En estos tiempos de pandemia, España se ha quitado la venda con respecto a la idea de que es uno de los países con mejor sistema sanitario del mundo. Falta de equipos de protección individual, necesidad de contratar a más personal no cualificado anteriormente y la visualización de que no había UCIs suficientes para tratar a los más de 190.000 infectados por el nuevo coronavirus Sars CoV-2 han dejado de manifiesto que el país no estaba preparado para afrontar una epidemia que, aunque nueva, podría haber causado menos estragos de haberse gestionado de otra manera, según achacan al Gobierno diversos políticos de la oposición pero también sociedades científicas e incluso medios extranjeros

Y al hablar de gestión sanitaria en España, es inevitable que surja un nombre: el de la persona que hizo de la sanidad pública española, al menos en un ámbito, un referente mundial en el campo de los trasplantes, donde la Organización Nacional de Trasplantes (ONT) se mantiene líder a pesar de que su alma mater se jubiló hace tres años. 

Rafael Matesanz (Madrid, 1949), el creador y director de la  ONT durante 28 años, disfruta desde entonces de lo que él define como una jubilación activa, ha escrito un libro que quizás hubiera venido bien leer a las autoridades sanitarias antes de este fatídico marzo -Gestión con alma (La esfera de los libros, 2019)-, publica regularmente en revistas científicas o periódicos y no perdona los seis meses al año en su casa del Ampurdá, donde suele irse cada abril. "Este año nos han fastidiado", bromea, antes de decir lo que realmente lleva peor del confinamiento que sigue a rajatabla en su casa de Madrid: no poder ver a sus nietos más que por videoconferencia. 

Aunque esta entrevista se engloba en la serie Hablando sobre España, España no es ahora otra cosa que el COVID-19. Lo que ocupa a los políticos, lo que preocupa a la sociedad y lo que más urgentemente ha de resolverse. Y Matesanz sabe mucho de resolver porque, al fin y al cabo, ¿qué hay más difícil que sustituir un órgano que conduce a la muerte por otro que revive a su portador?

De todas las medidas (o falta de ellas) que ha tomado el Gobierno en esta pandemia, ¿cuáles cree que han sido las más erróneas? 

Las acciones de las autoridades sanitarias han venido marcadas por llegar tarde a casi todo e ir a remolque de la pandemia. No se compraron los test, ni los equipos de protección individual (EPI), ni los respiradores a tiempo pese a que, según la prensa (y que yo sepa no se ha desmentido), hubo indicaciones de la Comisión Europea para hacerlo con antelación. Las medidas de confinamiento se hicieron tarde, permitiendo por ejemplo todos los eventos del 8M, partidos de fútbol o actos políticos, cuando ya algunas entidades como los colegios de médicos o algunas comunidades habían suspendido reuniones profesionales con bastante menos gente. Estos retrasos y la carencia de medios han condicionado la mayoría de los errores posteriores, como no hacer test a los contactos o a los profesionales sanitarios o que estos no tuvieran protección y, por tanto, no poder tomar las medidas adecuadas.

Y, en el sentido opuesto, ¿cree que algo se ha hecho bien? Si es así, ¿qué?

Sin duda, ha habido medidas como las del confinamiento que pueden haber sido discutidas por algunos en la forma pero difícilmente en el fondo. De igual manera la respuesta del sistema nacional de salud en su conjunto y en general de las fuerzas armadas, policías y un largo etcétera de trabajadores públicos y privados es muy de destacar porque, sin su entrega, el país habría colapsado.

Usted criticaba en un reciente artículo en otro periódico que el Gobierno hubiera cambiado de opinión respecto a algunos asuntos clave (mascarillas, test) pero, a veces, han sido los propios estamentos sanitarios los que lo han hecho. ¿No cree que esto, que se podría ver como improvisación, se ha debido al poco conocimiento existente -por lo novedoso- del nuevo coronavirus?

En el tema de los test está claro que no ocurrió así. Todos los países que han controlado bien la pandemia los han usado desde el primer momento para identificar y aislar a los infectados, y eso ya se sabía. La política de hacerlos primero sólo a los que tenían síntomas y luego tan sólo a los casos graves o ni siquiera eso, ha venido marcada por la imposibilidad de hacer más, aunque se pretendiera disfrazar de recomendación científica. Con la mascarilla ha ocurrido algo parecido (aunque en este caso las evidencias científicas en favor de su uso para la población general son más dudosas): no se pueden recomendar para todos si simplemente no hay ni para los sanitarios y demás trabajadores de primera línea.

