El problema siempre es el mismo: o tomarse demasiado en serio o tomarse a broma desde que amanece. Y Pedro Sánchez, que se toma muy en serio a su persona, gobierna en un país que se toma a sí mismo en broma.

A broma desde que la memoria a corto plazo, que son sus hemerotecas, quedaron sepultadas por la ingente cantidad de desplantes que le hacían los servidores de lo público con sus promesas. Un país serio no puede cambiar cada media hora de opinión y mucho menos tener dos gobiernos. Uno que dice que la UE está jaleando a Israel para que cometa un genocidio y otro que corrige a los anteriores, pero con la boca pequeña.  

España no se toma en serio desde que una ministra de su Gobierno hace el ridículo internacionalmente con el consentimiento del presidente, que no la cesa. Y todo mientras la embajada de Israel exige a Pedro Sánchez condenar sin medias tintas la masacre de Hamás

España juega ya sólo un papel internacional como el de los horóscopos en el periódico, por rellenar. Un socio poco fiable, que hoy dice una cosa y mañana la contraria. De esos que no le confiarías ni a tu suegra. Lo único que uno tiene, al final, es una conciencia y una reputación, y la de España brilla por su ausencia. Que pregunte al pueblo saharaui quien lo dude.

Y no es que haya cambiado el mundo, que como en casi todas las épocas está dividido en dos. En los bárbaros que intentan acabar con la libertad desde dentro y en los que intentan liquidarla desde fuera. Lo que ha cambiado es España, que ahora a los bárbaros les da una cartera ministerial, les indulta y, de paso, les pone silla en la mesa de los mayores para que sigan más cómodamente con su plan.  

Creíamos que toda la labor exterior, lejos de embajadas, diplomáticos y acuerdos de futuro, era presentar sucesivas candidaturas para acoger unos Juegos Olímpicos o que Pedro Sánchez le robase cinco palabras a Joe Biden mientras el presidente de los Estados Unidos le miraba con cara de "mastícame este kiwi" sin saber si aquel señor del traje hortera que le asaltaba en todas las cumbres internacionales era un testigo de Jehová o el aparcacoches del evento.

Y con eso ya nos sentíamos importantes, como si con Pedro Sánchez, igual que con Felipe II, no se pusiese el sol. Del plus ultra que inauguró la modernidad hemos retrocedido en una década al non plus ultra original.  

Porque la realidad es que España hace tiempo que no tiene peso exterior alguno, que se ha quedado diplomáticamente en los huesos, por mucho que Ursula von der Leyen le guiñe el ojo a Sánchez. Lo que no diferencia el presidente es lo único importante, esa sutil distinción entre que a uno le tomen en serio o le den cincuenta euros (y unos cuantos millones en fondos europeos) para que vaya al tocador.