Pasa una cosa sorprendente. Si el Gobierno tiene razón, se está equivocando. Y si la oposición está en lo cierto, no acierta. Pero ninguno se entera, ensimismados los dos en la esencia de su ombligo respectivo.

"No hay plan B", dijo Sánchez cuando se acercaba la cuarta prórroga. "Hace falta seguir confinados, y no hay otro instrumento legal que el estado de alarma". Ahora que ya van siete tramos de 15 días de excepcionalidad lo sigue diciendo.

"Sí se puede", alegaba Casado, que esgrimía las leyes que ahora servirán de base para el decreto de restricciones sanitarias del martes...

Las miras cortas de unos les llevaron a gritar desde el atril que el presidente es un "dictador constitucional" y que a su socio lo engendró un "terrorista".

Y las de los otros, a darse abrazos con Bildu, que ahora quiere ser un partido del pueblo después de haberlo masacrado y antes de pedir perdón. Lo que es tanto como decir que "nuestros asesinos os mataban, pero era por vuestro bien".

Así que miremos más lejos, tampoco mucho, al día en que seamos nuevamente normales:

Esencial será que los afectados por los ERTE no sólo sepan que su empresa no quiere echarlos, sino que cobren su prestación: qué suerte que no estoy en la cola del paro, ¡pero mejor sería tener con qué bajar a por el pan!

Esencial será que los alumnos tengan dispositivos en casa para conectarse. Y los profesores tiempo para dar todas esas clases: desdoblas a los estudiantes en presenciales y telemáticos, ¡pero a ver cómo desdoblas al maestro!

Y así... en la nueva normalidad también amanecerá cada día. Y lo hará con sus cosas diarias que solventar, mientras pagamos los sueldos de quienes buscan los aplausos propios y se pierden los ajenos.

El otro día, el ministro Illa tuvo un gesto desesperado que alimentó mi esperanza mientras se preocupaba por el botellón de Tomelloso. Sin saberlo, hizo una metáfora visual al quitarse las gafas de cerca para remarcar su alarma.

¿Y qué vio? El reflejo en la comisión del Congreso de esa borrachera comunal, una tropa de diputados haciéndose aquelarres unos contra otros.

¿Que no nos representan? ¡Claro que nos representan! Los votamos porque somos así, más atentos al síntoma del calimocho colectivo que a la enfermedad de nuestras aulas. Somos el país que reabre discotecas para solazar las meninges de una semana de clases aún cerradas. Somos los beodos del puesandaquetú que atacan su resaca con más madera, que es la guerra.

Unos salen del confinamiento en coches con banderas. Y los otros sacan su 8-M a cada calle para que los/las atropellen en diferido. Y como nadie mira más allá, ninguno ve que el otro tiene algo de razón y que todos se hacen falta. Que nos harán falta, que hay vida después de la próxima bronca.