En 2009, cuando se produjo la pandemia de la gripe A, usted trabajaba activamente en la ONT. Aunque entiendo que no tuvo un papel determinante en el manejo de esta crisis. ¿Se atrevería a decir si se hizo mejor o peor que en ésta y en qué aspectos?

La gripe A surgió antes en el hemisferio sur, lo que nos dio tiempo a prepararnos mientras recibíamos información de zonas como Australia o América Latina. De hecho nos temíamos una fuerte repercusión en las UVIs que, en nuestro caso, afectara a la donación y al trasplante como ha ocurrido ahora, y tomamos las precauciones oportunas.  La entonces ministra Trinidad Jiménez hizo una muy buena labor con las comunidades autónomas y la opinión pública. Al final, el impacto fue muy limitado y las críticas vinieron entonces por una sobreactuación por parte de la Organización Mundial de la Salud (OMS) y del gobierno al adquirir millones de dosis de Tamiflu, un antiviral de utilidad limitada que acabó caducando en algún depósito. Nada que ver con la crisis actual. Además, el carácter prácticamente virtual en España de las anteriores crisis de salud pública como el SARS, ébola, o gripe A probablemente ha condicionado en gran medida la inacción actual porque se ha pensado que era un problema chino y que aquí no iba a llegar.

El exdirector de la ONT Rafael Matesanz. Cedida

Por la misma razón, usted debió de haber coincidido con Fernando Simón, actualmente cuestionado por muchos. Es una persona que, como usted, ha trabajado con distintos gobiernos. ¿Qué cree que puede haber pasado para que su actuación, muy alabada con el ébola, se vea ahora peor?

Fernando Simón es un muy buen profesional que viene prestando un gran servicio al Sistema Nacional de Salud desde hace mucho tiempo y con ministros de todo signo. Durante la crisis del ébola salvó la imagen del gobierno tras una rueda de prensa catastrófica de la ministra de entonces, Ana Mato. Lo que pasa es que aquello fue sobre todo una crisis de pánico colectivo bastante infundado, en la que aparte de los dos misioneros que vinieron aquí a morirse, tan sólo hubo una auxiliar contagiada que se recuperó, un perro sacrificado y nada más, y ahora son muchos miles de muertos y un país paralizado. Lo fundamental era la comunicación y transmitir tranquilidad y eso lo hizo muy bien. Ahora se ha intentado hacer lo mismo en las primeras fases de la crisis, cuando solo había casos importados y está claro que no era el momento de sedar sino de actuar. 

Porque pese a que es obvio que él no es quien toma las decisiones, le han puesto desde el inicio de la crisis frente a todos los medios, todos los días, incluso cuando muchas veces no hay nada nuevo que decir. A veces le acompaña el ministro que se remite para todo a los técnicos, o sea básicamente a él, pero no hay quien se crea que un funcionario con rango de subdirector general y con todo un escalafón jerárquico por encima, autorizara las manifestaciones del 8M o fuera el responsable de que no haya test diagnósticos. Cuando a uno le ponen a dar la cara de esta forma tan continuada en nombre y representación del Ministerio, de los técnicos y casi de la administración entera, las posibilidades de no equivocarse y de salir indemne son simplemente cero y así ha sido: le han quemado. Aunque haya tenido errores, muchas de las críticas que se le han lanzado son injustas porque en realidad corresponden a otros.

¿A quién hubiera puesto usted al frente de esta crisis, si pudiera elegir? 

El ministro Illa parece una persona inteligente y desde luego se está dejando la piel en la gestión de la crisis. El problema es que como ha venido ocurriendo casi siempre con el Ministerio de Sanidad, los presidentes del gobierno tanto del PSOE como del PP lo consideran como el apartado de Varios, algo sin contenido, para un compromiso o para foguear al ministro de turno en espera de más altas cotas. Salvo muy honrosas excepciones se ha considerado superfluo cualquier conocimiento previo de la sanidad o de gestión sanitaria. He convivido con 16 ministros y sé lo que me digo. 

Cuando a uno le colocan en un ministerio fundamentalmente para que colabore en el problema territorial y a los dos días le cae esto encima, lógicamente desconoce entre otras muchas cosas qué equipo debe escoger o en qué expertos apoyarse y resulta difícil pedirle la anticipación a los problemas que se espera de un buen gestor. Simplemente no se han puesto las condiciones adecuadas por parte del Gobierno para que esto funcione.

Para mí el perfil adecuado para gestionar una crisis de este calado es el de una persona que combine el peso político con un conocimiento del sistema sanitario y una demostrada capacidad de gestión y de trabajo. Creo que personas como Rafael Bengoa o Ana Pastor, por citar a uno de cada partido, habrían sido las más adecuadas.

