Hay un momento, en la Segunda Parte del Quijote, en la que el Ingenioso Hidalgo cataloga a los ilustres antecesores que le han servido de fuente de inspiración como caballero andante: "¿Quién más honesto y más valiente que el famoso Amadís de Gaula?, ¿quién más discreto que Palmerín de Inglaterra?, ¿quién más acomodado y manual que Tirante el Blanco?...". Pero, tras detenerse en estos tres héroes míticos de las novelas de caballerías, menciona a otros paladines menores, tipo Felixmarte de Hircania o Lisuarte de Grecia, y, como si tomara aliento, añade enfáticamente: "¿Quién más arrojado que don Cirongilio de Tracia?".

Sólo los especialistas en el género saben que se refiere al protagonista del libro de igual nombre, publicado en Sevilla en 1545 por Bernardo de Vargas, como un compendio de tópicos o más bien como un "estereotipo esclerotizado" de los relatos caballerescos. Según el profesor argentino Javier Roberto González, el Cirongilio "se sustenta en una apologética ingenua" del caballero cristiano que, ante las invasiones turcas que infeccionan Europa, acude, desde Tracia, en auxilio de Roma, "pese a la condición soberbia y fatua" de la antigua metrópoli, a cuyo solio imperial acaba de acceder el joven Posidonio.

Todo es un disparate integral. Las aventuras de don Cirongilio son tan ucrónicamente estrafalarias como su nombre. En realidad, estamos ante una parodia del género, basada en la "hinchazón estilística", los "pasajes recargados" y la "reiteración exagerada de situaciones y motivos narrativos". Se trata, en definitiva, de "un libro presuntuoso  por su lengua, hipertrófico por su funcionalidad... que conviene estudiar como un típico producto de la etapa epigonal o de agotamiento de la especie caballeresca peninsular".

Ilustración: Javier Muñoz

Como subgénero, podríamos identificarlo con la "pulp fiction", los tebeos del Guerrero del Antifaz, las novelas de El Coyote o el cine de serie B. O sea que don Cirongilio es a don Quijote lo que el brindis de los tercios de Flandes a la historia del Siglo de Oro, lo que Vox a la derecha tradicional, lo que Santi Abascal, Rocío Monasterio e Iván Espinosa a Fraga, Aznar, Cánovas o Maura: una caricatura, una broma efímera, más pintoresca que tremenda, una saga metepatas que pasará ante nuestros ojos sin demasiadas consecuencias.

La equivalencia con el líder de Vox surgió al leer la otra mención que en la obra de Cervantes se hace de ese antecesor. Concretamente, cuando Alonso Quijano relata una de sus aventuras más significativas mediante una pregunta retórica: "¿Qué me dirán del bueno de don Cirongilio de Tracia, que fue tan valiente y animoso que, navegando por un río, le salió de la mitad del agua una serpiente de fuego y él, así como la vio, se arrojó sobre ella y se puso a horcajadas encima de sus escamosas espaldas y le apretó con ambas manos la garganta, con tanta fuerza que, viendo la serpiente que la iba ahogando, no tuvo otro remedio sino dejarse ir a lo hondo del río, llevándose tras sí al caballero que nunca la quiso soltar?".

Pues diremos, señor don Quijote, que en el caso de Abascal y sus escuderos, no sólo resulta que han sido víctimas del derrape de su propio brío -como tantas veces le pasa a Cirongilio-, sino que encima se han equivocado de “serpiente de fuego”. Porque lo sucedido en Madrid y Murcia demuestra que no se han "arrojado" sobre la izquierda socialista o podemita, representada por jayanes o gigantes al servicio de los turcos, como Parpasodo Piro, Fanamú de la Pujante Roca o Buzaratangendro –hay que reconocer que el tal Vargas inventaba nombres como nadie-, sino sobre la derecha a la que dicen servir. Es lo que Aguado espetó a Monasterio tras más de media hora de infructuosa brega tripartita para desbloquear la investidura de Díaz Ayuso: "Rocío, estás ayudando a Gabilondo".

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Tal y como yo advertí, una y otra vez, durante la campaña, en la pugna entre las dos almas de Vox no está primando la que hubiera querido echar a Sánchez de la Moncloa, sino la que quiere echar a Casado de Génova. O sea, la que, antes que derrotar al fingidor caballero Metabólico –así se llama el más pedrista de los enemigos de don Cirongilio-, prefiere derrocar a Posidonio, nuevo emperador de Occidente. Y nada lo prueba mejor que la satisfacción con que la altiva dirigente voxística o voxera hizo un balance positivo de esa reunión, exigida por ella, pese a que sólo sirvió para darle su anhelada cuota de protagonismo, mediante la escenificación de un fracaso. Nadie duda del asentimiento de su marido, Ivan Espinosa de los Monteros.

'Don Cirongilio de Tracia',  publicado en Sevilla (1545) por Bernardo de Vargas.

'Don Cirongilio de Tracia', publicado en Sevilla (1545) por Bernardo de Vargas.

