28 enero, 2023 02:52
Madrid

Venía de un linaje de artistas y contaba con lo que define como un carácter "atrevido". Ambas circunstancias fueron, quizás, las que le abrieron las puertas de Pablo Picasso. José Luis Galicia puede presumir de haber sido uno de los amigos íntimos del genio malagueño. Entre sus sus avatares junto a Picasso, uno crucial: le convenció para que el Guernica pudiera volver al país de origen del pintor. De la Exposición Internacional de París al MoMa neoyorkino, José Luis le convenció para que el cuadro recalara a continuación en España cuando se instaurase la democracia.

Probablemente, este hombre puede ser hoy el único amigo de Picasso vivo. A estas alturas, cuando se celebra medio siglo de su muerte y se amontonan las exposiciones o los homenajes al autor del Guernica. Pero José Luis Galicia no sólo sigue vivo: también se mantiene activo en alguna de las facetas personales que compartía con Picasso.

Este madrileño de 92 años aún dedica unas horas al día a escribir o pintar, acumulando lienzos y cuartillas a lo largo y ancho de su domicilio, situado en el barrio de Arturo Soria. Inquietudes de herencia familiar, recuerden.

Allí atiende a EL ESPAÑOL | Porfolio junto a su esposa, María Jesús Lobato, más conocida como Maruja. Llevan casi siete décadas de matrimonio: el mismo tiempo desde que abandonó su estancia en París, donde empezó esa amistad con Picasso.

José Luis, en su casa madrileña, en el barrio de Arturo Soria.

José Luis, en su casa madrileña, en el barrio de Arturo Soria. Laura Mateo

José Luis Galicia pasó allá una temporada, en una residencia de estudiantes pública que acogía decenas de inquilinos de diferentes nacionalidades. Intentaba empaparse de ese ambiente bohemio que exhalaba la ciudad del Sena y que, según apunta, pronto se mudó a Nueva York. "Se había acabado la Guerra Mundial y todo estaba en ebullición. Sonaban las canciones de Édith Piaf, se leía a Sartre o Camus, y por allí se movían artistas como Juan Gris o el cubano Wilfredo Lam", revela.

En París, José Luis continuaba con su aprendizaje autodidacta de todo aquello que hoy abriga su biografía: la poesía, la pintura, la escultura, el cine. Acudía a museos y galerías o frecuentaba los cafés con tertulia, lugares donde burbujea de verdad el conocimiento.

Un día de finales de 1952 se presentó al homenaje que la Casa del Pensamiento Francés le hacía a Paul Éluard, fallecido poco antes. Al acto había ido Pablo Picasso, amigo del literato, colega de tendencias surrealistas y encargado de exponer parte de su obra en su honor.

José Luis Galicia, de 92 años, duranta su encuentro con EL Español | Porfolio.

José Luis Galicia, de 92 años, duranta su encuentro con EL Español | Porfolio. Laura Mateo

Mientras la gente se agolpaba en las instancias más señoriales, José Luis Galicia fue al espacio dedicado a los cuadros de Picasso. Y se encontró con él, que le invitó a observarlos a su vera e ir comentándolos. "Yo le decía lo que me parecía cada uno, sin cortarme. Y ya al acabar, él me preguntó: 'Pero, ¿tú quién eres?'", comenta sentado en un sillón, vestido con traje y acusando una ceguera parcial por culpa, esgrime, del COVID. Una cuestión, tal y como anota, de osadía.

Galicia le respondió que era un pintor español y Picasso le animó a que le llevara su obra. Él ya sabía dónde se encontraba el estudio del malagueño, y no dudó en acudir al día siguiente. Al contrario de lo que esperaba, el pintor no estaba allí. Le recibió con cierto recelo Jaime Sabartés, un poeta catalán que se había convertido en secretario de Picasso. Galicia le dejó sus creaciones y se fue. No existían, precisa, ni los móviles ni el correo electrónico, así que no le quedaba más que esperar o regresar presencialmente para conocer el veredicto.

Y es lo que hizo, a la semana. Sabartés se asombró al verlo y le dijo que Picasso llevaba días intentando dar con él, pero que justo había salido. Le invitó, no obstante, a comer. "Pasé de que me mirara con desconfianza a ser su amigo", rememora. Poco después repitió la jugada. Y ya se topó con el creador de 'Las señoritas de Aviñón'.

Empezó a ir de vez en cuando, manteniendo largas conversaciones con el malagueño sobre su estilo, sus allegados, los problemas de España o la política internacional. "Podía ir después de comer, hacia las cinco, y me quedaba hasta las once o las doce".

"A él le gustaba mucho hablar, como a mí, y luego me sentía culpable porque a lo mejor le había impedido hacer durante ese tiempo una obra maestra"

Picasso, a quien José Luis Galicia sigue aludiendo por su apellido, valoraba su espontaneidad y su sinceridad. "No iba por interés. Él tenía siempre mucha gente alrededor que quería escribir artículos o libros con sus testimonios, pero yo no. A mí, aparte de la admiración, me llamaba la atención dialogar, pasar el rato", especifica.

Como un actor

El pintor le trataba casi como un hijo. Y su forma de ser, aclara, no coincide con la que se le achaca: "Era alguien normal, cercano. Se le suele describir como algo distante o que maltrataba a las mujeres, pero creo que eso es porque él interpretaba a su personaje. Era como un actor, que cuando había alguien se transformaba".

