La clara victoria de Pedro Sánchez sobre Susana Díaz en las primarias del PSOE con 10 puntos de ventaja aboca al primer partido de la oposición a una revisión sin precedentes de sus postulados y de su estrategia. El volteo en el partido es de tal envergadura que recuerda al que llevó a Felipe González en 1979 a imponer la renuncia al marxismo. Estamos, sin duda, ante un cambio histórico.

Ahora bien, las circunstancias de hoy no tienen nada que ver con las de hace cuatro décadas. España se ha abierto al multipartidismo y la crisis de la socialdemocracia asola a la izquierda en media Europa, así que sería aventurado afirmar que el regreso de Sánchez a la Secretaría General vaya a ser un revulsivo para el PSOE como lo fue el congreso de Suresnes.

Enmienda al aparato

Sin embargo, su triunfo sin paliativos en las primarias supone un auténtico sorpasso a la gestora, a las baronías y a los viejos totems socialistas, incluidos los dos expresidentes del Gobierno, y convierte de facto a Pedro Sánchez en el próximo candidato del PSOE a la Moncloa. También constituye una enmienda al rumbo marcado por la gestora durante ocho meses de interinidad. Sánchez ha ganado a Susana Díaz en todas y cada una de las federaciones socialistas, salvo en Andalucía.

La última zarpa

La última zarpa Mariano Gasparet

En este sentido, y a expensas de que el nuevo secretario general, su dirección y su proyecto sean ratificados en el Congreso extraordinario del 17 y 18 de junio, el PSOE está llamado a acometer cambios de calado tanto en el partido como en el Parlamento. Sánchez ya anunció en la campaña que si ganaba apartaría al portavoz en el Congreso, Antonio Hernando. No hará falta: tras conocerse los resultados, presentó su dimisión.

Evitar la división

A nivel interno, la primera obligación de Sánchez es evitar que la división se agrave en los congresos territoriales de los próximos meses, tarea complicada si tenemos en cuenta la magnitud de la crisis abierta en el PSOE y que su triunfo se ha construido sobre la derrota de los mismos barones que promovieron su derrocamiento, empezando por Susana Díaz.  

Pedro Sánchez se equivocará si pretende dirigir el partido en contra de la mitad de la organización y en constante conflicto con quienes ostentan el poder institucional socialista, pero los barones también tienen la obligación de ser leales con el nuevo secretario general. De lo contrario, será imposible recomponer la convivencia y el PSOE acabará implosionando y cediendo a Podemos la hegemonía electoral de la izquierda.

Por lo que se refiere a Susana Díaz, su derrota resulta doblemente lacerante: por haberse presentado a las primarias como la candidata “que sabe ganar elecciones” y por haber contado con el respaldo de la vieja guardia. Si algo ha quedado claro en este proceso es que la militancia ha jubilado definitivamente a los González, Zapatero, Bono, Rubalcaba y demás referentes del viejo socialismo.

Vuelve el ‘no es no’

Por lo que atañe a los cambios políticos más previsibles, los socialistas vuelven con bríos renovados al discurso del "no es no’" lo que sólo puede abocar a una legislatura crispada. Sánchez dijo que si ganaba las primarias volvería a exigir la dimisión de Rajoy, está dispuesto a aliarse con Podemos y no descarta explorar la posibilidad de presentar una moción de censura que tal vez podría confluir con la de Pablo Iglesias.

Pedro Sánchez ha tumbado al oficialismo y tiene las manos libres para escorar el partido a la izquierda, como ha anunciado, pero debe ser consciente de que echarse en brazos de populistas y nacionalistas pondría en riesgo la estabilidad de España y el propio futuro del partido en un país que rechaza los extremismos y en el que una mayoría de votantes se declara de centroizquierda.