A base de cruzar todos los días la frontera entre lo que, en su espejo vanidoso, parece sublime y, a los ojos del común, resulta grotesco, estos compañeros de don Cirongilio, a quienes FJL ha bautizado certeramente como "Los Aristogatos", han contribuido de manera decisiva a arrastrar a Vox al fondo del río del descrédito, ante sus propios electores. De momento han bloqueado la Comunidad de Madrid, convirtiendo en estéril la emocionante remontada de medianoche que permitió que muchos ciudadanos se acostaran el 26-M apesadumbrados, soñando con la pesadilla de los impuestos de Gabilondo y Errejón, y se levantaran aliviados por la perspectiva de un acuerdo entre Ayuso y Aguado.

Una vez consumado el pacto de las 155 medidas, el papel que han reservado las urnas a los líderes de Vox no es el de cambiar votos por fotos, sino el de elegir entre las dos únicas opciones posibles. Es lógico que pidan ser tenidos en cuenta en todos aquellos aspectos programáticos que no choquen con lo acordado por PP y Cs. Pero no podrán negar que la nueva aspirante a lideresa madrileña –toda una revelación en estas semanas de pausa- ha hecho alarde de comprensión, paciencia y voluntad de integración.

Al final del día, les tocaba elegir entre un mal menor (un gobierno de centroderecha sin ellos) y un mal mayor (el bloqueo, con riesgo de que unas nuevas elecciones den mayoría a la izquierda). Era un dilema similar al de Valls en Barcelona. Pero Valls optó por el mal menor y ellos, de momento, juegan al órdago del mal mayor.

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El paralelismo entre Abascal y el caballero andante de Tracia se refuerza por el hecho de que, cuando don Cirongilio acude en ayuda de la Roma amenazada por los turcos, no sólo trata de defender la capital del cristianismo, sino que busca a la vez el reencuentro con la familia de la que fue raptado y alejado. De hecho, en su cuerpo hay unas marcas de nacimiento que facilitarán la anagnórisis o reconocimiento familiar que marcará el apogeo del relato.

A nadie le sorprenderá que un buen día Abascal muestre una gaviota tatuada bajo el antebrazo y que en Génova se sacrifique el mejor cordero para celebrar la vuelta del hijo pródigo. Cuando alguien escribe “me voy del partido de mi padre”, está diciendo, aun sin darse cuenta, que su destino es regresar un día. Y en el PP de Posidonio no queda ya de Rajoy ni la suscripción al Marca.

Cuestión distinta es la de Los Aristogatos. Aparentaban ser el rostro amable de Vox y a la hora de la verdad han resultado ser el sustento de la línea más dura contra los medios que no les gustan -casi todos- y la trinchera de las posturas más intransigentes en las conversaciones con PP y Ciudadanos.

Dentro del casting de la novela, a Espinosa de los Monteros le correspondería repartirse con los demás dirigentes de Vox los papeles de los jóvenes aristócratas, armados caballeros junto a Cirongilio. Es el caso de Beroaldos de Santrastópoli, Tigrán el Membrudo –ese sería para Ortega Smith-, Florimando de Ínsula Verde –el juez Serrano cuando se recupere de su ataque de ansiedad- o más bien Armindo de Rocasalada, hijo del marqués de Parenso y enamorado de la bella hechicera Palingea.

Transcribiré ahora del castellano antiguo. Dotada de los dones de la profecía y la videncia, Palingea Monasterio, augura que “un encerrado osso -alusión inequívoca a la barba y tamaño de su marido-, encendido en amor della, procurará por todas las vías de la aver a su voluntad”, pero advierte que “en el ayuntamiento de las dos partes más amigas, se engendrarán los enemigos”. Eso era lo que sin duda venía sucediendo hasta el jueves en Vox.

Ese día regresó el héroe. Apercibido de que estaba ahogándose, al intentar estrangular a la serpiente equivocada, don Cirongilio soltó su presa y sintió como la liviandad de su propio ser le empujaba hacia arriba. Emergió a la superficie y volvió a flotar entre los acordes mágicos de un santur, una cítara y un cimbal. Enseguida emitió un dictamen, vinculante para todos los caballeros cristianos: "Las cosas están cambiando. Estamos en otra fase. Están respetando a Vox y a sus votantes y hay posibilidad de llegar a un acuerdo".

Lo que debe suceder, a partir de ahora, en Madrid y Murcia, está escrito en la sinopsis editada por el Centro de Estudios Cervantinos: "La flota de Cirongilio llega al sitio de la batalla entre turcos y romanos y suma sus fuerzas a la de estos... Gracias al aporte del héroe y los suyos, las fuerzas cristianas derrotan a las turcas que se dan a la fuga... Todas las tierras turcas se sumen en llanto y lamentos. Cirongilio ofrece a Posidonio, ahora que el enemigo común está vencido, arreglar sus propias diferencias individualmente y excusando una nueva guerra. El emperador renuncia definitivamente a ella y celebra una reunión de paz y amistad con el héroe". Nadie podrá negar que la vida política imita mucho a los tebeos malos.