra de nadie que a nadie parece importar, excepto a los lugareños y a sus descendientes. Y, sin embargo, según acaba de sacar a la luz una excavación próxima en Bronchales (Teruel), se trata de los asentamientos celtibéricos más antiguos, con piezas de bronce usadas para la trashumancia ganadera desde hace más de 2.500 años.

"Yo me interesé por las campanas por curiosidad de niño. Íbamos a clase cuando el sacristán hacía sonar las campanas para el toque de escuela. Eso me llevó a querer saber los orígenes de esos tañidos. Y, al final, me licencié en Historia", explica Diego.

[La UNESCO declara el toque manual de campanas español Patrimonio de la Humanidad]

Las campanas suenan sobre las calles y rasos de Alustante desde el siglo XII, cuando la población se convierte en cristiana, después de varios siglos musulmana. La iglesia, un fantástico torreón que hizo las veces de fortaleza, se integra en la diócesis de Sigüenza y el pueblo queda adscrito administrativamente al Señorío de Molina. Alustante fue puerto seco, frontera y aduana entre los reinos de Castilla y Aragón durante varios siglos. Su lugar de culto se denominaba Santa María hasta el siglo XV, posteriormente la advocación cambió a Nuestra Señora de la Asunción. Por los senderos de Alustante trajinaron El Cid y Don Quijote, a lomos de Babieca y Rocinante, en sus andanzas reales y literarias.

La iglesia de Alustante, en su entorno del barrio del Cerro.

La iglesia de Alustante, en su entorno del barrio del Cerro. Emilio Garrido

Una heroína del pueblo

Mientras subimos la helicoidal escalera de caracol, con su baranda de piedra pulida por la que se han deslizado miles de traseros infantiles, Diego narra los orígenes de su función de campanero. "La familia Olemaña se dedicó al tañido hasta la Guerra Civil. Después, mi abuelo, Juan Martínez Fuenfría, obtuvo un contrato del Ayuntamiento que incluía el toque del armonio en la iglesia y el de las campanas. Mi madre, , se ocupó de éstas; y de todos ellos aprendí yo", cuenta el campanero, uno de los últimos de España.

Desde el campanario de Alustante se divisa un fantástico panorama en la rosa cardinal. Hacia el noreste, el cerro de San Ginés señala el valle del Jiloca y Aragón. Al Este, los Montes Universales y los pinares del parque natural de Alto Tajo. Hacia poniente los trigales de Molina.

Juan Martínez Fonfría 'El sacristán', el abuelo que enseñó los toques a su nieto Diego Sanz.

Juan Martínez Fonfría 'El sacristán', el abuelo que enseñó los toques a su nieto Diego Sanz. Cedida

Estas son las direcciones hacia las que oscilan sus badajos las tres campanas de Alustante: María, del siglo XV; Bárbara, del XVI y San Pedro, de un siglo más tarde. Hay una cuarta campana, la del Reloj, que marca las horas en la fachada consistorial.

El carillón de Alustante ha tocado a rebato durante la Guerra de los dos Pedros, una sangrienta pugna entre Aragón y Castilla, en el siglo XIV; ha alertado a la población sobre las pestes y epidemias, con sus toques melancólicos seguidos. Ha anunciado milagros como el atribuido al Cristo de las Lluvias que sanó a una moza desahuciada.

"Y tengo documentada la heroicidad de una mujer del pueblo que estuvo avisando de la llegada de una partida carlista hasta que prácticamente entraba por el camino de Molina y a ella casi ni le dio tiempo a esconderse en una casa del Cerro de la Iglesia", cuenta Diego.

Bandos, volteos y repiques

Desde el silencio medieval, como describe Johan Huizinga el paisaje sonoro de siglos en su admirable El otoño de la Edad Media, Diego Sanz hace sonar sus campanas con las diversas técnicas de repique (una señal al ritmo de allegro moderato): medio vuelo (el cascabel de bronce oscila hasta alcanzar la horizontal) o bandeo (la sonaja da la vuelta completa).

Diego Sanz voltea, desde el campanario o bien desde el coro mediante sogas, 16 de los 30 toques tradicionales. Misa, misa en ermita, rosario, fiesta, domingos terceros y confesión son los puramente religiosos. Hay otros que mantienen su carácter civil:

Castilla-La Mancha declaró Bien de Interés Cultural estos toques estudiados, conservados y difundidos gracias al tesón de Diego Sanz y su familia.

