La España a la fuga de España hiperventila si le cantan unos versos en prime time un domingo por la noche. A los artistas que andan graduándose en Operación Triunfo de la perspectiva Playground de la vida es fácil sorprenderlos: nunca creyeron que una mujer pudiera cantar los poemas de un autor rojo aficionado a los toros. Se fundieron unas cuantas teorías, fue la noche de las teorías fundidas. Estrella Morente improvisó, cambiando la actuación prefabricada por un clínic de autenticidad que mandó a la UVI a un buen número de músicos plastificados.

La tauromaquia provoca desmayos porque los chavales no saben despejar la incógnita que genera. Está proscrita del mainstream que estrujan para sobrevivir, que los sustenta a base de virales con gatos y literatura barata, las drogas de la nueva Movida apalancada en las redes sociales. No sé quiénes desterraron a los toros del día a día pero fue como enterrar al Titanic en el jardín de casa: es imposible no tropezar con las chimeneas. La tauromaquia tiene la virtud de estar ahí, simplemente ahí, y no hay actualidad que esquive las toneladas de producción literaria que inspira la muerte pública del toro.

A mí me da igual que cada vez queden menos niños capaces de reventar su juventud contra los cuernos de cualquier novillo, que las puertas grandes no formen parte de las aspiraciones de nadie, que ya no queden abuelos que les echen a sus nietos el humo del cigarro gritando ole. Me resultan graciosos los dramas de quienes descubren que hay formas distintas de asomarse al mundo, que existen, por ejemplo, mujeres más complejas que las diseñadas en los talleres de Lavapiés.

Por los toros pasan la mayoría de los antitaurinos a dejar sus babas y ahí siguen, llenando de escupitajos el muro donde unos cuantos ponemos todavía la oreja porque se escuchan los ecos de algo verdadero. La pataleta sirvió para hacer que los modernos parecieran actores de la distopía de El secreto de Puente Viejo —“señora” por “hermana”— y Estrella Morente, la artista más revolucionaria del momento, apoyada en la tauromaquia, una forma inédita de ser antisistema. Cuántas sorpresas: el toreo suma cinco años de esperanza de vida por cada nueva polémica.

Verás cuando se enteren de que la mujer que aparecía imponente delante de los aspirantes sobre el escenario como si Mike Tyson hubiera decidido enfrentarse al pequeño Nicolás en un ring, duerme con un matador de toros que no mata bien los toros.