Me temo que soy el último mohicano del patriotismo constitucional, esa adhesión fría al Estado de Derecho, leal a España pero netamente antinacionalista. Mi situación es insostenible y lo sé. Pero me sostengo, más solo que la una. Mi actitud es ruinosa en todos los sentidos. Al menos me divierto observando a mi alrededor el espectáculo de la prosperidad sectaria. Todos ahí con su modelo de negocio, haciendo como que hablan de las cosas cuando solo están en una lucha desesperada por la salvación personal. Como yo ahora, por otra parte. Tal vez es lo único que se puede hacer.

Estamos en una ratonera absurda, a la que no le veo salida. La manifestación de ayer fue un desastre, pero porque la situación es desastrosa: solo podía ser un desastre. Y si no hubiese habido manifestación, también habría sido un desastre. Todo viene de atrás, desastrosamente; y se encamina, de desastre en desastre, hacia el desastre final.

En realidad, no hay solución desde el momento en que los partidos constitucionalistas han sido incapaces de ponerse de acuerdo para afrontar la crisis catalana: el ataque más fuerte que ha sufrido la democracia española desde la muerte de Franco (lo del 23-F se quedó en un susto, para cuyo ridículo sí tuvo anticuerpos la sociedad). El gran culpable del desacuerdo (¡qué le vamos a hacer!) es el PSOE, con sus pruritos. Pero también este PP tan poco ejemplar. Juntos suman una sucesión deprimente de errores: el penúltimo, el ronroneo de Sánchez con los populistas y los nacionalistas, a los que les debe el poder; el último, la retórica abusiva de Casado, de una irresponsabilidad pasmosa. Ahora con Vox –con la contaminación de Vox– la solución está más lejos que nunca. Me refiero a la solución de verdad.

Sigo siendo nostálgico del pacto PSOE-Ciudadanos, que no pudo ser: un pacto que los habría mejorado a ambos, en vez de andar empeorándose por ahí con las malas compañías. Sobre todo el PSOE, empeoradísimo ya (¡patética su campaña contra los manifestantes, superior al patetismo de estos!). Pero pensar en ese pacto es un puro bucle melancólico, porque se ve lejísimos. 

Mientras tanto, los días fluyen maravillosamente en este rincón privilegiado del mundo. Estuve hace un mes dándome un paseo por Barcelona y qué vida estupenda en las calles, junto al mar. También en Madrid y en Málaga. En Madrid sin mar, pero con igual maravilla. ¿Cuándo saltará a la calle el embrutecimiento de la política, si salta? No deja de asombrarme lo vivible que sigue siendo la vida. No deja de asombrarme la coexistencia de la guerra civil mental con el día a día civilizado. “Estamos en el fondo de un infierno, cada instante del cual es un milagro”. Así lo dijo Cioran.