-Nublo, que anuncia la llegada de tormentas, con el consiguiente riesgo a perder las cosechas y posibles hambrunas. También se le conoce como Tantarauna, por el sonido onomatopéyico de sus cascabeles.

-Concejo, para los plenos municipales.

-Rebato, una serie de toques rápidos con el badajo interior pegado al bronce. Hace ocho años Diego alertó con esta secuencia de un incendio que se acercaba al pueblo.

-Difuntos, tres toques a la vez con dos campanas, si es un hombre; dos toques, si es una mujer. Y ese largo silencio que viene después y que enmarca la pregunta de quién lo escucha: ¿Quién se habrá muerto?

-Gloria, cuando el difunto es un niño o niña menor de edad. Su nombre mantiene el origen religioso, pues alude a su "entrada directa en el cielo al no haber tenido tiempo de pecar".

Y el más añorado por todos: el Bandeo de Fiestas Patronales, en los finales de agosto, con el cereal cosechado y las ansias a flor de piel.

Diego Sanz, con cascos, en un repique.

Diego Sanz, con cascos, en un repique. Emilio Garrido

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A 'rebato' contra la despoblación

En febrero del año pasado, el Gobierno de Castilla-La Mancha declaró Bien de Interés Cultural estos toques estudiados, conservados y difundidos gracias al tesón de Diego Sanz y su familia. Alustante, el pueblo más pequeño de una treintena de municipios españoles que habían obtenido el mismo galardón, entró en un dossier que fue remitido a la UNESCO gracias a la asociación de preservación Hispania Nostra, la entidad Campaners d'Albaida y el Museo del Toque de esta localidad valenciana. La Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura, al declararlos Bien Inmaterial de la Humanidad, ha alzado su voz contra el ritmo de despoblación asfixiante de esta España que parece no contar para nadie.

El censo de Alustante, por ejemplo, revela que en 1887 había 1.532 vecinos. Hoy no son más de un centenar. En menos de 150 años ha más que diezmado su población. Este pueblo de la España desfavorecida se mantiene en pie por impulsos como el de las campanas, la complicidad de su Ayuntamiento, la fidelidad de sus hijos emigrados y la implicación de su Asociación Cultural Hontanar.

El torreón de la iglesia de Alustante.

El torreón de la iglesia de Alustante. Emilio Garrido

Hontanar, que nació en los ochenta para conseguir un local de baile para la juventud, no sólo le pone ritmo a la soledad. Edita una revista cuatrimestral que sirve de nexo entre las familias emigradas a Valencia, Zaragoza, Madrid o Barcelona; sigue el rastro de sus estudiantes en el extranjero; preserva la memoria de sus ancianos; mantiene un calendario gastronómico-cultural para acudir al pueblo y clama por la llegada de mejoras en las comunicaciones, tanto terrestres como satelitarias.

Hace dos años, 1.000 firmas no fueron suficientes para que los principales operadores telefónicos establecieran su señal en Alustante. En verano, con el pueblo a tope, no hay forma de abrir una página web en el ordenador. Un macroparque eólico en las proximidades pone en riesgo el turismo rural al que intenta asomarse.

La decisión reciente del Gobierno de llevar la Agencia Espacial Española a Sevilla en detrimento de Teruel (provincia libre de contaminación lumínica, con aeropuerto internacional y Dinópolis ancestral) no ha mejorado las cosas.

¿Y por qué no Mike Oldfield?

La vida en estos lugares de la España silenciosa y silenciada es una permanente cuesta en alto. Pero desde hace unos días, Alustante y una treintena de sitios más figuran en un lugar preeminente de las Naciones Unidas. Desde allí suenan ahora sus campanas. "Ojalá sea este un buen aldabonazo", insiste su campanero.

En 1973, el multinstrumentista británico Mike Oldfield lanzó al mundo un álbum prodigioso que encandiló a las audiencias. Se llamaba Tubular Bells (Campanas tubulares) y forma parte ya de la historia de la Música. Mike Oldfield tiene 69 años y sigue activo. Algunas estrellas mundiales se sienten atraídas por esfuerzos minoritarios provenientes de pequeños lugares del planeta que enlazan con su trabajo.

Ojalá sea ésta una buena idea para las campanas de Alustante.

Volteo a dos manos desde el campanario del pueblo.

Volteo a dos manos desde el campanario del pueblo. Emilio Garrido