23 julio, 2023 02:17

Una mujer leyendo en las escaleras de la New York Public Library. Uno de los colosales leones de mármol que custodian su entrada, que cobra vida y curiosea a sus espaldas el contenido del libro. Una paloma en diferentes posiciones que muestra el paso del tiempo, como pasa cuando alguien se sumerge en la lectura. Es verano en Nueva York, y es la portada que la publicación más importante de la ciudad y una de las más prestigiosas del mundo, The New Yorker, eligió para su número especial sobre libros de verano la semana del 10 al 16 de julio.

Quien la firma es Sergio García Sánchez, un ilustrador español que estos días de calor se refugia en su casa de la Sierra Nevada granadina a 1.200 metros de altitud, muy cerca de su Guadix natal. Allí vive y trabaja con su mujer, Lola Moral, colorista profesional que también participó en esta portada, y sus dos hijos. EL ESPAÑOL | Porfolio habla con él sobre su ascenso a la cima de la ilustración mundial: con esta, es la sexta portada que García Sánchez rubrica para la revista estadounidense; para él, “el mayor escaparate que uno puede encontrar” como dibujante.

Doctor en Bellas Artes, García Sánchez divide su tiempo entre las clases en la Universidad de Granada, la ilustración para numerosos clientes y la naturaleza, donde disfruta con su familia. No tiene estudio, ni su casa es la guarida caótica de un artista que acumula lienzos y pinturas que el lector imagina. “Lo hago todo con el iPad”, asegura.

La última portada de The New Yorker que ha ilustrado García Sánchez.

La última portada de The New Yorker que ha ilustrado García Sánchez. The New Yorker

Desde ese pequeño aparato, con la ayuda de su cerebro y la habilidad de sus dedos, han salido numerosos cómics, trabajos experimentales e ilustraciones que han acabado en libros de texto hasta en importantes suplementos de prensa como The New York Times Review of Books o la propia tapa de The New Yorker. Poco después de sus primeros trabajos para la revista, fue reconocido como Premio Nacional de Ilustración 2022.

El arte de la portada

Llegar a ilustrar una portada de The New Yorker no es un camino fácil ni rápido. De hecho, García Sánchez lleva activo desde los 90 y no fue hasta 2021 cuando la legendaria directora de Arte de la revista desde 1993, la francesa Françoise Mouly, le llamó atraída por su trabajo experimental.

“Publiqué mi tesis doctoral ‘Sinfonía gráfica: variaciones narrativas y estructurales del cómic’, en la que experimenté con el concepto de ‘dibujo trayecto’. François conoció mi obra, en ese momento circunscrita a Europa, y en 2015 publiqué mi primer trabajo con su editorial Toon Books en Estados Unidos: un libro educativo titulado ‘Lost in NYC’, que tuvo mucho éxito. Tras años de contacto, me repescó para el New Yorker”, relata García Sánchez.

Una vez dentro, tampoco es sencillo trabajar para la publicación: “No es un simple dibujo”, explica el dibujante. La elaboración de una de estas portadas tiene detrás un exigente proceso compuesto por diferentes fases, uno de los secretos mejor guardados del mundo editorial.

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Uno podría imaginar que una portada de The New Yorker funciona como cualquier encargo a un artista: la Dirección de Arte contacta a uno de sus ilustradores y le pide un trabajo dentro de los parámetros de una temática, para una fecha concreta. En realidad, la publicación es mucho más escrupulosa, se cubre las espaldas y logra resultados mucho mejores trabajando con un ‘pool’ de ilustradores entre los que se cuentan los más prestigiosos del mundo. Entre ellos están también los reconocidos españoles Ana Juan, Luci Gutiérrez, Javier Mariscal y Francesc Capdevila ‘Max’.

Los dibujantes pujan entre ellos para que su portada sea la elegida en cada número de la revista. “Hay una especie de concursillos”, reconoce García Sánchez. Los historietistas reciben las coordenadas temáticas y se ponen a trabajar sobre ellas. “Son temas bastante genéricos”, puntualiza el artista. “A veces manda la actualidad y entran propuestas sobre sucesos o eventos de última hora sobre los que piden un borrador con más inmediatez, como, por ejemplo, cuando murió la reina de Inglaterra”, prosigue García Sánchez.

De las mejores propuestas, se seleccionan los borradores y, de esa última terna, sólo una ve la luz de la imprenta. “Es muy difícil que te elijan. Si te pre-aceptan un boceto, cobras por ello. Pero si tu propuesta es rechazada en el primer filtro, no hay compensación económica”, dice.

