Los resultados electorales han dejado un escenario insólito de aparente bloqueo. Se ha sustituido el tradicional bipartidismo por unas dobles parejas que, juntas, no suman mayorías suficientes. De seguir la lógica de bloques, unos y otros deberían apoyarse en terceros para alcanzar el poder, con el peaje que ello supondría. Es decir, habríamos vuelto a la casilla de salida, igual que cuando el PP y el PSOE tenían que pedir el auxilio de los partidos nacionalistas, solo que ahora con más actores y con parte del viejo nacionalismo transmutado en independentista.

El escenario obliga a negociar y a hacer cesiones. Si ninguna formación política se moviera de sus actuales posiciones, hoy mismo podríamos dar carpetazo a esta fase y empezar a pensar en una nueva convocatoria de elecciones. Pero, más que nunca, conviene actuar con altura de miras e inteligencia, porque seguramente la aspiración legítima de cada partido por sacar rédito de sus resultados electorales no es incompatible con buscar el bien general. La Bolsa ha enviado este lunes un mensaje que no cabe dejar caer en saco roto: ha perdido un 3,6%. La incertidumbre no es buena compañera, y en Europa observan con interés los pasos que va a dar España en las próximas semanas.

Podemos, rehén de sus socios

El primero de los líderes en mover ficha tras las votaciones ha sido Pablo Iglesias, y lo ha hecho para poner sobre la mesa las condiciones con las que quiere abrir una nueva etapa política. Entre ellas incluye el derecho de autodeterminación de Cataluña y otras comunidades con aspiraciones soberanistas. Incluso considera la celebración del referéndum catalán como condición previa a cualquier pacto.

Lo que el líder de Podemos trata de enmascarar como una iniciativa audaz es, en realidad, la prueba de su debilidad. Basta contraponer las posiciones que mantenía cuando visitó Barcelona por primera vez y las que defiende ahora. Entonces causó consternación en el independentismo; hoy es la esperanza de los separatistas para que actúe como gozne y les acerque a sus objetivos.

Lo cierto es que Podemos se ha convertido en rehén de sus socios. Sólo 42 de los 69 escaños que ha celebrado como propios son realmente suyos: los otros pertenecen al partido de Ada Colau, a Compromís y a las Mareas... Y a esos socios tiene que dar satisfacción Iglesias.

Llegados a este punto, el PSOE ha de ser consciente de que no puede aceptar la invitación de Podemos a cruzar la línea roja de la soberanía nacional. Lo contrario sería hacerse el harakiri. Ese referéndum, que no podría ser vinculante mientras siga vigente la Constitución, sería ganado por goleada por los independentistas: dado que votar por la secesión no tendría ningún coste tangible e inmediato, como en Escocia, incluso los más tibios tendrían la tentación de sumarse a la ruptura.

PSOE y C's huyen de nuevas elecciones

Los tiempos están dando la razón a Zapatero cuando declaró a EL ESPAÑOL que tras el 20-D tendría que producirse un pacto de tres para lograr la estabilidad necesaria. El autodescarte de Podemos pone la pelota en el tejado del PSOE, del PP y de Ciudadanos. Hay que tener presente, además, que a Sánchez y a Rivera no les interesa que haya una nueva convocatoria electoral, porque eso supondría polarizar las posiciones y crecerían los extremos en perjuicio suyo.

Descartada la gran coalición entre populares y socialistas -si ya era harto difícil plantearse algo así, el cara a cara entre Mariano Rajoy y Pedro Sánchez lo impide definitivamente- quedan tres posibilidades que implican acuerdos a tres bandas. La primera es que el PSOE y Ciudadanos se abstuvieran para que Rajoy fuera investido presidente. Es la solución que ha sugerido este lunes Albert Rivera. Pero gobernar así sería, en la práctica, imposible, pues el PP estaría en las votaciones en continua minoría. Otra opción sería que el PP se abstuviera para que Pedro Sánchez fuera investido presidente con el apoyo de Ciudadanos. Pero es improbable que los populares, como fuerza más votada, se lo plantearan siquiera. Son, ambas, propuestas en negativo, donde cuenta la pasividad más que la colaboración.

En busca de una gran mayoría

Existe una tercera alternativa, que es la que a EL ESPAÑOL le gustaría que se fraguase: la formación de una gran mayoría con los diputados del PP, del PSOE y de Ciudadanos, pactando un presidente de consenso que, lógicamente, no debería ser Rajoy. Esta solución supondría crear una mayoría constitucionalista de 253 parlamentarios que daría estabilidad al país y lograría aplacar el desafío independentista.

Esa alianza, que incluyera la reforma constitucional, permitiría crear una agenda de reforma política ambiciosa -más de la que recoge el programa del PP- antes de convocar nuevas elecciones con argumentos renovados para pedir el voto. A nivel interno, permitiría ganar tiempo para que cada partido renovara o consolidara sus liderazgos, en un momento en que tanto Rajoy como Sánchez escuchan voces críticas. Aznar ya ha pedido un congreso abierto en el PP para moverle la silla a Rajoy.

Que una mayoría de españoles quiere cambios es tan cierto como que una gran mayoría comparte una idea de España que es incompatible con poner en riesgo la unidad nacional. Los tres partidos que pueden garantizar ambas cosas -regeneración y unidad- deberían colaborar, por su propio bien y el del país. Puesto que la situación es excepcional, también debe serlo la solución: mejor que los grandes remedios lleguen antes que los grandes males.