Hoy se jugaba contra un fatum que parece decir que, pase lo que pase, "saldrá Sánchez". A Feijóo hoy le tocaba brindar con las meigas. Había que dar razones contra Sánchez si se quiere ser alternativa. Pero había que romper también el embrujo del minuto 93. La creencia de que al final, Sánchez se va a llevar el partido, pase lo que pase.

Y para eso hacía falta un guion diferente. Algo que se saliese de una vez de la ortodoxia de la derecha de los últimos 30 años.

En gran medida no creo que nadie se haya sentido demasiado sorprendido. Feijóo ha hecho lo previsible. Ha criticado el ejercicio del presidente en funciones, ha presentado un proyecto basado en seis puntos (institucionalidad, economía, familia, bienestar, agua y territorio), y todo ello bajo el paraguas retórico de la unidad y la solidaridad de los españoles.

El presidente del PP y candidato a la presidencia del Gobierno, Alberto Núñez Feijóo.

El presidente del PP y candidato a la presidencia del Gobierno, Alberto Núñez Feijóo. Efe

Feijóo no ha abusado de la crítica ni del miedo, y se ha esforzado en presentar un programa de gobierno con propuestas que tratan de responder a problemas tan reales como el empobrecimiento de los ciudadanos, la desigualdad territorial, la baja natalidad o la educación.

Ha manejado también los mitos políticos del centroderecha: "Fuera de la Constitución no hay democracia". La Transición sigue siendo ejemplo.

El tono general ha sido moderado, respetuosos todos en su indiferencia mutua. Si hubiese tensado más la cuerda, Feijóo se hubiese situado a sí mismo automáticamente en la oposición. Y si no hubiese sido crítico, habría validado con sus gestos lo que criticaba con sus palabras. Correcto, todo correcto.

Contundente con la unidad del Estado. Consecuente con los mitos activos de la derecha. Pero lo correcto, y sólo lo correcto y esperable, no le iba a sacar del punto muerto. Así que hoy no esperábamos la corrección y la ortodoxia (criticar la amnistía y defender la libertad) sino algo más. Ese punto extra que diferencia un soneto escolar de un buen poema. Hoy esperábamos más al autor que al texto.

¿Lo hemos visto? Sí, aunque sin grandes alardes. El hecho de que haya construido todo su eje argumentativo sobre la igualdad, y no sobre una libertad abstracta, me ha parecido el momento novedoso.

La igualdad podría ser ese "algo" sobre el que construir un proyecto de derechas que no sea lo de siempre. Es una buena noticia que el programa político del centroderecha se asiente por fin sobre ese principio. La igualdad no es patrimonio de nadie. Desde Aristóteles a Montesquieu o Tocqueville siempre se ha afirmado que sin igualdad no hay gobiernos moderados. La igualdad no es ni socialdemocracia ni socialismo. Es algo previo, condición necesaria de la libertad. Cuanta más desigualdad, mayor tiranía.

Por eso la desigualdad nacionalista se lleva tan bien con las posturas violentas. Por eso la desigualdad ante la ley se llama tiranía y la pobreza es intolerable. Por lo mismo, la educación es un factor clave para la libertad, porque sin educación no hay igualdad.

La igualdad siempre ha formado parte del patrimonio moral de la derecha, y sus líderes deberían maldecir el momento preciso en que se la regalaron a la izquierda. No hay ninguna contradicción en utilizar más la palabra "igualdad". Es un giro sutil que significa que por fin se pone la atención en el momento actual.

Si esperaba algo nuevo, al menos desde el punto de vista del discurso, creo haberlo encontrado en el reencuentro de dos ideas que nunca deberían haberse separado: la libertad y la igualdad.