Una vez hay una propuesta ganadora, la elaboración de la ilustración es otro mundo en sí mismo. “Siguiendo el espíritu de la revista, la clave con la que tienes que dar como dibujante es contar una historia, como las que van dentro. El carácter estético es lo de menos”, dice García Sánchez.

La directora de Arte de 'The New Yorker', Françoise Mouly.

La directora de Arte de 'The New Yorker', Françoise Mouly. Jeffrey Beall / Wikimedia Commons

Sofisticación

En el caso de su última portada, el tema era “Summer Fiction” (la ficción del verano). La obra elegida tendría que ilustrar un número doble dedicado especialmente a las lecturas estivales. “Lo que tenía que hacer era transmitir el placer de la lectura vacacional, sin apoyo textual y con una alta dosis de sofisticación. Estamos hablando del New Yorker, y la elegancia es un ingrediente fundamental”, explica García Sánchez.

“Pensé en un lugar icónico y reconocible de la ciudad, como la New York Public Library, y se me ocurrió retratar a una chica que acaba de pedir prestado un libro y no se puede esperar a abrirlo, y entonces se sienta en las mismas escaleras a ojearlo. Con eso estaba aportando una carga emocional, un sentimiento compartido por todos que es esa voracidad por leer un libro que tienes por primera vez en tus manos”, prosigue el dibujante.

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Paradójicamente, la impaciente lectora se coloca justo delante del león izquierdo de la entrada del edificio, oficialmente bautizado como Patience (Paciencia) —el otro se llama Fortitude (Fortaleza), y ambos simbolizan los valores de la biblioteca—. Éste también interviene en la escena.

“Podría haberme quedado ahí, pero me parecía relevante aportar algo más, como que el león cobrase vida y se echase a leer sobre la chica. No era un reto sencillo: un león es por naturaleza agresivo y tenía que dibujarlo en actitud apacible, pero sin restar sus atributos”, dice el artista.

Entrada de la New York Public Library

Entrada de la New York Public Library NY Public Library

El último elemento que García Sánchez añadió es el de una paloma que, desde la cornisa del edificio, describe una trayectoria de vuelo en diferentes posiciones hasta que se posa frente a la chica, atraída también por la curiosidad sobre el libro. 

“Tenía que expresar el movimiento de forma sofisticada y sutil, en una sola imagen. Esto es algo que he estudiado con profundidad a través de mi tesis doctoral: el dibujo trayecto, basado en las enseñanzas de Etienne Jules Marey. Él, por ejemplo, ya había mostrado aves en vuelo en una sola impresión fotográfica”, afirma García Sánchez.

Una vez entregado el boceto, el proceso está lejos de concluir: la portada se “revisita” una y otra vez. “François Mouly tiene una capacidad visual brutal y da muchas buenas indicaciones”, dice el dibujante. Las llamadas de ida y vuelta con la Dirección de Arte son constantes hasta que se logra un resultado “perfecto”. “Te exprimen hasta sacar lo mejor de ti”, apunta García Sánchez.

Luego, viene la parte del color, del que se encargó —como en todos sus trabajos— su mujer, Lola: “Emplea el color de forma muy sutil y consiguió darle perspectiva atmosférica a la ilustración usando diferentes líneas de color. Es una ilustración en perspectiva octogonal, donde todos los elementos son frontales, pero, al mismo tiempo tienen profundidad”, dice el dibujante. 

Trayectoria de movimiento de un ave de Etienne Jules Marey.

Trayectoria de movimiento de un ave de Etienne Jules Marey. Filmoteca UNAM

El color se somete a la misma fase de revisión: a veces es cambiar el tono de una papelera, de una farola, de la luz de las ventanas… Se mira hasta el último detalle escrupulosamente. Al final, una nueva fase de comprobaciones: el ‘fact-checking’, que toma entre una y dos semanas, en las que el equipo de verificadores demuestra la originalidad de la obra. “Hay que justificarlo todo documentalmente. Es una forma de trabajar dura, pero al mismo tiempo maravillosa”, afirma García Sánchez.

Explosión de creatividad

Mucho antes de que pasara todo esto, García Sánchez dio sus primeros pasos en el mundo de la ilustración cuando cursaba primero de EGB en un instituto de Terrassa (Barcelona). Sus padres eran maestros y fueron destinados a la localidad barcelonesa a principios de los años 70. Entonces no había iPads, ni ordenadores: tan sólo plumillas, rotuladores y papel. Fue allí donde brotó el germen dibujante de un joven que comenzó a interesarse por el mundo del cómic.