¿Cree usted que la descentralización de la sanidad ha sido un punto en contra en el manejo de esta crisis? 

La historia no da marcha atrás y en España optamos hace 40 años por un estado descentralizado, con sus ventajas y sus inconvenientes, que de ambas cosas hay. Algunos aspectos de coordinación habrían sido más sencillos pero, en todo caso, gestionar la asistencia sanitaria, con la diversidad y complejidad de todos los hospitales públicos y privados de toda España, de una forma centralizada en una situación como ésta sería mucho más complicado.

¿Cree que las cosas están mejorando con el tiempo, que se llegará a un manejo de la situación que permita salir de ella? Si no es así, ¿qué cree que se tendría que hacer para lograrlo?

Afortunadamente parece que la presión sobre los hospitales está bajando tanto en urgencias como en las UCIs en casi todas las comunidades y eso es un dato mejor que cualquier estadística, pero aún falta mucho para recuperar la normalidad que perdimos.

En la misma línea, ¿cuándo cree que tendría que empezar el desescalado de las medidas establecidas en el estado de alarma? (Si se atreve a hacer un pronóstico)

Debería ser cuando los datos objetivos de la enfermedad lo permitieran, no es cuestión de adelantar fechas. El problema es que los errores cometidos nos hacen andar casi a ciegas y nos van a impedir conocerlo a su debido tiempo. La carencia de test impide conocer hasta ahora la magnitud de la epidemia. El tantas veces anunciado estudio nacional nos puede dar datos muy interesantes cuando se haga, pero el mal diseño de la recogida diaria de datos, que ni es uniforme en cada comunidad, ni se reporta a tiempo exacto y que además se ha visto artefactado en la serie histórica por los cambios de metodología, va a hacer muy difícil sacar conclusiones científicas. Por ejemplo, el repunte de contagios de estos días hasta alrededor de 5.000 diarios en presencia de un confinamiento máximo puede explicarse por una parte porque mucha gente no diagnosticada esté contagiando en el hogar o en hospitales o también porque se hacen más test. Simplemente no lo sabemos, como tampoco la evolución real de fallecimientos al no haber sido incluidos los fallecidos en domicilio o en las residencias. Todos estos fallos no nos van a permitir saber bien el terreno que pisamos y eso es peligroso a la hora de tomar decisiones.

Rafael Matesanz. Cedida

Se habla mucho de que puede que salgamos más fuertes de esta pandemia (una manera de intentar ver algo positivo dentro del horror), ¿cree que será así? Si es así, ¿en qué nos habremos reforzado?

Los chinos usan dos pinceladas para escribir la palabra crisis. Una significa "peligro", la otra "oportunidad". Los peligros por desgracia los tenemos bien presentes, las oportunidades habrá que descubrirlas. Sabremos apreciar mejor tanto a nuestra sanidad como a muchos profesionales encargados de la seguridad, los transportes, los supermercados… hasta ahora invisibles, pero que han permitido a la sociedad seguir en pie. Seguramente saldremos más cohesionados como sociedad y sobre todo, apreciaremos mejor lo poco o lo mucho que tengamos. 

Por último, se habla mucho de la responsabilidad de los políticos. ¿Cree que también han sido responsables, en cierto modo, algunos expertos que no vieron lo que nos venía?

Muchos de los expertos epidemiólogos que nos trasladan sus opiniones cada día han hecho como los economistas, que siempre prevén las crisis al día siguiente de que se hayan producido y las explican perfectamente. Ha faltado previsión por parte de quienes tenían que haber percibido los signos de la catástrofe que se avecinaba, con el agravante de que la historia se había producido ya en Asia y en Italia y no se supo ver. La responsabilidad es bastante compartida, lo que pasa es que quienes tienen que tomar las decisiones a la vista de la información que tienen son los políticos.

Y en la misma línea, ¿cree que los españoles nos podríamos haber portado mejor? ¿No cree que si nos hubiéramos tomado más en serio las recomendaciones de extremar la higiene, mantener el distanciamiento social y cosas como no salir a la calle con síntomas la situación hubiera sido mejor? 

Yo creo que en general, el comportamiento de la población ha sido más que correcto en una forma de actuar que entre otras cosas han supuesto un cambio cultural radical en nuestras costumbres, renunciando a cosas tan vitales y tan nuestras como el reunirnos, abrazarnos o compartir una copa. Los casos de transgresión de estas nuevas normas han sido una abrumadora minoría y son muchos más los que se han comportado con todo civismo. La gente de a pie en su conjunto está respondiendo con mucho civismo.

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