Galicia resalta esa amistad verdadera, franca, a pesar de que "podía ser su nieto". La relación fue tan estrecha que cuando José Luis se volvió a Madrid y se enamoró de Maruja, no dejó de verle. De vez en cuando le visitaba en la villa 'La Californie', a las afueras de Cannes, o en Antibes, otro de los rincones favoritos de Picasso en la Costa Azul. "Yo me iba a un hotelito, pero quedábamos después de la siesta, que no la perdonaba", explica. En esos viajes se mezclaba con sus diferentes mujeres o hijos, con quienes ahora no tiene contacto.

Dan fe de esas jornadas los documentos que atesora de Picasso. Nada más traspasar la puerta del piso, donde se instalaron hace 50 años, reposa una foto en blanco y negro del célebre artista con José Luis Galicia. Ambos aparecen superpuestos, el rostro pétreo del malagueño con las pupilas hacia el objetivo y, detrás, la mirada perdida del joven. Y en las paredes cuelgan varias pinturas dedicadas al madrileño. Una de ellas es una silueta de trazos urgentes con motivos taurinos, afición que ambos poseían.

Detalle de unas de las obras de temática taurina dedicadas a José Luis por Picasso.

Detalle de unas de las obras de temática taurina dedicadas a José Luis por Picasso. Laura Mateo

"A mí me gustaban las corridas desde que iba de pequeño con mi padre a Las Ventas", detalla, refrescando ese legado familiar en torno al arte: su progenitor, Francisco, era pintor y colega de Ignacio Zuloaga o Joaquín Sorolla. Su abuelo, Leónides, también: de él se conserva, a pesar de las sucesivas reformas, el telón de boca pintado en 1903 del Teatro Calderón de Valladolid, de donde era oriundo. Su hermana, Mari Paz fue bailaora y actriz, con varios filmes clásicos en su currículo.

Y su tío era el poeta León Felipe, ese que pregonaba sus deseos de liviandad: "Ser en la vida romero / sin más oficio, sin otro nombre y sin pueblo. / Ser en la vida romero, romero… / sólo romero. / Que no hagan callo las cosas ni en el alma ni en el cuerpo, / pasar por todo una vez, una vez sólo / y ligero, ligero, siempre ligero". Algo que no se atiene a la filosofía de este inmueble de Madrid, donde se han unido dos plantas y se almacenan centenares de cuadros, objetos de colección y libros. En sus estanterías hay baldas enteras dedicadas a Picasso, pero también a otros maestros como Velázquez, Diego Ribera, Francisco de Goya, Oskar Kokoschka o Paul Klee.

José Luis, durante el paseo por su casa, retratado por El Español | Porfolio.

José Luis, durante el paseo por su casa, retratado por El Español | Porfolio. Laura Mateo

Con la pandemia y el confinamiento, sin embargo, su espacio se ha reducido a la parte de abajo. Ha trasladado al salón pinceles, botes y óleos para seguir con su actividad. Además, en la buhardilla vive una de sus dos hijas. Y a menudo les visitan sus nietos, ya adolescentes.

El 'spaghetti western'

José Luis Galicia disfruta rodeado de todo aquello que ofrece una idea bastante fiel de su existencia: sus pinturas, sus figuras, sus tauromaquias o los recuerdos de su etapa como decorador de cine. Él fue el fundador de Golden City, el inmenso plató donde se rodaron aquellos 'spaguetti western' que despuntaron en la década de los sesenta.

"Tenía contacto con algunos productores y me pidieron que recreara una calle del oeste, pero cogí una madera e hice una maqueta con todo un poblado. Al final, lo monté en Hoyo de Manzanares y se usó para películas como El bueno, el feo y el malo, de Sergio Leone", señala, delante de los retratos de "las dos mujeres de su vida" –Maruja y Elisabeth Taylor- y mostrando una reliquia de aquella época: la cámara Hasselblad con la que inmortalizaba instantes de esas secuencias con, entre otros, Clint Eastwood.

El madrileño, junto a la enorme biblioteca que atesora en su casa.

El madrileño, junto a la enorme biblioteca que atesora en su casa. Laura Mateo

Una de las anécdotas fundamentales de sus avatares junto a Picasso es cuando le convenció para que el Guernica pudiera volver a su país de origen. El pintor lo había terminado en 1937 con motivo de la Exposición Universal de París. Protagonizaba el pabellón español y representaba la barbarie de la guerra, basándose en el ataque alemán a la localidad vasca. Fue expuesto después en el Museo de Arte Moderno (MoMA) de Nueva York. Y allí debía reposar hasta que en España no se instaurara de nuevo la República.

"Le dije que pusiera 'cuando haya una democracia'. Él decía que no, por sus ideales, pero un día lo pensó y decidió llamar al abogado que llevaba estas cuestiones y cambiarlo", sonríe. Sin él, a lo mejor este cuadro que recibe millones de visitas en la sala dedicada en exclusiva del Museo Reina Sofía seguiría en Estados Unidos. Porque ya entonces no había visos de que se restableciera el modelo anterior a la dictadura, del que Picasso era seguidor en las facciones más próximas al comunismo.

José Luis Galicia, sin embargo, no tenía tanta implicación política. Le movían, simplemente, sus inclinaciones artísticas. "Yo siempre digo que mi único partido es el que implique al Real Madrid", exclama este socio antológico del club y habitual de las gradas del Bernabéu. "Iba tanto que, ¿sabes quién me dio el carnet de oro y diamantes por la antigüedad? Di Stéfano", advierte, con los ojos incandescentes al evocar ese episodio junto a la Saeta Rubia, uno de sus ídolos del balón.

Pero el fútbol es otra historia. Se anteponen la pintura y su "querido" amigo, Picasso, del que echa de menos dos cosas: su talento y su trato. "Él no le daría mucha importancia a las conmemoraciones. Hay que pensar que lo que le gustaba era trabajar", zanja.