“En los años 70, Barcelona tenía una fuerte industria editorial de historietas gráficas. Mis padres se empeñaron en que yo y mis hermanos teníamos que aprender catalán, y así es como entré en contacto con revistas juveniles como Cavall Fort —la que ahora han prohibido los chalados de Vox en Borriana, en Valencia— y nació mi pasión por el mundo del cómic”, dice García Sánchez.

Su padre, además, era también lector de cómics y, como en toda casa de maestros, Sergio nació rodeado de libros y de pasión por la cultura. El hogar familiar era un epicentro de creatividad de la que se empapó desde pequeño. Eso, junto a sus repetidos ataques de asma que le dejaban postrado en cama a menudo, lo convirtieron en un devorador de historietas y comenzó también a dibujarlas. “Edité mi primer fanzine en EGB, con el que me pagué un viaje de estudios”, recuerda.

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Mientras en la Barcelona de los 70 los aspirantes a historietistas se formaron en la mítica escuela Bruguera —de donde salieron dibujantes como el recién fallecido Francisco Ibáñez—, los intereses de García Sánchez fueron hacia la bande-dessinée francobelga. “André Franquin [‘Spirou y Fantasio’ y ‘Gastón el gafe’] y Hergé [‘Tintín’] fueron mis principales referentes. Iba a la biblioteca de al lado de mi casa y me los sacaba”, explica.

Al terminar COU, regresó a Granada, donde se matriculó en Geología. “Mis padres eran funcionarios y no entendían que me pudiera ganar la vida dedicándome al arte”, dice. Pero al cabo de un curso, entró en la carrera de Bellas Artes.

“Pese a la oposición inicial, mis padres siempre me apoyaron. Recuerdo, por ejemplo, que estaba obsesionado con la línea fina en el cómic. No entendía cómo podían dibujar líneas tan finas y mi padre, cuando viajaba a Barcelona, siempre me traía el último rotulador Rotring extrafino alemán. Luego me di cuenta de que la línea fina se hacía con una reducción de dibujos grandes a escala”, relata.

En la universidad profundizó en el cómic ‘underground’, y en autores como Frank Miller (‘300’, ‘Lobezno’), y comenzó a colaborar en obras educativas de Historia, otra de sus grandes pasiones. Se la inculcaron igualmente sus padres en campamentos arqueológicos que organizaban. En el último curso de Bellas Artes ya colaboraba para editoriales como SM o Edebé y El Barco de Vapor.

Las seis portadas de The New Yorker firmadas por Sergio García Sánchez, por orden de publicación.

Las seis portadas de The New Yorker firmadas por Sergio García Sánchez, por orden de publicación. The New Yorker

Su primera gran obra fue ‘Amura’, publicada a mediados de los 90, cómic que cosechó grandes éxitos, y comenzó a trabajar para las grandes editoriales de Francia y de Bélgica. Hizo una serie propia para Dargaud y trabajó con los mejores guionistas y coloristas de Europa. Con un nombre ya construido, sus ingresos se estabilizaron y dio el salto a la prensa: sus ilustraciones aparecieron en España, en El País y El País Semanal; y en Estados Unidos, en suplementos como The New York Times Review of Books.

Luego vino el descubrimiento de François Mouly y su salto a las portadas de The New Yorker. La primera fue para un número de febrero de 2021, para el 96º aniversario de la revista, en la que se sirvió del mítico dandy Eustace, una de las señas de identidad de la publicación desde su nacimiento. 

Mouly escribió esto sobre aquella primera portada que lanzó al estrellato al granadino, más allá del mundo del cómic donde ya era conocido: “La portada del número del aniversario de este año está hecha por el gran Sergio García Sánchez. Ha hecho una oda a Eustace y a la ciudad de Nueva York como un gran contenedor de historias que esperan a emerger de nuevo”, dijo, en un momento aún de plena pandemia de covid.

Las siguientes portadas, todas ambientadas en lugares icónicos de Nueva York, vendrían en enero de 2022 (MoMa), julio de 2022 (Central Park), octubre de 2022 (Halloween en la Estación de Grand Central), marzo de 2023 (Madison Square Garden), y la última, la de julio de este año (New York Public Library).

Una portada de The New Yorker es algo para toda la vida, que cobra vida propia incluso después de la publicación. Hay coleccionistas, gente que debate el significado de los elementos… Sobre la última portada, muchos pensaron al principio que la paloma no era una sola paloma, sino varias, hasta que se dieron cuenta de que era una en movimiento. Es gracioso ver también estos debates, ver obras que se convierten en el centro de la conversación…”, concluye.