El aterrizaje de una cápsula espacial es todo un evento desde fuera, pero ¿y lo que sufren los astronautas?

Mientras que el aterrizaje de un transbordador espacial se parece mucho al de un avión, pista de aterrizaje incluida, desde que la NASA dejó de usarlos la única manera de volver del espacio es dentro de una cápsula.

Concretamente las cápsulas Soyuz de fabricación rusa son las más comunes, al menos hasta que las empresas privadas como SpaceX se pongan las pilas y ofrezcan un producto igual de barato y comprobado.

 Así es el aterrizaje de una cápsula espacial

Pero aunque las cápsulas son un método más barato tanto para enviar tripulación y materiales al espacio como para devolverlos a Tierra, no se trata de una experiencia tan “agradable”.

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Los astronautas no pueden hacer mucho dentro de la cápsula, más que desear que todo vaya bien; ni siquiera tienen una gran visión de lo que está ocurriendo por las pequeñas ventanillas porque normalmente van de espaldas a tierra.

Además, el proceso es más violento que en un transbordador; los paracaídas se encargan de frenar la caída lo máximo posible, pero son los motores de la cápsula la clave para reducir la velocidad al activarse en el último momento antes de tocar tierra.

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Por eso muchas veces vemos una especie de explosión antes de que la cápsula toque el suelo, a un metro de altura aproximadamente; es algo normal y controlado para que el golpe final contra el suelo no sea tan fuerte como para dañar el cuerpo de los astronautas.

Así que la experiencia se puede definir como terrorífica, como vemos en este vídeo compartido por el astronauta francés Thomas Pesquet, que participará en una misión en la Estación Espacial Internacional en Diciembre de 2016.

Como parte de su entrenamiento, tiene que revisar metraje de otras misiones. Todo sea para prepararse lo máximo posible ante este viaje infernal.